Inabarcable
Conciertos / Primavera Sound

Inabarcable

8 / 10
Joan S. Luna, Dario Coto, Don Disturbios y Guille Chaparro — 06-06-2017
Empresa — Primavera Sound
Fecha — 01 junio, 2017
Sala — Parc del Fòrum, Barcelona
Fotografía — Gustaff Choos y Kevin Zammit

Todo el mundo sabe que la programación del barcelonés Primavera Sound se extiende durante más de una semana completa, pero son tantas los conciertos  y tantos los escenarios que hemos optado por seleccionar algunas de nuestras actuaciones favoritas. Algunas por gustos personales, otras por su indudable relevancia. No están todos los que fueron, ni siquiera están todos los que vimos, pero nuestra intención no es ser completistas, sino resumir un poco lo acontecido y lo vivido estos últimos días en el festival.

Jueves 1 de junio

Nikki Lane se encargó de inaugurar la jornada de pago del jueves, en un Auditorio que presentaba una entrada todavía escasa para disfrutar del country tradicional de esta cantante de voz cristalina, perfectamente perfilada para ser recibida en Nashville como una más de entre las muchas jóvenes cantantes que le están dando un importante impulso al country, Un género que quedó algo encorsetado en el pasado, pero se resiste a quedar relegado al mercado local. Todo se desarrolló según los cánones que dicta el estilo, faltándole a la artista ese toque diferencial que la destaque del numeroso pelotón al que hacía referencia.

Kevin Morby protagonizó el primer buen concierto del festival en uno de los escenarios principales del recinto. Y además  lo hizo haciendo gala de poseer un gran sentido del humor. Si las comparaciones con Lou Reed en canciones, como por ejemplo “Dorothy”, le han acompañado en buena parte de las crónicas ¿qué mejor que finalizar la actuación con una versión del “Rock’n’Roll” del malogrado maestro y quedarse tan ancho?. Solamente por esa declaración de principios y por presentar un tema tan adictivo, rockero y saltarin como “1,2,3,4” ya mereció la pena sufrir el sol de justicia que en ese momento caía sobre el recinto.

Aparecer por el Hidden Stage es siempre complicado. A los numerosos conciertos que se solapan tienes que añadirle el hecho de que hay que hacer cola para lograr una pulsera que te dé acceso a ese escenario oculto que en teoría te ofrece la posibilidad de ver a tus artistas en un ambiente más íntimo. Claro que, para lograrlo del todo, debería mejorar la ubicación que pese al decorado se presenta algo fría e inapropiada. El caso es que coincidiendo con el concierto sopresa de Arcade Fire, la neozelandesa Aldous Harding se propuso defender las canciones de su aclamado “Party” en un formato dúo que logró despertar el interés de los presentes. Y lo hizo gracias a la complicidad de una cantante que precisa tejer ese hilo de intimidad con el oyente en una distancia corta que le sienta de maravilla a su propuesta de folk raruno cargado de una personalidad más hosca que tierna, más oscura que benévola. Buen aperitivo ante futuras incursiones en nuestros escenarios.

De Kate Tempest poco hay que añadir que no dijésemos en su anterior visita. Sobre el escenario es un torbellino que no deja de escupir frases a la velocidad de una ametralladora y cargadas, todas ellas, de sentido. Quizás con sus repetidas visitas la sorpresa y el impacto se vayan asentando, pero su directo siempre merecerá más la pena que los de muchas otras bandas a las que suele prestarse mayor atención. A quienes no resulta tan sencillo ver sobre los escenarios nacionales es a Justin Vernon y a Richard D. James, cuyas actuaciones se sucedieron en el Heineken Stage, dejando el listón altísimo. Vernon, Bon Iver, ofreció un concierto para sus acólitos, una actuación sutil, abrumadoramente sencilla en su complejidad y sin concesiones a la galería. Su voz (y el autotune, claro está) mandó por encima de cualquier otro detalle. Hubo proyecciones, hubo una banda sólida, pero en esencia fue el estadounidense quien brilló por encima de cualquier otra cosa con su pinta de granjero poco atareado. Si alguien dudaba de que su posición en el cartel estaba sobredimensionada, merecería tener vetada la entrada el año próximo. La calma reinó antes de que lo hiciera la tormenta, con un Aphex Twin que pateó las seseras de los asistentes. En el juego de tronos de la electrónica, el británico se mantiene arriba con rotundidad y tan solo hace falta asistir a sus escasas actuaciones para descubrir los motivos. A propósito, alguien le recomendó muy bien quienes debían ser los personajes que apareciesen en las pantallas formando parte de su show (desde Marta Ferrusola a Iñaki Urdangarin).

De todos modos, el concierto más comentado (y en este caso inesperado) fue el de los canadienses Arcade Fire. Fue un placer verles de tan cerca y recordar cuando nos sorprendieron años atrás en su primera visita a Barcelona. La diferencia es que ahora suenan mucho más sólidos, sin que –aparentemente- hayan perdido la excitación. “Everything Now” se cuela entre sus clásicos y encaja sin dificultad, adelantando lo que tendrá que ofrecer su quinto larga duración.

Slayer Foto: Kevin Zammit

A eso de la una de la madrugada ya todos los gatos empiezan a ser pardos en un festival tan exigente como este, y eso significa que no puedes dejar que cualquier propuesta te hunda en la miseria. Por eso fue todo un acierto programar a estos reyes del rock psicodélico más pesado y drónico que, con unas proyecciones que te hacían volar acompañadas de los pesados compases de su música, lo bordaron como no podía ser de otra forma. The Black Angels desplegaron un sonido poderoso que nos teletransportó a otro estado. Justo lo que la banda desea y logra. Tras la hostia en pleno jeto de The Black Angels, King Gizzard & The Lizard Wizard lo tenían muy complicado para superarlos. No lo hicieron en cuanto a sonido, pero sí desplegaron esa incontestable batería de melodías adictivas que te atrapan en bucle y no te sueltan como si de una vulgar presa en sus fauces se tratara. Temas como “People Vultures” o la nueva y más épica “The Lord Of Lightning” nos dejaron con la ganas de verlos en otra tesitura a unas horas menos intempestivas y sin tantos kilómetros y decibelios acumulados a lo largo de un primer día que se mostró el más interesante y sólido del Primavera. Aunque si hablamos de decibelios y rock pesado, no cabe duda de que Slayer tenían la última palabra. La furia de Tom Araya y los suyos no toma prisioneros, así que no sorprendió verles desplegar su arsenal de thrash metal sin que les importase demasiado si el público estaba por la labor o no. Por suerte, buena parte de la audiencia tenía muy claro a lo que iba y el griterío ensordeció momentáneamente cuando Araya bromeaba sobre que el concierto era para los que estaban delante, los que sabían de qué iba la historia. Y además sonaron poderosos, todo lo contrario que unos Converge a los que les faltó algo para encajar una buena actuación. Y siguiendo con los sonidos duros, era una oportunidad increíble poder tener a Skinny Puppy a unos pocos metros de todos nosotros. Los canadienses no ofrecieron el mejor concierto del festival, pero la cita tuvo mucho de ceremonial. Uno de los nombres clave del rock industrial y electrónico llegaba por fin a la ciudad con Ogre y Key al frente, saldando una deuda con sus seguidores españoles.

Ya entrada la noche y con Bon Iver arrastrando a la mitad del público hacia la lejanía se daba uno de los solapes más dolorosos para el que escribe: BadBadNotGood y The Afghan Whigs. Y los que tenían las de perder, a priori, eran BadBadNotGood. Solo puedo hablar de la primera parte del concierto, pero lo cierto es que no tenía pinta de cambiar demasiado. Un bolo correcto en el que los desarrollos instrumentales fallaban a la hora de jugar con la tensión y no se volvían, como ocurre en otras formaciones, centrales e imprescindibles. Quizás sea su problema, comparándolos con otras formaciones de jazz moderno: como cuarteto les falta encontrar el lugar en el que encajar su propuesta, por mucho que brillen sus colaboraciones y sus frecuentes incursiones en el hip hop.

The Afghan Whigs, como decía, tenían a priori las de ganar. Y a posteriori también fue así. En una edición del Primavera Sound en la que el rock noventero pareció mostrar más signos de agotamiento de lo habitual la banda -bandaza, hasta nueve músicos circularon por ahí arriba- de Seattle fue capaz de calar hondo, dando más importancia a la interpretación cruda y sentida que a la perfección técnica. Nada raro teniendo en cuenta que su etapa de madurez no solo no tiene que envidiar a la clásica sino que la supera por momentos. De ambas hubo en su repertorio, aunque lógicamente estuviera más centrado en “Do To The Beast” (14) e “In Spades” (17). Desde “Gentlemen”, “Debonair” y “John The Baptist” a unas “Demon In Profile y “It Kills” que sonaron seguidas, con Dulli al piano, y totalmente inabarcables. De lo mejor de todo el set, del día, del festival, del mes y de lo que cada uno quiera añadir aquí a continuación. No os cortéis.

A Miguel le tocó el típico lugar agridulce que tantos han sufrido, en el escenario grande pero lo suficientemente pronto para que los huecos entre el público fueran importantes. Poco importó, la verdad. Con el magnetismo del cantante californiano ya contábamos, y lo mantuvo sobre el escenario, pero también supo salir con fuerza y sobre todo con una cercanía con la que se ganó a la gente desde el minuto uno. Falta total de pretenciosidad y de altivez. Y gracias a eso una conexión con el público fuera de toda duda en la que basa también buena parte del directo, en el que pica de todos sus discos pero especialmente de “Wildheart” (16).

Precisamente la distancia con el público -incluso cuando bajó al foso- fue una constante en el concierto de Solange, que subió al escenario justo después de Miguel con una escenografía, eso sí, un escalón por encima del resto. Un show visualmente impactante, pensado y coreografiado hasta el último detalle, con un sonido impecable -al menos para lo que dan de sí los dos grandes del Primavera Sound- y una interpretación vocal sin un solo paso en falso. Visto así habría que colgarme del puente más cercano por ponerme a sacarle tachas, pero lo cierto es que se echaba a faltar un poco de vida detrás del engranaje. Quizás el escenario de un festival no sea el mejor lugar para apreciar matices…

El concierto de Death Grips confirmó algo que me olía desde que los escuché por primera vez: es en el escenario donde tiene sentido su propuesta. Los discos se quedan a medias sin el componente visual. La agresividad de MC Ride va metiéndose dentro de uno poco a poco hasta contagiarse del todo, y la descarga de ruido industrial y de luces los acerca más unos Skinny Puppy que tocarían después que a otras formaciones de hip hop experimental. Un directo impenetrable en el que deja de importar quién es fan, quién no, quién conoce los temas o quién pasaba por ahí y acabó en medio de un pogo. Un grupo imprescindible en la jornada del jueves por lo necesario de su propuesta, por la condición de experiencia de su directo, por no dejar indiferente a nadie y por la sensación de comunidad que son capaces de crear.

Viernes 2 de junio. 

Con la cancelación de King Sunny Adé, la programación de músicas ajenas al rock y al pop quedó algo coja, pero lo cierto es que fue un placer disfrutar conciertos como los de Kepa Junkera con Los Hermanos Cubero, Elza Soares o Phurpa en el Auditori Rockdelux, y Shye Ben Tzur & the Rajasthan Express en el Ray-Ban. La más exótica fue sin duda la de los rusos Phurpa, quienes oficiaron una ceremonia tibetana pre-budista en la que las voces humanas toman todo el protagonismo, algo que ya han desarrollado en su relativamente amplia discografía. Lo suyo más que un concierto fue una experiencia abrumadora muy disfrutable (si uno se sumergía en la atmósfera) que difícilmente podamos volver a ver por nuestros escenarios.

Whitney son uno de esos grupos a los que todavía les queda mucho recorrido por transitar, aunque se les debe reconocer que tienen un gran single, “No Woman”, que dejaron para el final, y canciones pizpiretas y veraniegas como “Golden Days”, que despertaron más de una sonrisa de complicidad. El hecho de que su cantante principal sea el batería y se sitúe en el frontal del escenario también le da un aire diferente a su propuesta, aunque le reste algo de dinamismo a la banda.

Aunque ya se había dejado caer por aquí como parte en directo de SBTRKT, la primera presentación en España del “Process” (16) de Sampha era una de las imprescindibles dentro del plantel de música negra del festival. Y demostró por qué, aunando la sensibilidad que recorre el disco con interpretaciones enérgicas que mejoran temas como “Timmy’s Prayer” o “Under”, que en estudio no acaban de explotar de la misma manera. Memorable también “Too Much”, cara A de un single de hace cuatro años, y el -puede que arriesgado- cierre con la balada por excelencia del disco, “(No One Knows Me) Like the Piano”. Una pena que “Blood On Me”, para un servidor el gran hit de su repertorio, no pegara el subidón que auguraba en directo.

Mac DeMarco tiene el honor de haber sido el gran protagonista de uno de los momentos más bizarros del festival, acabando en calzoncillos tras un strip tease, digamos, no muy elegante, quemándose los pelos con un mechero y con el batería en bolas durante todo el concierto. Y para qué voy a mentir, nunca viene mal alguien que se cague en la seriedad y la pretenciosidad del tinglado. Antes del final apoteósico fue un concierto disfrutable, envolvente y psicodélico por momentos, en otros un tanto denso, pero siempre manteniendo un nivel digno tanto a nivel de interpretación como en la dinámica del setlist.

No las teníamos todas con The Growlers, tras el cambio de tercio de su “City Club”, pero lo cierto es que su actuación no estuvo mal. Aunque tuvieron que enfrentarse a Sampha y The Magnetic Fields, no se amedrentaron y cumplieron sin sorpresas, pero sin decepciones. Otros veteranos que pasaban algo inadvertidos entre la gran cantidad de nombres del cartel, pero ofrecieron un concierto a la altura de su legado, fueron los escoceses Arab Strap. Con una propuesta en el que la electrónica cobra mayor protagonismo, sumada a esa pose de crooner un poco de vuelta de todo que ofrecía Aidan Moffat, supieron jugar perfectamente con el crescendo en canciones como la contenida “Rocket, Take Your Turn” o esa relectura de su propio legado que es “The First Big Weekend”. Tema este que marcó su segundo retorno en 2016, después de unos años en los que no se sabía muy bien si estaban en activo o lo habían vuelto a dejar. Ojalá vuelvan pronto.

Sleaford Mods Foto: Gustaff Choos

Descendents actuaron en Barcelona hacía veinte años nada menos. Muchos recordábamos aquella cita con cariño y pensamos que, a estas alturas y aunque “Hypercaffium Spazzinate” (16) sea un buen disco, iba a ser imposible que los californianos mantuvieran el tipo. Pero lo que son las cosas, pese a que Milo Aukerman salga a escena con una mochila de hidratación a las espaldas y que Bill Stevenson haya ganado todavía más kilos, cumplieron y justificaron el coreo desgarrado de muchos de sus clásicos por parte de un público que no se lo puso demasiado difícil. Si yo siendo crítico me lancé en “Silly Girl” y “I Don’t Want To Grown Up”, imagínense los fans desprejuiciados. Más curioso fue ver en el mismo escenario a Ian Svenonius y The Make-Up. Resultaba algo extraño ver a una banda de sus connotaciones políticas actuando en un escenario como el Primavera, pero ahí estaba el que ha sido uno de los iconos de Washington paseándose frente al público, y ocasionalmente por encima suyo. Svenonius mantiene su carisma, su presencia y su soltura intactos, mientras James Canty y Michelle Mae le respaldan con la sobriedad y efectividad de costumbre. Lo que ocurre es que parte de la magia de los viejos tiempos se ha perdido desde que lo dejaron por primera vez. En otros tiempos, su actuación se hubiera situado cómodamente entre las mejores del festival, esta vez nos divertimos y aullamos a gusto, pero sentimos que faltaba algo. Quizás les ocurra lo mismo a Sleaford Mods dentro de unos años, pero hasta que eso ocurra vamos a estar ahí para verles supurar rabia y desencanto a partes iguales. Andrew Fearn se tomó con la sonrisa de siempre hasta los problemas de sonido que estuvieron a punto de joderles la noche, mientras que Jason Williamson hizo de los obstáculos más carbón para quemar en su máquina de vapor a prueba de tories.

The XX Foto: Kevin Zammit

Siento que sea yo el que vaya a hablar del concierto de The xx, porque parecía haber mucha gente maravillada a mi alrededor. Y supongo que al tipo de persona que utiliza la palabra “exquisito” varias veces al día le encantaría el concierto, pero para muchos otros, un servidor entre ellos, la primera parte del mismo fue directamente soporífera. La contención y el minimalismo que tan bien les funcionan en estudio se han adaptado bien en directo otras veces, especialmente en sala, pero el viernes hacía falta algo más. Algo de chispa. Transmitir. Y los tímidos speeches de Romy y Oliver Sim tampoco ayudaban. La cosa mejoró en el último tercio de concierto, el que arrancaba con “VCR”, pero ni así lograron llegar al nivel que se esperaba de ellos. Puede, y espero, que fuera cuestión de una noche y no de toda la gira.

Si alguien podía solucionar el bajón de The xx eran Run The Jewels, y no lo tuvieron fácil: a la mitad de “Blockbuster Night Part 1”, la cuarta canción, se les iba el sonido, un sonido que tampoco estuvo todo lo potente que pedía la propuesta del dúo. Pero nada pudo empañar una descarga en la que repasaron lo más adictivo de su último disco con alguna pequeña incursión en los otros dos, algo que agradecerían los que los vieron en el Primavera de hace dos años, y en la que apostaron por no bajar el pedal del acelerador en ningún momento. Abrieron con “Talk To Me”, “Legend Has It”, “Call Ticketron”, todos de la recta inicial de “Run The Jewels 3” (16), y atacaron a mitad de bolo “Nobody Speak”, ese hit que firmaron para el último trabajo de Dj Shadow, dejando “Down” y “Run The Jewels” para el final. La escenografía no era para tirar cohetes, pero se dejaron la piel y, a fin de cuentas, la fiesta abajo estaba asegurada aunque hubieran puesto maniquies.

Y si sorprendía la presencia de alguna banda veterana, no cabe duda de que se trata de Front 242, pioneros de la electronic body music y camaleónicos artistas que han ido adaptando sutilmente su propuesta a los tiempos que han corrido en cada momento. Ahora suenan tan rock como lo hicieron a finales de los noventa, pero mantienen esa energía que les convirtió en pasto de pistas de baile para gente curtida y dura. En bastante probable que su música sea la que más anacrónica sonó dentro del festival, pero el empuje y la fuerza con al que la defendieron les honró.

La recta final del viernes tuvo nombre propio y fue el de Flying Lotus. Una sesión quizás menos densa de lo que se esperaba, tan experimental como bailable, tan salvaje como cuidada, en la que sonaron desde los temas de “Twin Peaks” y “Ghost In The Shell” a fragmentos de la banda sonora del “Final Fantasy VII” o la instrumental del “Wesley’s Theory” que produjo para Kendrick Lamar. Y no solo como Dj al uso sino también haciéndose cargo de la voz en varios momentos. Pero si algo lo hizo destacar de cualquier otro en el festival fueron unos visuales de los que no se podía apartar la mirada, proyectados en una pantalla gigante que ocupaba casi todo el escenario. Figuras geométricas y psicodélicas, policías en pañales bailando sobre un suelo de baldosas negras y blancas, personajes deformados y malrolleros… sin rival. Y eso que tras él llegaría una sesión de Talaboman que también sorprendería al que se esperara un dj set de cierre al uso. Luminosa, fresca, cósmica, tribal… se pueden poner muchos adjetivos, pero lo que está claro es que no fue la típica sesión clubby que puede encontrar uno a esa hora en un festival. Un broche de lujo

Sábado 3 de junio.

Si algo dejó claro Weyes Blood en su soberbio “Front Row Seat To Earth” (16) es su privilegiada e imponente voz pero todavía quedaba por comprobar cómo se desenvolvía en un contexto alejado de las salas. Desde la primera canción, Natalie Mering superó cualquier expectativa. Incluso ya desde los aleñados del escenario Primavera su voz sonaba limpia, evocadora y bella, logrando encajar a la perfección con las melodías barrocas y delicadas que la identifican y que encontró en una preciosa interpretación de “Do You Need My Love” su mejor representación.

Unos metros más abajo, el escenario Ray Ban acogía una de las actuaciones más especiales y únicas de esta edición. El compositor israelí Shye Ben Tzur subía al escenario junto a una banda de nueve músicos indios, identificables por su turbante azul celeste, para presentar Junun, el proyecto musical apadrinado por Jonny Greenwood (Radioehead), no presente en el concierto. Durante una hora, unas melodías articuladas entre palmas, vientos y bases electrónicas dieron rienda sueltas a unas canciones mezcla del Groove oriental y la canción india tradicional que fueron capaces de hipnotizar el cuerpo de los presentes.

Sabe mal cargar las tintas contra ellos, por los tiempos pasados más que nada, pero Royal Trux fueron los protagonistas del que posiblemente sea el peor concierto de todos cuantos hayamos presenciado en esta edición. La pose malcarada de antaño resultó ahora algo fuera de lugar, sobre todo cuando la banda sonaba a rayos y Jennifer Herrema parecía más preocupada por echarle la bronca de vez en cuando Neil Hagerty (o a nadie en concreto, lo cual tiene más sentido), gritando hacia atrás. Quien tuvo retuvo, y la mala hostia del pasado sigue ahora ahí, aunque quizás deberían aprender a canalizarla de nuevo.

Van Morrison Foto: Kevin Zammit

A Van Morrison había que ir a verlo porque con la temporada que llevamos uno ya no sabe si va a tener muchas más posibilidades en el futuro de disfrutar de leyendas de estas que se mantienen por si solas hagan lo que hagan sobre el escenario. Y lo cierto es que la edad no perdona y el antaño león de Belfast ha perdido parte de su fiereza tanto en su interpretación vocal como en el soplido de su saxo. Pese a ello ofreció uno de esos conciertos en los que la historia de la música popular, que va del jazz de Nueva Orleans al blues de Chicago, tuvo su pequeño momento en un evento que siempre ha tenido su cuota dentro de las viejas glorias. Hubo un mucho de cubrir el expediente, pero su mera presencia quedaba justificada por su legado.

Angel Olsen está en ese punto en el que a poco que siga por la senda trazada en su último trabajo, el espléndido “My Woman”, podrá empezar a codearse con otras damas del indie-folk internacional como Neko Case o Feist. Y su concierto en el Primavera, con una numerosa y solvente banda de apoyo todos de blanco impoluto, no hizo más que confirmar su ascenso en el estrellato internacional. Se mostró próxima y algo descolocada por la gran cantidad de gente que coreaba sus canciones y con un poco más de seguridad y rotundidad en sus formas hubiera trazado un concierto para el recuerdo, gracias temas de gran calado emocional como “Shut Up Kiss Me” o la maravillosa “Never Be Mine”.

Algo que ha caracterizado al Primavera Sound a lo largo de los años ha sido traernos a algunos artistas de rap estadounidense que todavía tenían que explotar (ya saben, Odd Future en 2011, Kendrick Lamar en 2014, A$ap Rocky en 2012, etcétera). Bien, pues ese puesto lo cubría este año Joey Purp, un joven talento que ha colaborado ya con gente como Chance The Rapper, Mick Jenkins o Vic Mensa y que combina el clasicismo del género con una carga de modernidad que tan pronto le lleva a la electrónica como al vacileo percusivo (“Girls”, uno de sus hits). Y visto lo visto, aquí hay madera si continúa por el buen camino.

Otros veteranos que demostraron estar en una segunda, tercera o cuarta luna de miel interpretativa fueron los escoceses Teenage Fanclub. Solo tuvieron que mostrar lo mejor de su cancionero con temas como “Start Again”. “About You” o esa recta final con “I’m In Love”, “The Concept” y “Sparky’s Dream” para dejarnos a todos con una luminosa sonrisa de felicidad absoluta en nuestro rostro. Personalmente solo me faltó esa gamberrada llamada “Satan” y ese “What You Do To Me” inmortal, para trasladarme a un tiempo en el que la música de un grupo de sus características no era fácil de seguir. Si han de continuar en semejante estado de forma, que no lo dejen nunca como Neil Young.

El de Metronomy es el típico concierto sobre el que te pones a escribir y te entran sudores fríos. El grupo que no imaginas que sea el preferido de nadie. Un concierto correcto en tantos sentidos que nada sobresalió ni por debajo ni por encima: agradable, apto para bailes tímidos, y sin una puesta en escena sosa pero tampoco especialmente destacable, con toda la banda vestida de blanco. A los fans les encantaría, a los que no lo son les parecería bien para pasar un buen rato y calentar para algo más emocionante.

La propuesta de Seu Jorge ya parecía sobre el papel más carne de Auditori que de escenario al aire libre, y en vivo no hizo otra cosa que confirmarse. Básicamente desde las gradas se oía más a Hamilton Leithauser, que tocaba un buen puñado de metros más allá, que al brasileño. Que al acabar la primera canción se arrancara con un discurso más largo que un día sin pan sobre el día que le llamó Wes Anderson tampoco hizo por mejorar el momento, que apuntaba a ser mágico pero se quedó en una buena hora para cenar con un bonito hilo musical al fondo. Una pena.

Grace Jones Foto: Kevin Zammit

Una sorpresa ver la cantidad de gente que se congregó para ver a la otrora diva de la modernidad neoyorquina primero y parisina después, Grace Jones, que mantiene su directo cerca de lo que lleva años ofreciendo y que pasó por el Sónar en 2009. Si ya la habían visto entonces, seguro que repitieron, si no seguro que les sorprendió su puesta en escena, su estética y un setlist del que reconocieron más canciones de lo que esperaban.

A Wild Beasts les tocó lidiar con el hecho de que su concierto se solapara con el final de Arcade Fire y claro eso provocó que no hubiera mucho público para verles. Si a eso le sumamos que su último trabajo, “Boy King”, es el más flojo de los cinco que han grabado hasta la fecha y que han perdido parte de la pistonada inicial, lo cierto es que su bolo tuvo un halo de frialdad que no acabó de agarrar a la audiencia. Una pena porque los británicos tienen canciones de sobra, pero ni la hora ni el lugar jugaron a favor de su propuesta.

Sleep, uno de los padres del stoner doom, supieron aprovechar el buen sonido del escenario Primavera y no decepcionaron a nadie que los conociera. Especialmente bien la batería y cumplidores guitarra y bajo en un concierto sin concesiones ni altibajos de ningún tipo, en el que no se esforzaron en mostrarse comunicativos ni en conectar especialmente con un público bastante mermado por el solape con Arcade Fire. Tampoco lo necesitaban, a juzgar por la respuesta de este.

Teniendo en cuenta el alto porcentaje guiri de este año y que tras el último Sónar ya sabíamos la que podía liar Skepta no fue exactamente una sorpresa la locura que se desató en toda la zona de alante. Pogos, saltos, hooliganeo y letras coreadas sin parar, incluso las que no pertenecían a “Konnichiwa” (16) como “Ace Hood Flow” o “I Win”. La puesta en escena fue, digamos, arriesgada -mesa, Dj, él delante y punto-, pero como MC está en un estado de forma difícil de superar. Dejó el concierto con una canción nueva -grabada la noche anterior, en sus propias palabras- y sonaba como un tiro, así que atentos, que puede caer pronto.

Dos tipos, mucha actitud y una forma de entender el rock sin demasiadas vueltas... podría ser un grupo más, pero no lo es. Hablo de Japandroids y lo que hacen lo hacen infinitamente mejor que sus competidores. Han ido escalando posiciones en el cartel y nunca han dado un paso atrás. Ni ellos, ni quienes les seguimos. Que sigan ahí.

Encajar el final de Japandroids con el bolo de Preoccupations (anteriormente conocidos como Viet Cong) fue una de las mejores ideas que a uno se le podían ocurrir a aquellas alturas de festival. Crudos y ariscos, su set tuvo esa suciedad y tensión que le echamos a faltar a muchos otros nombres más populares. Y atreverse a interpretar un tema completo cuando les habían cortado ya el sonido de la PA fue una demostración de que a pelotas no hay quien les gane. Por verles nos perdimos el inicio del show sorpresa de Haim, que se convirtió en una de las grandes actuaciones de la jornada. Fue corto, pero posiblemente el mejor de los tres conciertos que les he visto. Crecen día tras día y, aunque su música sea domesticada y algo sofisticada en estudio, en concierto tienen la garra suficiente para levantar a todo público a aquellas horas de la noche. Gracias a ellas, los habituales !!! (Chk Chk Chk) salieron al escenario con la audiencia en estado de ebullición. Nic Offer le plantó cara a Ian Svenonius como mayor showman del evento tomándose el concierto como siempre: como si fuera la última fiesta antes de que el mundo fuera a derretirse por las radiaciones solares o cualquier otra aterradora catástrofe global. Si el mundo se va a tomar por el culo, que nos pille bailando. A ellos, y a nosotros con ellos.

Para no eternizarnos con la crónica y a modo de repaso de lo que dieron de sí algunos de los grupos situados a las primeras horas, hay que decir que -a diferencia de en el resto del festival- ganaron las guitarras. Desde It’s Not Not, que empezaron un poco fríos pero ya se habían metido al público en el bolsillo cuando no daban ni las seis de la tarde, a unos Rebuig que sonaron como un tiro -pocos han sonado así en el escenario pequeñito de abajo- y que tienen un vocalista que igual se deja la garganta cantando sludge en catalán que se marca unos pasos de baile verbeneros en el escenario. Eso y -ahí va el órdago- la mejor pancarta del festival. Tremebundas descargas las de Belako y sobre todo Berri Txarrak, que se marcaron un show tan rotundo como de costumbre. Los primeros son pura actitud y solamente les falta alguna canción más para hacer sus shows redondos, a los segundos les sobran ambas cosas (con su habitual medley de éxitos ajenos de por medio).

Kokoshca, sin embargo, se encontraron con un peor sonido y un público demasiado frío para una propuesta basada en himnos difíciles de entender fuera de su contexto. En un terreno más electrónico tanto Museless como Aries lo hicieron y funcionaron bien, aunque quizás la primera supo aprovechar mejor lo gigante del escenario con dos bailarinas y una intención estética en general que, por poco que fuera, ayudaba.

Agorazein, esta vez sin Jerva, salieron a dar un concierto marcado por los pasos recientes de C. Tangana en solitario, y como era de esperar el vacile estaba asegurado. Y parece que cada vez con más razón: llevan un directo cada vez más pulido que, aun con la barrera de la hora y la dificultad de apelar al público de fuera, funcionaba sin problemas, sobre todo gracias al puñado de incondicionales de las primeras filas. Tampoco es que lo petaran, pero se equivocaron los que auguraban un desastre.

Pasando al terreno internacional, también las Nots, que tiraron de post-punk y mala hostia dejando muy buen sabor de boca. Y es que quizás este año no haya sido el mejor para la nueva cantera de guitarras indies y alternativas. Por los horarios con los que tuvieron que lidiar grupos como Pinegrove o Wand por un lado, y Gold Class o Priests por otro más crudo. Los italianos Ionosonouncane triunfaron, básicamente, frente a un público compuesto por italianos, cosa que siempre ayuda. Y engañan: su gran éxito es “Stormi”, pero no es absoluto el más representativo de un concierto intenso que apuesta por lo eléctrico y lo electrónico, por las percusiones profundas y por ciertos aires new age. Puede que les falte, eso sí, otro disco para construir un directo a la altura de sus posibilidades.

Por último, no nos gustaría cerrar nuestra crónica sin hacer mención a ese pequeño escenario denominado Pro, que está dedicado a los grupos que quieren mostrar sus propuestas a unos profesionales que andan muy ajetreados y que muchas veces no pueden atender como es debido a estas bandas, aunque muchas destaquen por su calidad. Es el caso de los chilenos Adelaida que se  hicieron valer con su atronador indie rock atmosférico de hechuras clásicas. Valga esta pequeña mención como homenaje a todos los grupos, muchos de ellos muy dignos, que pasaron por ese escenario a veces injustamente infravalorado dentro de la magna estructura del festival.

 

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