Incontrolables
Conciertos / Nuevo Catecismo Católico

Incontrolables

9 / 10
Holden Fiasco — 24-04-2024
Fecha — 20 abril, 2024
Sala — Nave 9, Bilbao
Fotografía — Mikel Fer

Incontrolables, las dos bandas. Primero, los Flash. Flashes, no, pero parecía que les estaban dando descargas eléctricas: vaya manera de agitarse, más que moverse. Después, los Nuevo Catecismo Católico, que ya nos tienen acostumbrados a la caña. “Incontrolable”, que por eso lo decía, la cantaron las dos bandas. No fueron versiones; fueron dos canciones distintas, pero coinciden en título, así que me lo pusieron fácil para elegir el mío. Tampoco fue la única coincidencia entre dos bandas que venían del mismo punto cardinal y tocaron juntas en la Nave 9 de Bilbao este pasado sábado.

Con coña, me pareció, pidió Gonzalo Ibáñez, cantante de Nuevo Catecismo Católico, en el segundo turno, un aplauso para sus compañeros del primero, los Flash. Coña, digo, no porque pidiera un aplauso, que se lo merecieron, sino porque lo pidió para la “chavalada” y creo que pretendía la ironía. Y es que son los Flash gente que ya está curtida, con experiencia en varios proyectos. Por ejemplo, y no quiero ser irrespetuoso al no mencionar a otros, en Oki Moki. Es que hace tiempo que nos gusta esa banda, aunque sea en silencio, y creímos que por esa parte vendría el matiz, ese viso distinto que se les nota a los Flash en el disco. No se apreció tanto en el directo, donde sonaron más apelmazados y robustos. No me entiendas mal, que no es una crítica. Desde mi punto de vista, primó más el nervio y la contundencia y funcionó. Se arrimaron a ese punk enérgico, al hardcore salvaje que tan bien forjan, y que arrolló como si te pasara por encima la estampida de Jumanji.

El cantante de los Flash pierde el micro en una de las primeras canciones, pero lo encuentra rápido, quizás porque lleva un cable rojo que se ve. Un cable con el que se ahorcará, se seccionará poéticamente el rostro por la mitad, atrapará con su mandíbula como si fuera una presa capturada. Hace esto dentro de la ejecución de la canción, cuando ocurre el puente instrumental y las guitarras embisten con furia, elevando aún más un arrebato desatado que consiguen instaurar desde la primera nota que rasgan. Y es que casi no han empezado y ya están brincando, repicando, sudando y carburando a tope. El guitarrista de la flying v, carrozada con cinta en las alas, clava la puntera de su zapato contra el suelo, que ayuda a verle los calcetines a juego con el cable del cantante, y apoya el instrumento en el muslo para azotarlo con ganas. Las canciones salen como ataques de erizadas picas suizas en falange. No hace falta que entiendas lo que quiero decir, mejor te quedas simplemente con que se repasan el disco que publicaron hace un par de años, y que aún creo que puedes conseguir en la web del sello con el que lo sacaron, que fue La Vida Es Un Mus. Más no se les puede pedir. Dicen adiós muy rápido – a mí se me pasa rápido, vamos – y llega una “Querido punk” que les sirve para devolver – antes de que ocurra – el saludo y los aplausos que pedirán luego para ellos: “Bueno, agur, ahora la leyenda viva NCC, que nos han apadrinado este fin de semana”. La despedida, sin embargo, se alarga. La caña se hace casi materia. Si llegan a tardar un poco más, igual el aire se convierte en fuego.

Los Nuevo Catecismo Católico están a punto de sacar nuevo trabajo. Será un EP compartido con Jeff Dahl que saldrá en Ghost Highway Records. En algún momento del concierto, lo explica Gonzalo Ibáñez, que no solo lleva la voz cantante durante los temas, también en los descansillos, porque dividen el bolo en bloques de tres canciones con un momento de respiro entre cada uno de ellos. Después de uno, nos lo cuenta: que vinieron para hablar de su libro, “como Umbral”, pero el libro es en realidad un disco que no se afana en presentar. Prefiere recordar a su líder, que no está, y es que entendemos que habla de su hermano Arturo Ibáñez, guitarrista solista de la banda. No está, y, en su lugar, ocupa la banda derecha Luiyi Costa, antes en Bullet Proof Lovers. Además, deja claro que lo suyo no es el negocio, que no están en esto “por vuestro dinero”, dice, “sino porque os queremos”, y recuerda las “150 veces o más” que ya han tocado al otro lado de la AP-8, al tiempo que brinda por otras cien más. No sé si lo hace con agua o con cerveza, porque se cuida durante el bolo, dándole más a lo primero, quizás por lo que explicó antes de empezar, sin quitarse la chaqueta, justo antes de vacilar imitando a Queen: “Venga, vamos, rápido, que hay que volver pronto, que mañana me toca mesa electoral en Pasai Antxo”. La peña se lo toma a chiste, pero alguno de sus compañeros asiente por detrás, con cara de placer travieso.

Pues el primer bloque lo cierran con “Queremos la verdad”, de su producción más cercana – luego también harán “Rock a la radio”, en el tercer bloque – y en el descanso Gonzalo Ibáñez pregunta: “bueno, qué, ¿qué tal por Sevilla?” Más tarde, volverá con el tema: “joder, hasta mis hijas vinieron a ver la gabarra”. En el segundo bloque, rememoran el pasado, y empieza la peña que abarrota la Nave 9 a levantar los puños, amén de comenzar el infierno para nuestras gargantas, que intentamos hacer coros sin talento alguno. Seguidas, sueltan “Detrás de tu mirada”, “Noise! Noise!” y “No quiero obedecer”. En el tercer bloque, los coros de la audiencia se envalentonan con “Tú y yo podemos comprenderlo” y, en el cuarto, nos acribillan a quemarropa con “Prefiero estar en el suelo”. En el quinto, llegan “Aquí llega dios” y otro himno que se vocifera. “Odio la velocidad” arranca con el bajo hipnotizando, triunfa el wah wah y Gonzalo Ibáñez se lleva los dedos índice y corazón a los ojos para luego apuntar a alguien que así recibe el mensaje: te he visto. Antes vio a Josu Errasti, guitarrista de Eskoria-Tza, banda a la que califica de mítica, histórica. Pide un aplauso, pero es tímido: “Aquí no nos quieren, Erras”. Puede, pero qué coño, yo cuando llegué a casa, con el rintintín en la cabeza, busqué una vieja carpeta en el ordenador y, con los cascos puestos, que era tarde y ya dormían, me volví a escuchar “Satanás”. En fin, que los que estuvieran allí quizás se hayan dado cuenta de que me faltan canciones en el repertorio. Algunas se han quedado fuera por licencia poética, para que me encaje mejor la descripción, pero otras no han entrado porque no las reconocí, lo que me lleva a pensar que aprovecharon para presentarnos algún tema nuevo.

Vuelvo, en cualquier caso, al final, porque “Odio la velocidad” es la resolución del bolo. Así se despiden. Eso sí, regresan rápido para regalarnos el postre, que se demanda en un bar donde nadie se mueve, ni Kañon en primera fila. Primero, anuncian una vieja canción, yo creo que era del Generación perdida, “No soy un criminal”. Sirve para terminar arriba, con bajista y guitarrista rítmico gritando “heys” a pulmón, sin micro, que se oyen desde el fondo. No es el cierre, porque recuperan luego una versión que hacían antes, dicen, y, aprovechando que la gente les grita nombres de bandas antes de que empiecen, Gonzalo Ibáñez recuerda cuántas veces vio en directo a M.C.D. con la gira del Jódete. La canción que cantan no es ninguna de ese disco. Es en inglés y es de los Buzzcocks. En concreto, “Why She’s a Girl from the Chainstore”. El bolo lo termina la banda arriba, en el escenario, excepto un Gonzalo Ibáñez que, por sorpresa, entre la jungla de gente, aparece por el fondo al que nos habíamos trasladado, con el botellín de agua en una mano y con las dos tratando de darse aire, camino de la calle, a donde salió en busca de aire fresco. Incontrolables ellos; e incontrolable, también, el verbo.

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