Incomodidad sepulcral
Conciertos / Etnoscòpic

Incomodidad sepulcral

8 / 10
Yeray S. Iborra — 28-05-2021
Fecha — 27 mayo, 2021
Sala — Santa Maria del Mar, Barcelona
Fotografía — Gerardo Diego García

Sin mediar palabra, KMRU ocupa el altar. Mesa, mantón (rojo) y maquinaria encima. Inusualmente, se sienta. Con capucha puesta, que no se toca en todo el recital, y todo de oscuro. Gestos mínimos. Las capas empiezan a entrelazarse lentamente. Mucho. Con la letanía que imbuye un escenario tan magno. Se entrecruzan interferencias y disonancias con estridencias que animan el juego tonal. Los sonidos se reparten entre paneles. Y parece que las columnas lloran.

Suenan algunos pájaros, de las pocas grabaciones que se mantendrán en la hora de sesión, que asoman entre columnas.

¿Es un paisaje? ¿De dónde?

KMRU, incipiente productor de música ambient de Nairobi y afincado en Künste (Berlín), donde cursa un máster en Estudios del Sonido y Artes Sonoras, roza de soslayo el pecado de la banda sonora, pero lo suyo es más inquieto, móvil. Los temas se alargan, pero en las transiciones, breves y superpuestas, suponen algo de aire. Sonidos de organillos, por ejemplo, reverencia al templo que lo acoge.

De repente, ni veinte minutos sentado, unos graves muy cercanos a Rival Consoles apesadumbran la Basílica de Santa María del Mar. Sin compás, secos. Dejando mucho espacio para que los sonidos densos cumplan su función, suma a la mezcla un silbido de tren. Irritante. Una bola que no rompe, que solo acumula tensión. Sonidos perturbadores.

¿Y los pájaros? ¿Está planteando un paisaje oscuro en un lugar de luz?

Vuelven los pájaros. Y el agua. Y retuerce el sonido.

Pájaros, agua y abrasión. Libertad, fluidez e incomodidad. Entre los boomerangs de trueno, unos niños que gritan o celebran. Se escuchan lejanos: antropología sonora de su tierra, Kenya.

Oscurece en Barcelona. Dan cuenta de ello los vitrales de la iglesia.

KMRU 2 Gerardo Diego García

KMRU recurre a su versión más occidental: música de laboratorio, de la escuela William Basinski. La cosmovisión global que ofrece en directo es relativa a los tres Eps, sobre todo “Peel”, del que sonó algo parecido al “Why are you here” casi al terminar, que le concedieron fama en el circuito electrónico el pasado año y le sirvieron para estar programado –entre mucho otros– en el festival Mutek. Una versión alejada del KMRU localista.

El joven es presentador de programas de radio donde descubre lo más singular de las músicas de África Oriental, también es miembro de Black Bandcamp, organizador de talleres para grupos sobre Ableton y gestor de los trabajos de su abuelo, el músico Joseph Kamaru, uno de los grandes nombres del estilo musical benga, un género setentero que unía elementos del kwela y del soukous, una especie de rumba. En el momento de máximo esplendor del sonido benga, algunos artistas lo adaptaron a la tradición de su grupo étnico, dando origen a varios subgéneros. Por ejemplo, el pop kikuyu, que añadía voces femeninas y del que el abuelo de KMRU fue una estrella (“Catherine”).

Ese legado quedó este jueves en otra carpeta del disco duro de KMRU.

Aquí el ritmo no existe.

La modulación es leitmotiv. Farragosa, pero no un capricho: el movimiento es tan leve que a veces llega al silencio, pese a los vatios. Porque el silencio, con sonido, es más incómodo –si cabe–. Provoca pesadumbre: los hombros se aflojan, y también los ojos. Vigilia y alucinación hipnagógica.

El recital toca a su fin.

No hubo misas.

Solo concatenación. Sin juego de timbres; en general, es más bien una erosión lenta. Un monumento sin cuidar. El caer de las piedras en los acantilados. Algunos glitches, algunos fallos de la tarjeta de sonido. Pocos, para no despistar el caño gordo de sintetizadores. Y más pájaros.

Los cuerpos de los presentes resbalan por la madera noble de los asientos del espacio sacro. El sonido pesa cada vez más. El silencio sonoro es más lastrante que un sermón a pulmón. Lo incómodo como movimiento espiritual. Una música, un espacio, una comunión. Y el maestro de ceremonias se diluye en sus propios mantras tordos; desde lejos, todo parece negro, pero hay colores. Igual de verdad es aburrimiento que elevación. La respuesta no la tiene un KMRU que, como vino, se fue: sigiloso. Envuelto en aplausos, eso sí. Y no dejando claro si había creado un paisaje inocuo, lanzado un órdago a la iglesia, provocado una meditación grupal o generado egotrip, extremo y purista. La respuesta no la tiene KMRU.

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