La estirpe fracasada
Comics / Elisa Riera

La estirpe fracasada

8 / 10
Laura Madrona — 16-05-2022
Empresa — Astiberri
Fotografía — Archivo

Los personajes de “La estirpe fracasada” miran siempre de reojo, con desconfianza, con malicia. También con un cierto hastío vital, como si vinieran de vuelta de todo y sólo les quedaran energías para contemplar el lamentable espectáculo de su decadencia. Quiero pensar que Elisa Riera, en este mordaz y descarnado retrato de cuatro familias de rancio abolengo venidas a menos, los ha dibujado así para acentuar lo abyecto y lo penoso de su naturaleza. Personajes tan patéticos que darían pena si no fuera porque, tras pasar por el lápiz de Elisa Riera, acaban dando risa. Y asco. Mucho asco.

Retratar la decadencia de ese anacronismo que es la aristocracia no es nada nuevo. Lo hizo Huysmans con Des Esseintes, el perverso dandi protagonista de ese fascinante prodigio estético que es “A contrapelo”. Lo hizo Giuseppe Tomasi di Lampedusa de manera magistral con “El Gatopardo” y su grandioso Príncipe de Salina. También lo hizo nuestro Josep Maria de Sagarra en “Vida privada”, la Gran Novela Catalana. Y cómo olvidar ese delirante y triste espectáculo de los Panero en “El desencanto”. De hecho, se nota que Elisa Riera es admiradora de la película de Chávarri en ese deleite y esa fascinación por ahondar sin miramientos en las miserias morales y económicas de nuestra nobleza patria, esa que aún da coletazos en algunas instituciones, que gusta de vivir de la sopa boba y de sus caducos privilegios, y que se prodiga muchas veces por los medios rosas para admiración de la plebe.

En este desfile de morales corrompidas, a Riera no le hace falta recurrir al esperpento valleinclaniano o a la imaginación, ya que esta novela gráfica, que constituye temática y estilísticamente un paso adelante en su obra, es un compendio de historias y anécdotas reales que ha ido recolectando y armando como si de un puzle se tratara.

“La estirpe fracasada” empieza con una boda y termina con un velatorio. Y, sorprendentemente, entre ambos eventos familiares, apenas existe diferencia. No hay risas. Ni llantos. Sólo la resignación de unos personajes que se mueven por la inercia de ese estatus social que deben mantener a toda costa. La última viñeta, sórdido colofón a la historia, es la puntada final a un relato a veces grotesco, y no exento de cierto morbo, donde uno se ríe por no llorar y en el que Riera ha preferido optar por un estilo sobrio, parco en tonalidades, que quizás contribuye aún más a la miseria y mezquindad de esa estirpe fracasada.

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