Con permiso de “Sirat”, “Valor sentimental” es la película europea del año, y ya se la presenta como una de las grandes competidoras en la próxima ceremonia de los Oscars. Su director, Joachim Trier, es alguien bien conocido por el público cinéfilo, gracias a “Reprise”, “Oslo, 31 de agosto”, “Thelma” y, sobre todo, a ese hit global que fue “La peor persona del mundo”, cuya protagonista, la magnífica Renate Reinsve, recupera en un papel clave.
Nos encontramos en una Noruega llamativamente soleada y primaveral, como si el director nos anunciara simbólicamente que nos hallamos ante una historia de renacimientos (y reconciliaciones) vitales. Ese patriarca del cine escandinavo que es el gran Stellan Skarsgård interpreta a Gustav, un cineasta legendario al que tal vez podemos ver como un trasunto de Ingmar Bergman, que lleva quince años sin rodar nada nuevo. Sin embargo, tras el fallecimiento de su exmujer, reaparece en la vida de sus hijas, con las que apenas ha tenido contacto en muchísimos años.
Estas son Agnes (una estupenda Inga Ibsdotter Lilleaas), quien tiene una vida estable y ha formado una familia, y Nora (Reinsve), que se ha convertido en una actriz teatral de éxito, pero también en una persona llena de desequilibrios, aquejada de ansiedades y depresiones. Ella es, casi con toda seguridad, la que más se parece a su padre y, quizás, por esa misma razón, la que siente una mayor hostilidad hacia él. Ahora Gustav la sorprende ofreciéndole el papel principal en su nueva película, que versará sobre el pasado de su familia.
Por supuesto, Nora lo rechaza, indignada. Entonces surge una estrella de cine norteamericana a la que pone rostro una sorprendente Elle Fanning, que admira la obra de Gustav y acepta el papel que él escribió para su hija. La presencia de Fanning en el reparto, además, ofrece un interesante contraste entre su estilo interpretativo hollywoodiense, mucho más extrovertido que el de los taciturnos y reservados escandinavos que la rodean.
A estos personajes sobre los que gira la trama hay que sumar un escenario: la vieja casa de la familia de Gustav, en la que se criaron sus hijas incluso después de que él las abandonara, y que fue escenario de muchas tragedias íntimas. Por ejemplo, del suicidio de la madre del propio Gustav, cuando él apenas era un niño. Trier aprovecha el escenario común en un guion que viaja entre pasado y presente, y de la realidad a la ficción cinematográfica que proyecta rodar su protagonista, un artista anciano con problemas de salud, con el alcohol y con un buen número de fantasmas a cuestas. Una estructura que recuerda, y mucho, a la de la última gran cinta de Pedro Almodóvar, “Dolor y Gloria”.
Decíamos que podíamos ver a Gustav como una versión de Bergman, y los temas que recorren “Valor sentimental” son los habituales del director de “Fanny y Alexander”: las insuficiencias del amor, los conflictos familiares, la identidad, los traumas de la infancia y su reflejo en la vida adulta, incluso la religión. Sin embargo, esta es una película mucho más ligera que las que solía realizar el maestro sueco, una que prefiere apuntar a escarbar.
Y aquí está el principal reproche que podemos hacerle a la obra de Joachim Trier: ser más elegante y precisa que apasionante, carecer del poderío expresivo de distingue a las auténticas obras maestras. Excepto en dos escenas magníficas que por sí mismas justifican en gran parte los muchos premios y parabienes que ha recibido: la crisis inicial de Nora en el Teatro Nacional de Oslo y un instante de intimidad de las dos hermanas, casi al final del metraje. Dos momentos, estos sí, del mejor cine que nos llegado en 2025.

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