La peor persona del mundo

“La peor persona del mundo” introduce en el cine del noruego –aunque nacido en Dinamarca– Joachim Trier un matizado componente de comedia del que estaban exentos trabajos anteriores como “Oslo, 31 de agosto” o “Más fuerte que las bombas”. Se añade así la cinta al grupo de filmes que compendian la experiencia vital como una mezcla enmarañada de momentos graves y ligeros. La mirada irónica tiñe los asuntos amorosos de la protagonista, Julie, una joven casi treintañera que ha ido dando tumbos en sus aspiraciones profesionales, cambiando a menudo de vocación.

“La peor persona del mundo” crece como película al mismo tiempo que lo hace su protagonista como mujer madura. Dividida en doce capítulos y un prólogo y epílogo, la cinta permite captar de manera orgánica, casi imperceptible, la madurez de Julie (encarnada con pasmosa naturalidad por Renate Reinsve, premiada en Cannes), en un lapso de tiempo de apenas cinco años. Este proceso es lo más hermoso de una película que lucha contra su propia estructura literaria desprendiéndose de excesos dialécticos al mismo tiempo que Julie alcanza la claridad de ideas. Es también un filme sobre percepciones equivocadas, ideas erróneas que solo la experiencia rebate.

Escrita por el propio Trier y su habitual coguionista Eskil Vogt, la narración sitúa en la órbita de Julie, planeta central de la película, dos satélites masculinos, poderosos personajes en sus perfiles, calculadamente opuestos y complementarios: un dibujante de cómics cuarentón y un humilde dependiente de cafetería de edad cercana a la de la protagonista.

La mirada sobre ellos es comprensiva, edificante; además, el director se permite apuntar, sin desarrollar, ideas controvertidas sobre la situación del hombre en la sociedad actual. No sería de extrañar, por tanto, que en una época de feminismo a flor de piel “La peor persona del mundo” cayera en gracia más entre el público masculino que entre el femenino. Pero, claro, esta puede ser simplemente otra percepción equivocada.