Voy a ser directo, el debut del cortrometrajista Bryce McGuire, abanderado por Blumhouse, con producción James Wan (“Saw”, “Insidious”) me ha dejado muy frio e indiferente. La que prometía ser una de las grandes apuestas del terror de inicios de este año ha resultado ser una película de sobremesa propia de los domingos, con un buen reparto, eso sí.
La película narra la historia de Ray Waller, un exjugador de béisbol que se muda con su familia a una nueva vivienda que, claro, cuenta con una piscina. Gracias a la hidroterapia, Waller empieza a experimentar una notable mejora respecto a la enfermedad degenerativa que sufre, aunque este avance tan prematuro es lo que desencadenará el misterio de la película.
El inicio de la cinta es convincente. El problema aparece conforme se desarrolla la historia, hasta decaer hasta el bostezo. El desenlace final, que debería sorprendernos, nos deja igual que cuando entramos en la sala. En cuanto al terror, escasos sustos y más bien previsibles. Duele decirlo, pero las expectativas no se han cumplido. Esperaba bastante de una película que se hunde en la propia piscina que le da título. Da la sensación de que Atomic Monster, la compañía de James Wan, no acaba de dar con su próximo pelotazo tras “M3gan” y la saga de los Warren.
Lo mejor son, sin duda, las actuaciones de Wyatt Russell –hijo de Kurt Russell– y la gran Kerry Condon, recientemente premiada por su actuación en “Almas en pena de Inisherin”.
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