“Frankenstein o el moderno Prometeo” de Mary W. Shelley es una de las creaciones más adaptadas al cine a la vez que más transformadas y traicionadas. Tomamos como genuinos elementos y pasajes que, en realidad, fueron invenciones posteriores en las diversas versiones producidas por el séptimo arte. El Frankenstein que tenemos en el imaginario también está hecho de retales, pero no humanos, sino de imágenes. Y en este marco, Guillermo del Toro, adorador del terror y el fantástico, ha levantado la mano para aportar su propia distorsión. Así, la Criatura perpetrada por el Doctor Frankenstein y que gozaba de una marcada pulsión vengativa en el original literario, pasa a formar parte, en cambio, de la galería de marginadas figuras abrazadas por el autor de “Hellboy”, “La forma del agua” o su “Pinocho” de formato animado.
Pese a ello, el cineasta mexicano se muestra fiel a ciertos aspectos de la estructura de Shelley manteniendo la presentación ambientada en el Polo Norte, pocas veces vista, e incluyendo la versión de los hechos desde el punto de vista del Monstruo. Por otra parte, entre las muchas variaciones, destaca, por coherencia y recogiendo la idea de “La maldición de Frankenstein” –la primera de las cintas de la Hammer con Christopher Lee como la Criatura–, la radicalidad en el lado oscuro y despreciable del Doctor, encarnado por un entregado Oscar Isaac.
La preponderancia de este personaje provoca que la Criatura, encarnada por un poco lucido y muy físico Jacob Elordi, se nos aparezca menos interesante, pese al añadido de ciertos poderes que lo acercan a los superhéroes de cómic. Además, la historia de amor con una sosa Mia Goth, en un personaje demasiado prefabricado, falla en generar emoción.
Así pues, y pese a todos los hallazgos y atrevimientos de los que hace gala el film –de impecable diseño de producción–, este “Frankenstein” de Guillermo del Toro es víctima de su propia ambición y, pese a un inicio espectacular, no consigue mantener la tensión en sus diversos meandros.

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