Nicolas Cage tiene mil vidas. Primero, de actor joven criticado por su gestualidad pasó a ganar el Oscar por su trabajo dramático en “Leaving Las Vegas” en 1995. Desde entonces su carrera descendiente le ha llevado, también por motivos económicos, hacia una filmografía centenaria en títulos, muchos de acción, que distan del prestigio del gusto canónico.
Así, desde su Oscar, Cage ha pasado de lo sublime a lo ridículo y, desde hace tiempo, en un inesperado giro de guión auspiciado por el desacomplejado cambio generacional en la crítica, al intérprete se le ha dibujado la simétrica segunda parte de la parábola: de lo ridículo a lo sublime. Sus cintas, por disparatadas que puedan sonar a priori, son recibidas con alegre expectación
Así, “El insoportable peso de un talento descomunal” es un regalo para los fans del actor, quien, consciente de su condición actual de mito popular, también produce el film. En esta segunda cinta de Tom Gormican –en 2014 había dirigido “Las novias de mis amigos”, con Zac Efron–, Cage se interpreta a si mismo o una versión juguetona de él y se lo pasa en grande. El retrato que nos llega es el de un adicto al trabajo egomaníaco, cinéfilo y grandilocuente –como señala el irónico y pomposo título– que por cuestiones de azar se encuentra en Mallorca atrapado en una trama propia de una de las películas del Cage real: ha de rescatar, junto a la CIA, a la hija del Presidente de Catalunya [sic].
Con una carga de inusitada cinefilia, que incluye tanto al clásico alemán “El gabinete del Doctor Caligari” como a la comedia familiar “Paddington 2”, además de a otros títulos de Cage, el film se sirve de la figura del actor para hablar de la dificultad de ser uno mismo –Cage, en su salsa, se desdobla con un alter ego, a modo de indeseable Pepito Grillo– y, sobre todo, del efecto del cine en nuestras vidas; incluso la película menos pensada puede tener la mayor repercusión. “El insoportable peso de un talento descomunal” funciona, pues, como una divertida validación de la carrera de Cage.
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