Entre melenudos, chicas ligeras de ropa, músicos colocados, freaks y estrellas del rock, Pauline Butcher llamaba la atención, desentonaba como una nota impoluta en una partitura llena de tachones. Aquella chica inglesa de buenos modales, pelo limpio y que nunca decía palabrotas ni tomaba drogas era un accidente en aquella comuna sin puertas en la que bien podías encontrarte a Jeff Beck desayunando como a John Mayall de visita. Cómo acabó aquella aspirante a modelo de veintiún años viviendo en la comuna de Frank Zappa es una historia de casualidades, pero sus años como secretaria del músico son un relato de contrastes que muestra la vida de la contracultura californiana de finales de los años sesenta desde un punto de vista totalmente diferente. Frente a la locura de aquella vida sin orden, Butcher surge como una figura de firmes valores morales que lucha por hacerse un hueco en ese mundo atraída por el fascinante universo de Zappa y por el carisma de un artista que atravesaba en esos años su mejor momento creativo.
La historia comienza con una llamada que nadie quiere atender y que requería que una de las mecanógrafas del despecho londinense en el que trabajaba acudiese a un hotel para hacer una transcripción. Nadie quiso ir y le tocó a ella. “Aquella llamada cambió mi vida”, recuerda ahora Pauline. Con veintiún años se trasladó a Laurel Canyon a trabajar para Zappa. Pauline soñaba con el glamour de Los Ángeles y se topó con una realidad bien diferente. Pero aquella estirada inglesa de nulos conocimientos musicales se supo adaptar al caos que rodeaba a Zappa y hacer un curioso retrato de esa época desde los ojos de alguien ajeno a ese mundo.
“¡Alucina! Mi vida con Frank Zappa” ofrece un personal retrato de la vida junto al peculiar músico, su banda y la decena de personajes que deambulan a su alrededor o que vivían de su generosidad. Ante la habitación de Pauline desfilan Mick Jagger, Eric Clapton, Captain Beefheart o Rod Stewart, pero también groupies, artistas de la contracultura o personajes tan extravagantes como Cynthia Plaster Caster, que se dio a conocer por los moldes en yeso que hacía de los penes de las estrellas de rock. “De Frank aprendí dos cosas muy importantes, a ver el sexo de otra manera y a confiar en mí misma”, apunta Pauline. La mirada de Butcher se abre a un nuevo mundo y desde las barreras de su conservadora educación británica va aceptando y apreciando a personajes que poco tienen que ver con ella. La inglesa, que llegó a Estados Unidos para visitar a sus hermanas por tres semanas, acabó pasando un lustro en California. “Frank nunca me dijo por qué me contrató pero con el tiempo me dijeron que le gustaba que no fuese una admiradora suya y que respetaba mi inteligencia y por eso siempre me insistió en que debía hacer mis propios proyectos”, relata.
Cuando todo acabó, Pauline regresó a Londres y pasó página. A pesar de ello mantuvo la relación con Zappa y su mujer Gail hasta poco antes de la muerte del cantante en 1993. “En algunos momentos eché mucho de menos esa vida”, admite Pauline. Pero a sus nuevas amistades les ocultaba su pasado con Zappa y aquellos años se aparcaron en algún rincón de su memoria hasta que su hijo se fue a la universidad. “Ahí retomé mi sueño de ser escritora”, confiesa. “Alguien me dijo que si quería hacer un libro tenía que hacerlo de algo que solo pudiese escribir yo”. Así comenzó el proceso de recuperar las largas cartas que Pauline mandaba a casa y que son el diario de sus días junto a Zappa, del que ofrece un retrato desmitificado separando al artista del hombre común, jefe, padre y marido, con sus virtudes y defectos. Pauline cree que a Zappa le hubiera gustado el libro. “Siempre me insistió en que escribiese de aquello”, señala la inglesa, que solamente se arrepiente de una cosa de aquellos días, no haberse llevado su cámara.
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