'La Casa del Diablo' narra una historia fascinante sobre el true crime, la adolescencia, la marginalidad social y el respeto a los muertos (asesinados) y a sus familiares y allegados, con la que se puede decir que el músico, líder de The Mountain Goats, se doctora como uno de los grandes narradores de la literatura norteamericana actual, aunque su carrera como novelista sea bastante más corta que la de músico, en comparación. Este es el resultado de la entrevista que mantenemos por escrito.
Has vivido en Iowa, Chicago, Portland, Milpitas y Durham. ¿Querías trasladar ese desarraigo a los personajes principales de La Casa del Diablo, quienes también han vivido en ciudades muy distintas?
Es curioso: creo que es cierto que mis personajes se mueven mucho porque yo me mudé o me hicieron mudarme cuando era más joven, pero llevo viviendo en Durham desde 2003. ¡Son veinte años! Nunca he estado viviendo en el mismo lugar tanto tiempo en toda mi vida, y es fantástico. Me encanta que mis hijos ni siquiera puedan imaginar cómo sería cambiarse de casa. Pero también creo que esto es bastante normal en algunas partes de los EE. UU., especialmente en California: siempre me ha parecido que la gente de California nunca se queda en el mismo sitio. No sé si los datos realmente respaldarían esto, quizá tan solo estoy proyectando mi propia experiencia, pero California me parece inherentemente nómada.
“Como escritor soy capaz de llegar más lejos que como músico”
En España no estamos muy familiarizados con los llamados años del pánico satánico norteamericanos durante los años ochenta, más allá de algunas películas. ¿Te impactó como adolescente?
Fue una auténtica movida, sí, aunque mi experiencia fue más bien desde la óptica de los adultos: yo era enfermero psiquiátrico en aquel momento, y eso de "creer a los niños" era el grito de guerra, claramente. Y te diré que, aunque aquello fue una cuestión de pánico moral, escuchar a los niños es realmente importante, no debemos desdeñar las cosas que dicen. Nos están diciendo qué les parece este mundo. Teníamos, por ejemplo, en un hospital en el que trabajé, un formulario de admisión de veinte páginas con preguntas y más preguntas sobre el abuso ritual, que en realidad no era algo tan común. Y a veces teníamos a niños ingresados cuyos padres estaban asustados por lo que estaban leyendo o escuchando. Yo pensaba mucho sobre ello. Pero el pánico moral no es nuevo: la Inquisición también lo fue, aunque en su caso la Iglesia se benefició de él, mientras que es difícil decir quién se benefició del pánico satánico, que parece más bien un momento de preocupación colectiva y engaño social.
Creo que la descripción de la adolescencia es muy importante en el libro, y especialmente la forma en la que nos vemos a nosotros mismos como adolescentes desde la distancia del tiempo, ya con cuarenta o cincuenta años. ¿Sueles pensar en eso en tu día a día?
En mi día a día suelo pensar en lo que tengo directamente delante: mi horario y el trabajo que necesito hacer. Intento de forma activa evitar los momentos de demasiada introspección, porque creo que no es saludable pensar demasiado en mí, en mí y otra vez en mí. Obviamente, no podemos evitar pensar mucho en nosotros mismos, somos humanos y los humanos tienden a eso, pero últimamente creo que el yo en el que me he convertido, que es la suma total de todos mis yoes anteriores, es simplemente mejor. ¿Sabes? Realmente no te daría un centavo por mi yo más joven, era un desastre. Al mismo tiempo, ese joven que fui me dio algo sobre lo que construir, y a partir de esos comienzos me he construido una persona que, al menos la mayoría de los días, me resulta agradable. Así que creo que ahora mismo me encuentro en una buena combinación de gratitud hacia mi yo más joven, por lo que me dio, y al mismo tiempo un juicio severo sobre sus peores aspectos.
La trama principal se desarrolla en Milpitas, un lugar donde también viviste. ¿Qué recuerdo tienes de aquellos días y en qué medida te impulsaron a localizar allí la acción?
Estuvimos allí muy poco tiempo. Yo tenía seis años cuando nos mudamos allí y nos fuimos poco después de que cumpliera siete. Pero era un niño, y a esa edad los lugares en los que vives te marcan mucho. Tuve una amistad muy fuerte que se rompió abruptamente cuando nos fuimos. Fue de repente, porque ya no era seguro para mi madre y para mi seguir viviendo con mi padrastro. Pueblos como Milpitas en los años setenta ya no existen. Todo ha ido haciéndose mucho más grande en los EE.UU., con lo que Milpitas para mí existe en un estado doblemente ficticio: el recuerdo poco fiable de la infancia y el romance con un pasado irrecuperable. Cuando estás escribiendo ficción, si puedes multiplicar las ficciones que estás superponiendo en una ubicación geográfica real, puedes hacer que sucedan cosas interesantes en ese espacio.
¿Crees que esas pequeñas ciudades norteamericanas, que parecen perdidas en medio de la nada, son más atractivas que las grandes ciudades a la hora de situar en ellas esta clase de historias de macabros crímenes?
Bueno, es una dinámica un poco triste: todo el mundo ha oído hablar de Nueva York, por ejemplo, así que si alguien muere en Nueva York, nadie dice “ajá, ahora sé más cosas sobre Nueva York, es donde muere la gente”. Pero si un pueblo es pequeño y sucede algo malo allí, entonces se vuelve conocido como el lugar donde sucedió algo malo. No creo que esto solo sea cierto en los EE.UU. Creo que también ocurre a nivel mundial. Pero parte de la idea central del libro es lo injusto que es: todas las historias de personas normales que hacen las cosas heroicas que todas las personas normales hacen todos los días para crear vidas significativas para sí mismas, todas esas historias no reciben la misma atención que las historias espeluznantes de sangre y muerte que consigue el crimen. E incluso dentro de esas historias, la gente habla más sobre los asesinos que sobre sus víctimas. Sin embargo, hay una cuestión dual en el trabajo de La Casa del Diablo, porque, cuando un pueblo pequeño se está convirtiendo en un lugar más grande, los sitios donde vivía y trabajaba la gente son demolidos, y en la historia que contamos sobre el pueblo un poco más adelante, hablamos de lo que se construyó encima de los lugares donde esas personas vivían y trabajaban. Así que el libro trata, en parte, sobre dónde elegimos poner nuestro enfoque.
¿Crees que hay una saga criminal típicamente californiana desde los sucesos de la familia Manson que resulta atractiva?
Bueno, soy de California, así que para mí el atractivo de California es que es el lugar donde se formaron originalmente todas mis impresiones del mundo. Lo conozco mejor que otros lugares, no necesito investigar mucho para pintar un cuadro sobre ella. Y Milpitas está muy lejos de Cielo Drive. El crimen por el que Milpitas es más conocida es el asesinato de Marcy Renee Conrad, ficticio, que aparece en la película Instinto Sádico (Tim Hunter, 1986), y eso sí estaba en mi mente cuando escribí este libro.
¿Podríamos considerar a Gage Chandler, el protagonista, como un alter ego tuyo?
No, no lo creo. Gage fue a la universidad justo después de la escuela secundaria, obtuvo un título en periodismo y luego encontró su sitio en el mundo escribiendo libros. Él se mete de lleno en esa actuación de método que supone ir al lugar sobre el que está escribiendo e imaginarse a sí mismo dentro de lo que ocurrió, y escribe no ficción. Él es un escritor, y yo soy un escritor, pero creo que las similitudes terminan ahí. Sí te diré que al final del libro se parece más a mí que al principio.
El libro introduce cuestiones éticas y morales acerca de la responsabilidad social del escritor de novelas true crime, ya no solo por las repercusiones que pueda tener su obra sobre la gente que ha muerto, sino especialmente por los familiares y amigos que aún viven y los tienen en el recuerdo. ¿Necesitabas reforzar ese aspecto porque crees que suele quedar en el olvido por parte de quienes escriben sobre crímenes reales?
Sí, es difícil hablar de esto sin parecer un poco puritano, y yo no lo soy, me gustan la sangre y las vísceras tanto como a cualquiera. Pero hay un momento en el libro donde alguien le enseña a Gage que en una novela de crímenes reales hay dos tipos de personajes: el héroe y sus víctimas. Y creo que hay algo de verdad en eso. Cuando pones el foco en alguien, lo elevas, no puede ser de otra manera. Vemos esto en la política ahora mismo: las personas hacen o dicen algo horrible y luego encuentran a otras personas que piensan que es genial que hayan hecho algo horrible, y esas personas se convierten en sus seguidores. Y la historia de un asesino es simple: algo salió mal en alguna parte, y esta persona se convirtió en un asesino, y luego nos detenemos en los detalles. Pero creo que las historias de las personas cuyas vidas quedan marcadas por el asesinato son mucho más profundas: son las historias de personas como Jana Larson.
Apenas hay referencias musicales en La Casa del Diablo. ¿Necesidad de distanciarte de los clichés de los músicos que desarrollan carreras paralelas como novelistas?
Sí que las hay, de hecho hay una canción sonando por la radio cuando Jesse y Gene irrumpen en el apartamento de Diana Crane. Pero sí, no escribo libros como músico. Los libros no son parte de mi expresión musical y no los escribo para ampliar ese vocabulario. Pero la música es parte de la vida, por lo que normalmente habrá algo aquí o allá en mis libros.
¿Tienes escritores favoritos actuales? ¿Y referentes del pasado?
Debo admitir que la mayoría de los escritores que leo están muertos. De los vivos, me gusta Andres Neumann, me gusta Marie Ndiaye y hay un escritor francés que publica principalmente bajo el nombre de Antoine Volodine, pero también publica bajo un montón de otros nombres (como Lutz Bassman o Manuela Draeger) y sitúa todos sus libros dentro de este inmenso mundo post-totalitario: es complejo y difícil de explicar, pero una vez que estás dentro, es realmente genial, creo que he leído cuatro libros suyos. Aunque ahora mismo estoy leyendo Anna Karenina (1877), de Tolstoi. Creo que las novelas de Joan Didion y los cuentos de Robert Aickman son dos grandes influencias para mí. Didion por el estilo, Aickman por lo que yo llamo “la revelación”, por maximizar el impacto cuando algo emerge finalmente de las sombras.
La Casa del Diablo ha sido nominada al premio Edgar Allan Poe a mejor novela del año. ¿Cómo te sentiste al saberlo?
Bueno, ¡me hace sentir bien! Nunca espero ganar, creo que lo que hago suele ser un poco extraño para ganar un premio, pero es bueno obtener algún reconocimiento. Y de hecho pude asistir a los Edgar; con otros premios no pude ir a la ceremonia porque estaba de gira, pero mi agenda me lo permitió esta vez, y fue un verdadero placer arreglarme y cenar con los otros escritores y demás.
¿Estás de acuerdo con quienes creen que es tu mejor novela?
¿Lo creen de verdad? Estoy feliz si es así, y espero que así sea; Creo que es probablemente el más completo de mis libros, si eso tiene sentido: su historia abarca varios años, rastrea algunas preguntas a lo largo del camino de la vida de varias personas. Estoy más que feliz con eso, creo, aunque tengo verdadero cariño a Universal Harvester (2017), un apego personal hacia él.
El último álbum de Mountain Goats, "Bleed Out" (2022), tenía muchas referencias a los thrillers, a consecuencia de muchas películas de venganza y asesinatos que tuviste la oportunidad de ver durante el tiempo de pandemia en los que la actividad musical, al menos tocar en vivo, se pospuso, y que te hizo gozar de más tiempo libre. ¿Tuvo alguna influencia en la escritura de La Casa del Diablo?
No, creo que el libro ya estaba acabado cuando empecé a escribir las canciones del disco.
El libro tiene 486 páginas y desarrolla un asombroso rango de detalles en todos los aspectos posibles relacionados con las investigaciones criminales. ¿Cuánto tiempo te llevó escribirlo?
Empecé a trabajar en La Casa del Diablo antes de que se publicara "Universal Harvester" (2017). Nunca ha estado tanto tiempo con un libro, creo que fueron cinco años en total. Pasó por muchos cambios: la quinta parte originalmente era mucho más larga porque dedicaba más espacio a la investigación del crimen en Milpitas. Era muy extenso y estructuralmente reflejaba la parte tercera, con todos esos subtítulos dentro de los capítulos. Entonces un día me pregunté: ¿qué es realmente importante aquí, una investigación criminal o las personas investigadas? Había estado trabajando en el libro durante tres años o más, cuando me hice esa pregunta, con lo que deseché unas setenta y cinco páginas y comencé la quinta parte de nuevo, para darle la forma que tiene ahora.
Después de publicar más de veinte discos y tres novelas, ¿te consideras mejor músico o escritor? ¿O son tareas completamente diferentes y es inútil compararlas?
Son muy diferentes. Pero soy mejor escritor de canciones que músico. Como músico todavía estoy tratando de alcanzar un nivel en el que esté feliz con mi forma de tocar. Como escritor creo que soy más capaz, puedo hacer más cosas con las palabras.
Vives en Durham (Carolina del Norte). ¿Cómo te sientes formando parte de su escena musical? ¿Tienes relación de amistad con los Castaways o Sylvan Esso?
No conozco a los Castaways, pero sí un poco a Nick Sanborn, de Sylvan Esso. Los Mountain Goats grabamos "Bleed Out" (2022) en el estudio de Sylvan Esso, que se llama Betty y está en el bosque de Chapel Hill.
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