I am the resurrection! 2017, el año de las reuniones
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I am the resurrection! 2017, el año de las reuniones

José Carlos Peña — 29-03-2017
Fotografía — Archivo

La tentación de los festivales

Porque en los últimos 20 años, con el imparable auge de la música en directo y el dinero que manejan como única compensación (junto a las giras) a las desesperantemente exiguas ventas de discos, festivales como Coachella o Glastonbury han jugado una baza fundamental en las reuniones más sonadas (Pixies, New Order…). Más aún, eventos de prestigio como Primavera Sound han apostado por dar su momento de gloria a formaciones que en su día fueron criminalmente ignoradas por el público y la crítica, incluso ambos. Algunos casos: Los norteamericanos The Archers of Loaf, autores de cuatro excelentes discos de inclasificable indie-rock enérgico que en los 90 pasaron casi sin pena ni gloria; los visionarios padrinos del post-rock Slint; o el trío femenino Babes in Toyland (cuya resurrección de hace un par de años acabó, por cierto, con la bajista Maureen Herman sumariamente expulsada después de que escribiera un polémico artículo en relación a su propia violación). Más sonada fue la reunión puntual de los padrinos del emo Sunny Day Real Estate en 2010, que les llevó a legendarios conciertos en el Primavera Sound y Coachella. Los planes para un nuevo álbum parece que se fueron al limbo tras algunas sesiones infructuosas que evocaron la tormentosa relación que acabó con ellos originalmente durante la grabación de su segundo disco (aunque después habría dos más). ¿Serán los muy tentados Fugazi los siguientes? No parece probable, dado el nivel de sobria honestidad de Ian MacKaye y su compromiso con su pareja en The Evens. Aunque, en realidad, nunca se han separado oficialmente, la posibilidad de ver a Fugazi encabezando un Coachella parece poco menos que inconcebible. Sin embargo, el momento de gloria de la reunión festivalera en no pocas ocasiones se prolonga en una segunda vida, con nuevas canciones y disco en el horizonte. Preludio de la gira, claro. Caso de la banda británica Ride.

Para giras lucrativas y adelantadas, la de los Sex Pistols, en 1996. Por algo se bautizó Filthy Lucre Tour. Años después todavía pudimos ver a John y compañía, con más pena que gloria, en el efímero festival Summercase de Madrid. John Lydon, zorro viejo, se anticipaba a las críticas del personal y allanaba el camino para resucitar, con más tino, P.I.L., cuyos dos discos recientes mantienen el tipo. No se puede decir lo mismo de otros compañeros de generación como Gang of Four. Pero en pleno revival del post-punk tiene toda la lógica que ellos y gente como The Pop Group, quieran vivir una segunda juventud. Ni ellos ni bandas tan influyentes como Wire pudieron disfrutar de aquel momento. Las glorias de Madchester Happy Mondays antecedieron a Stone Roses en poco memorables reapariciones en este siglo, sin que sepamos a estas alturas si los de Shaun Ryder están en activo o no.

Así que poco a poco, como quien no quiere la cosa, van apareciendo en Facebook o en otros canales de Internet adelantos de los nuevos discos de los grupos de nuestra adolescencia o juventud: Ride lo han hecho con Charm Assault, un tema que no desmerece su material del 90, abandonando las veleidades rockeras clásicas que parecieron condenarles en su momento ante su parte de su público, y que precede el lanzamiento veraniego del nuevo álbum producido por el DJ Erol Alkan. En directo me resultan fríos, pero sus celebrados juegos de voces suenan más afinados que nunca y nadie pone pegas al sombrero de Mark Gardener. Una de las grandes ventajas de ser mayor es que, normalmente, se toca mejor. Se pierde fuego pero se gana en precisión.

 

¿Rockeros descafeinados?

Pero si hablamos de rock and roll, esa ventaja puede ser letal. Con Amputation, el aseado single de su inminente nuevo disco Damage and Joy, The Jesus and Mary Chain parecen resurgir justo después de su disco del 98 Munki, lo cual no es precisamente motivo de fiesta. Comparando alguno de sus recientes y (sólo) competentes conciertos con aquella banda que hacía trizas el lenguaje del rock y lo regurgitaba, no salen favorecidos. Lo tienen más crudo, ciertamente. Seguramente la voz de Jim esté más en su sitio y William toque mejor, pero lo que vi en el 2008 (Summercase, también) fue una pálida copia de lo que había escuchado en sus discos seminales. Es lo que hay.

Lo de Slowdive, en cambio, tiene mejor pinta: Resucitados en 2014 tras casi 20 años de ostracismo, Star Roving, su nuevo single, suena rotundo y poderoso. Aunque sacrifica la sutileza de aquellos tres álbumes seminales de los 90, muestra a una banda que parece haberse reinventado a estas tardías alturas sin perder su personalidad. Neil Halstead parece haber comprendido que los tiempos no demandan sutilezas folk. Que es ahora o nunca. Y la expectativa es máxima, dentro de lo que esto puede significar en 2017.

Otros casos de grupos reflotados en los últimos años están puramente asociados a su frontman, o mejor dicho, artífice: Nadie puede imaginarse a The Wedding Present (nombre resucitado en 2005 tras un largo paréntesis) sin David Gedge, de igual modo que no tiene sentido concebir a los también resucitados con nuevo disco notable (Do To The Beast) The Afghan Whigs sin su hombre fuerte, Greg Dulli, o a los padres del pop low-fi imaginativo Guided by Voices, sin el incontinente Robert Pollard, que también resucita al grupo de tanto en cuanto (tocan en Coachella este mismo año). En estos casos, poco importa al público que las formaciones sean a menudo diferentes. Tiene sentido que los artistas se refugien en sus respectivas bandas seminales. Aunque a veces no sucede: hace pocos años años, Bob Mould celebró el legado de Sugar con su banda habitual de los últimos tres discos, en lugar de reclutar a sus compinches originales. Tenía toda la lógica, ya que en su momento el bajista David Barbe, productor desde los 90, se bajó del carro para atender obligaciones familiares, y el batería Malcolm Travis tuvo que enterarse por terceros de que ya no existían y pasaron años antes de que se reconciliara con Mould.

Hay que comprender, en fin, que en una industria musical tan sumamente volátil y compleja, donde el dinero está en las giras y, sobre todo, los festivales, cuando los discos se han quedado en poco más que una excusa para tocar en ellos, casi nadie puede permitirse el lujo de dejar incólume su leyenda. Que las ofertas de los festivales o las promotoras son, muchas veces, irrechazables. ¿Qué haríamos nosotros en su lugar? ¿No somos cínicos cuando les juzgamos? Lo único que podemos pedir legítimamente a las bandas que regresan de la paz de los cementerios es un mínimo de respeto a su legado, que es como decir: Un mínimo respeto a la memoria que nos acompaña. Incluso en el peor caso, siempre nos quedarán sus buenos discos y nadie nos quitará nuestros recuerdos.

En las notas interiores del álbum recopilatorio de The Jesus and Mary Chain 21 Singles de 2002, los hermanos Reid decían, con su vitriolo habitual: “El negocio musical es un lugar terrible en el que estar: El 5% de nuestro tiempo lo dedicábamos a hacer música y el 95% restante, a ocuparnos de gilipolleces, pero nos las apañamos y prosperamos. Hacia 1998 decidimos que habíamos llevado a la banda todo lo lejos que podíamos mientras fue divertido, así que lo dejamos y matamos a JAMC. No estábamos tristes, sino alegres”. Pues están de vuelta. ¿Están hoy más dispuestos a tratar con las gilipolleces del negocio? Me quedo con aquella atinada frase-película de James Bond: Nunca digas nunca jamás. Por si acaso. Esperemos que ellos, y también los demás, tengan muy buenas razones.

 

La segunda vida de la banda de rock definitiva

Como se explica en el reciente documental de Jim Jarmusch Gimme Danger, The Stooges, el grupo que junto a sus compañeros de sello en Elektra MC5 catalizó el blues sucio, crudo, desafiante y aguerrido que precedió al punk e influyó en innumerables jóvenes (y bandas) de la época, no pudo disfrutar de un minuto de gloria. Disueltos en 1975 en medio de un caótico torbellino de drogas duras, excesos inconcebibles, conciertos desastrosos, muertes trágicas (del bajista original Dave Alexander) e incomprensión general, la banda de los hermanos Asheton e Iggy Pop se dio a sí misma una segunda oportunidad en el siglo XXI. Hubo hasta un disco nuevo, The Weirdness (Virgin, 2007), grabado con su pericia habitual por Steve Albini (que tiene en Fun House su disco favorito de todos los tiempos), e injustamente infravalorado en su momento. Torpedos de rock asilvestrado, amenazador y anguloso como My idea of Fun o ATM hacían justicia al legado eterno de los Stooges. La muerte del guitarrista Scott Asheton en 2009 le hizo ser naturalmente reemplazado por el hombre de Raw Power, James Williamson, rescatado de un trabajo de oficina para el circo del rock. La defunción del batería Scott en 2014 parecía dar por finalizada esta improbable y más que merecida resurrección, con la que el público pudo experimentar parte de la energía cruda de la banda de Detroit, perseguida por la mala suerte y la implacable guadaña. Pero la buena acogida de Gimme Danger podría forzar un epílogo. A estas alturas, lo hemos visto casi todo.

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