Sangrín
Discos / Pablo Und Destruktion

Sangrín

8 / 10
Luis J. Menéndez — 20-01-2014
Empresa — Discos Humeantes
Género — Rock

Dándoles la razón a quienes señalan los tiempos de crisis como un periodo abonado para la creatividad, la deprimida Asturias vive su momento de mayor gloria musical en casi dos décadas entre supervivientes de la generación de los 90 (Nacho Vegas y asociados, Elle Belga, Dos Gajos, Las Nurses, Pauline En La Playa,…), nuevos valores (Axolotes Mexicanos, Chiquita Y Chatarra, Lorena Álvarez, Los Bonsáis, Los Guajes, Huias, Montañas,…) y una cada vez más heterodoxa escena electrónica. Y como un faro en medio de esa riada de nombres aparecen los dos proyectos más representativos cuando toca tomar el pulso a lo que ocurre por allá arriba: Fasenuova y Pablo Und Destruktion. Compañeros de local y de sello, la huella del dúo industrial de Mieres también se deja notar en el arranque del segundo disco de Pablo con el ritmo minimalista y aguerrido que marca el tiempo de “Aire puro”.

Es una advertencia del tono que caracteriza a “Sangrín”, un trabajo mucho más robusto y encabronado que “Animal con parachoques” en el que Pablo abandona aquella psicodelia lo-fi para dejarse acompañar por sus particulares Bad Seeds. Porque lo primero que llama la atención de esta colección de canciones es la apuesta por el formato banda, con un protagonismo muy especial del piano y el violín puntuando los pasaje más líricos y situándose las más de las veces al borde del arrebato eléctrico. Esa apuesta por un rock primario y sin embargo ornamentado, por la catarsis y por la introducción de elementos localistas tanto a nivel temático como instrumental, sitúa a Pablo y los suyos en un espacio bastante cercano al de Nacho Vegas o Lucas 15, especialmente en medios tiempos como la hermosa “Powder” o esa crónica rural en forma de balada que es “Mamina que pena”. Pero Pablo Und Destruktion no hace prisioneros y es su radicalismo y visceralidad lo que, más allá de paralelismos estéticos, le convierte en un proyecto personalísimo, único dentro y fuera de nuestras fronteras.

A pesar de que las canciones se desarrollan en un contexto blues-rock más o menos clásico, decisiones de producción como el plano de la voz, la utilización de efectos en ésta o el vociferante speech alrededor del que se construye “Por cada rayo que cae” –desde ya uno de los puntos álgidos de su directo- producirán una mueca de extrañeza en ese oyente poco dado a los experimentos. Desde el primer día Pablo ha conducido sus canciones y -muy especialmente- su peculiar universo lírico por una cuerda floja que se balancea entre lo cómico y lo grave, el ridículo y lo sublime, con imágenes de una España desdentada, túneles que comunican Asturias y Moscú o invocaciones a “superdotados o autistas” protagonistas de un levantamiento popular. Podemos volver a reír a costa del loco o rendirnos ante uno de los jóvenes músicos que plantea una alternativa ante los grandes males del pop nacional: mimetismo y ausencia de riesgo. Y a la vista de cómo está el patio, cada día que pasa parece más evidente que todo nos iría mucho mejor si el premio del aplauso fuera siempre para los valientes.

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