“Los que vivimos en el pueblo somos la resistencia”
Entrevistas / Rodrigo Cuevas

“Los que vivimos en el pueblo somos la resistencia”

Marcos Gendre — 20-02-2020
Fotografía — Archivo

Agitando el árbol de las tradiciones, así es como se presenta Rodrigo Cuevas en “Manual de Cortejo” (Aris Música/Altafonte, 19), un prodigio en el que investigación y vanguardia han regado las raíces a golpe de autodescubrimiento. Y, de paso, nos ha regalado un presente de última hora que le convertirá en un artista de lo más alabado.

Sobre todo ello y mucho más nos habla un Rodrigo Cuevas sabedor de haber parido una criatura de resistencia en tiempos globalizados.

El otro día el periodista Luis Lles me comentaba que hace mucho tiempo que piensa que de la intersección de raíces y cables está desarrollándose la mejor música de ahora mismo. "Manual de Cortejo” entra de lleno en esta definición.
Eso cae de cajón. Si lo mejor que se hace en Estados Unidos es del resultado de todo eso. Como Beyoncé, que vende mogollón de discos y hace una música muy comercial pero de calidad, tanto en lo vocal como en lo musical. Se trata de alguien que está siempre investigando, a la vanguardia, absorbiéndolo todo. Ella es un ejemplo de que todo lo que triunfa tiene que tener algo tuyo. Si haces una imitación todo el rato de lo estadounidense, de lo anglosajón, al final va a ser una fotocopia barata.

Dentro de esta intersección entre raíces y cables, también has dotado de un fuerte peso narrativo al disco, con voces del rural asturiano como en “Fíjate si era rojo” o en varios trozos de “Rambalín”. ¿Hasta qué punto es relevante para ti preservar esas voces del pasado? ¿Qué importancia tiene esta narrativa dentro de un discurso lírico?
En este disco no solo voces del rural, sino concretamente La Tarabica, que habla en “Fíjate si era rojo”, “Rambalín”, “Muiñeira…”. Ella era una mujer de barrio pesquero, duro, de Xixón: el barrio más popular de Gijón, históricamente hablando, antes de que se convirtiese en un lugar tan industrial. Me quiero fijar también en lo urbano porque muchas veces los que hacemos música tradicional idolatramos mucho el mundo rural y lo hacemos tan, tan bucólico. Lo idealizamos tanto que se nos olvida que en el mundo urbano también hay muchas historias antiguas que nadie documenta. Yo tengo siete horas de grabación de La Tarabica contando su vida. Ella, hablando, tiene un poderío lírico que es muy comparable a toda la música tradicional antigua. Yo vengo del rural y vivo en el rural porque me enamoré del rural. Nací en Oviedo, pero ya de pequeño mi abuela vivía en un pueblo del norte de León, y pasaba allí todo el tiempo que podía, con los vecinos que tenían animales. Me enamoré de los animales y del rural desde pequeño. Para mí no es difícil transmitir eso porque creo que mi misión como artista es hablar de lo poético del mundo rural. El disco lo comienzo con unos fandangos y un texto que habla de la decadencia de la muerte del mundo rural, de la muerte de una era. Y me gusta hablar desde ahí. Asistimos a la muerte de una era, es el fin de lo comunitario, entramos en lo individual. Pero todavía podemos utilizar todas estas cosas que aprendimos de esa época, que es la época humanista por necesidad, de hacer las cosas en colaboración con los demás porque no había otra.

"Lo de “agitador folclórico” es una etiqueta que me pongo, que suena bien para definir todo, que al final me deja mucha libertad".

¿Cómo entras en contacto con Refree y qué ha aportado al concepto final del disco?
Refree vino a Gijón a hacer un concierto con Rosalía cuando estaba con “Los Ángeles”. Mi manager, Carlos Barral, era el promotor del concierto y entonces le dejó un disco mío. Le dijo que me viniese a ver en directo, que no me juzgara solamente por el disco. Y entonces, un día que fui a Barcelona, le escribí y le invité a venir al concierto. Pensé que no iba a venir (risas). Le dije que me saludara al acabar. Él había pedido la invitación, pero al acabar no me saludó. Entonces pensé que no le había gustado, y ni quiso venir a saludarme. El espectáculo tenía una parte muy petarda y él va mucho más a lo profundo, a lo más lírico. A las dos o tres días me escribió diciéndome que le había gustado mucho el concierto. Quería que hiciéramos algo juntos. Me dijo que no había venido a saludarme al final del concierto porque no le gusta estar agobiando a los artistas. Pero que le había encantado y que quería hacer un disco. A las tres o cuatro semanas, me fui a Barcelona y estuvimos tocando en su casa. Y ahí empezamos.

Personalmente, contemplo “Manual de Cortejo” como un puente entre tradición oral y contexto sonoro de poderosa contemporaneidad. ¿Cómo fue surgiendo el molde instrumental de este híbrido, como algo preconcebido o un proceso natural de descubrimiento?
Fue un proceso totalmente natural. Yo llevé unos cuantos temas en versión maquetera de lo que quería hacer. Para el estudio de Raúl, me llevé un montón de discos, libros, referencias, grabaciones de campo. También textos donde se habla de las edades del hombre, del nacimiento, del crecimiento, de la muerte del mundo tradicional. Le llevé todo ese universo a Raúl, que aún no conocía la música tradicional del Noroeste de la Península. Mientras se lo llevaba, le intenté meter en mi mundo. Me lo traje a Asturias, me lo llevé al monte a grabar a señoras que tocan con la pandereta. Nos pasamos diez días grabándolas. Y con todo eso ya nos fuimos a Barcelona a empezar a trabajar en la producción del disco. El planteamiento que llevaba en esas versiones maqueteras lo borramos y empezamos todo desde cero, buscando el instrumento que mejor quedase en cada canción. De lo que llevaba pensado, lo quitamos todo (risas).

En este sentido, ¿cómo se ha desarrollado el proceso creativo de este disco? Porque da la impresión que la producción en cortes como “Xiringüelu” o “Ánimes del purgatoriu” ha estado muy ligada al proceso compositivo.
Justamente, estas dos canciones tuvieron dos procesos totalmente contrarios porque “Xiringüelu” no es una canción tradicional en sí. Tiene partes compuestas por mí, tiene partes tradicionales, pero están mezcladas. Hay melodías de diferentes canciones asturianas. Y entonces lo llevaba un poco estructurado. De esta sí que llevaba una versión más maquetera, pero empezamos desde cero, quitamos partes, añadimos. Fue también como una investigación sobre el ritmo. Partimos sobre todo de la percusión y la voz. Intentamos que, aunque todos los ritmos fuesen muy electrónicos, todo fuese desde el ritmo y la voz, que es lo esencial de la música tradicional del norte, donde apenas había instrumentación armónica. Sobre “Animes del purgatoriu”, yo no pensaba hacer esta canción. Después de estar en el estudio un montón de días, no me acuerdo cómo surgió exactamente, pero salió algo como muy oscuro, y le dije a Raúl que tenía una canción que podía quedar súper bien porque es totalmente tradicional. Una que se canta así en la noche de Ánimes en la zona de Rioxa, donde las mujeres salen con unas mantillas hasta los pies, pidiendo limosna de casa en casa, tocando una campana. Es una canción súper siniestra, oscura. Esa sí que fue un proceso totalmente espontáneo, en live. Raúl se puso a improvisar con piano sobre la voz. Y al final quedó esa cosa tan oscura.

"Los primeros espectáculos que hice, sobre todo el primero y el segundo, creo que estaban más en la parte más performántica, en la provocación y lo escénico. Tenía un poco más descuidada la parte más fonográfica".

Para mí, uno de los puntos fuertes del disco fue haber encontrado el equilibrio entre rítmicas artesanales de fuerza tribal y un candoroso tacto de texturas digitales. En este sentido, ¿cómo enfocaste el sonido de canciones como “Arboleda bien plantada”?
Esta canción ya la venía cantando desde hace tiempo en los directos. La hacía en formato reggaeton súper petardo, casi como una parodia de un reggaeton. Todas las letras son tradicionales, y tienen mucho de reggaetoneras o de raperas, con un punto muy egocéntrico y sexual. Y entonces yo le enseñé esto a Raúl, y me dijo: “Vale, esto es una parodia total de un reggaeton. Tenemos que hacer algo que sea en sí mismo algo guay”. Entonces, partimos otra vez desde las percusiones tradicionales y fuimos convirtiéndola en algo que, al final, me parece de lo más moderno del disco. Está como hablada, rapeada, tiene una medio tonada, pero está muy filtrada.

Uno de los puntos del disco es ese respeto de la tradición, pero desde una contextualización con los tiempos de hoy en día, como “Ronda de Robledo de Sanabria”; por cierto, una de las canciones que más me impresionaron del disco.
Las rondas, en general, son muy sobrecogedoras, tanto en melodía como en la forma de cantar. Me imaginé cómo podía ser una ronda, y cómo la podías cantar ahora. Yo también pienso que es uno de los temazos del disco.

De hecho, a mí me sorprendió un poco que fueses sacando adelantos del disco, y esta no lo fuera.
Hay mucha lucha ahí. Tengo un muy buen amigo que me dijo que “Ronda…” la sacara de primera.

Para llegar a un resultado final como “Manual de Cortejo”, entiendo que la labor de investigación ha sido tan relevante como la composición en sí misma. De hecho, en tu web se te describe como “agitador folclórico”. ¿Qué conlleva para ti esta definición a la hora de enfocar el pasado y remozarlo en el siglo XXI?
Lo de “agitador folclórico” es una etiqueta que me pongo, que suena bien para definir todo, que al final me deja mucha libertad. Dentro de lo folclórico, puedo hacer casi cualquier estilo musical. Intento generar algún tipo de agitación en la conciencia de la gente, intentando hablar siempre desde el punto de vista de lo tradicional, de lo humano, de plantear qué consecuencias puede tener el abandono del mundo tradicional, que es lo más me conmueve y lo que más me mueve a mí. A la hora de revisar un cancionero, de hacer cosas nuevas con el folclore, es algo tan amplio y se hicieron tantas cosas con ello. Creo que es muy importante la parte de investigación porque si no acabas cayendo en cosas que hizo todo el mundo. Existen como unos “greatest hits” del folclore que la gente versiona y reversiona. Hay que estar ahí, buscando una joya para utilizarla. Al final, “Manual de cortejo” es un cancionero. Hay muchísimo de investigación, tanto de grabaciones de campo como de otra gente. Con Raúl nos fuimos, sobre todo, a la zona sur occidental de Asturias. Estuvimos allí grabando a María de Trabáu, que nos estuvo cantando desde canciones para amasar la manteca, canciones para llamar a las abejas cuando salen los enjambres. Estuvimos también con Angelita Caneiro, que sale en la última canción cantando con la pandereta. Para mí es una de las mejores pandereteiras que quedan en Asturias. Luego, también estuvimos en casa de una señora que canta tonadas, que también se llama Angelita’l Cabanón. Yo quería que Raúl entendiese la parte folclórica de verdad que hay porque está muy acostumbrado al flamenco, al folclore mediterráneo, que es un folclore mucho más evolucionado, en el sentido que lo armónico, la instrumentación. Quería que viese más este folclore del cuadrante arcaizante. Es un folclore muy duro, duro de verdad, y a él le gusta lo duro y lo seco. Entonces, fue un proceso de investigación y acompañamiento. Para mí fue como cuando pones a un amigo una película que te encantó, y la ves con más ilusión por ver la reacción de la otra persona.

Siempre he pensado que al igual que la Granada de Morente o el Mánchester de los Smiths, el sentimiento regional siempre es el más universal. Y en “Manual de Cortejo” brota un fuerte sentimiento astur galaico, me atrevería a decir. ¿No sé si para ti este arraigo tan poderoso transmite un acto de resistencia dentro de una cultura tan globalizada o, por lo contrario, es consecuencia de la misma?
Desde lo local puedes expresar cosas mucho más universales. Y, de hecho, elegí por eso a la Tarabica. Ella vivió la guerra, fue evacuada de Gijón en barco, trabajó en Suiza, por todo el mundo. En estas grabaciones cuenta cómo tuvo que abortar en casa de una vecina, cómo no se pudo casar con el hombre que quería, cómo se lo encontró cuando ya tenía setenta años. Ella habla mucho sobre Rambal, sobre la época del travestismo en la época de Franco. Es una cosa súper local, ultra local y, sin embargo, se puede ver toda la historia de la Europa occidental a través de su vida, en una vida tan pequeñita y tan anónima como la de La Tarabica. Para mí, toda esta vuelta a lo local, lo auténtico y lo genuino, sí que es una resistencia. Los que vivimos en el pueblo no somos los que no tenemos otra opción; somos la resistencia, realmente.

Personalmente, dos de las canciones que más me han marcado del disco son “Ronda de Robledo de Sanabria” y “Muerte en Motilleja”. En ambas, alcanzas un clímax minimalista que se extiende a todo el disco. ¿Había la necesidad de podar más que de añadir?
Exacto, es que Raúl en eso es el experto number one. Es capaz de decir “no, esto sobra, esto sobra, esto sobra”. El objetivo final del disco era dar justo lo necesario o un poco menos si tal. Mejor que falte algo, que tenga esa sensación de desnudez, que sea eso lo que emocione. Como el sobrecogimiento que hay en el vacío o en la desnudez. Eso era más importante que buscar una armonías súper difíciles y buscarle siete voces y cosas así. En “Ronda de Robledo de Sanabria” hay voces, panderos y dos sintetizadores, nada más. Y, sin embargo, tiene una evolución, un crecimiento. Para mí es muy épica. Y en “Muerte en Motilleja” pasa un poco lo mismo. Son melodías tan perfectas. Siempre hablo que en la música tradicional, cada persona, cada generación, fue mejorando la melodía, mejorándola, mejorándola, hasta que salen esas melodías tan espectaculares.

¿Tuviste alguna canción que te marcara el camino del disco?
Hay bastante volantazo en el disco (risas). El otro día lo hablaba con Raúl, y no me acuerdo de cuál fue la primera. Me parece que fue “Muiñeira…”, pero no lo tengo del todo claro. Como fueron varias visitas y lo hicimos en varias veces, no me acuerdo. Pero sí creo que fue la muiñeira. De lo que sí me acuerdo es que hubo un momento, cuando todavía estábamos conociéndonos y fraguando el concepto musical del disco, y de ahí sí salió la idea de lo que teníamos que hacer. Me acuerdo que los dos llegamos a la conclusión: nos tenemos que basar en la percusión y en las voces, que es lo que hacen las señoras. Eso es lo que nos tiene que guiar todo el disco. Y ahí nos agarramos.

¿Ha cambiado algo en tu perspectiva musical en los años anteriores a “Manual de cortejo”?
Los primeros espectáculos que hice, sobre todo el primero y el segundo, creo que estaban más en la parte más performántica, en la provocación y lo escénico. Tenía un poco más descuidada la parte más fonográfica. No grabé ni la mitad de los temas que hacía en directo. Y bueno, lo tenía como una parte esencialmente secundaria. Principalmente, eran los espectáculos, y a partir de ahí grababa alguno de los temas. No contaba con una producción. Me centraba en el directo. Lo veía y lo creaba todo como una parte más de artes escénicas que de música. Y tenía muchas ganas de tener algo que representase todo el universo. De lo que yo representaba en el directo, quería hacer algo fonográfico que lo representara también. Y me costaba muchísimo. Aquí sí lo conseguí después de unos cuantos años y estoy muy contento de ello.

¿Qué nos depara el futuro de Rodrigo Cuevas después de “Manual de cortejo”? ¿Esto es un quilómetro cero o un desvío en la senda?
Yo creo que más bien es un quilómetro cero o un punto y final. O esto es el principio de algo o aquí ya acabo y me dedico a tener burros (risas).

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