Hay cosas que siempre esperan. Que por mucho que nos alejemos, permanecen ahí. Entre ellas, el barrio. San Pedro y San Felices (Burgos) es tranquilo, de pocos lujos y sin excesivos lugares célebres, más allá del precioso convento de Santa Dorotea o la iglesia del mismo nombre que el lugar. De origen obrero, y nacido junto a la antigua estación del tren, todavía conserva esa mezcla de humildad y carácter luchador. Entre plazas tranquilas y fachadas que cuentan el paso de las décadas, se siente el pulso de la vida de calle: mercados en los que los vecinos se saludan, bares en los que el café sabe a conversación, parques en los que las generaciones se cruzan. Es un barrio en el que lo antiguo y lo nuevo conviven amigablemente. San Pedro y San Felices no busca deslumbrar. Es un espacio sencillo, con memoria, pero discreto. Ideal para ser la casa de La Maravillosa Orquesta del Alcohol (La M.O.D.A.).
Como la música que inspira, el barrio es para este conjunto de amigos un inefable punto de retorno; desde ahora, también será un refugio universal para los que escuchen “San Felices”, título del último álbum de La M.O.D.A. “Siempre volvemos al barrio”, dice David Ruiz, y Álvar de Pablo remata: “Siempre volvemos a casa”. Con este apego por la tierra y lo comunal, el nombre del nuevo disco, el sexto de la formación, parecía predestinado: San Felices es bendición y retrato de su mundo. Una forma sencilla de reivindicar lo propio, lo básico. La felicidad, lo cotidiano, sin fuegos artificiales. Como un día cualquiera con ellos, alrededor de una mesa. O alrededor de una llamada de Meet a la que todos atienden como si se tratase de una comunicación familiar en pandemia: atentos y con las cámaras prendidas. Bueno, todos menos uno, que aquí cabe recordar que Jacobo Naya (Jaco) causó baja en la formación para dedicarse a la producción de discos como el tercer largo de Grande Amore.
"Se nota que hay tiempo, como dices, en el disco. Todo ha sido más tranquilo”
En San Pedro y San Felices, el grupo ensaya y vuelve desde donde haga falta: cualquier festival de la península, México o un Wizink abarrotado. “Han sido unos tiempos, hablábamos de la videollamada y la pandemia al principio de la conversación, bien difíciles. Y eso nos ha hecho ver lo afortunados que somos. Esto se puede acabar en cualquier momento. Tener el tiempo de parón nos ha hecho valorar lo que hemos vivido. Cuando estás en la vorágine, en la furgoneta, cuesta más. Pero somos un grupo de amigos que hacemos una gira de pueblo y un Wizink. Con la misma ilusión. Igual por eso se nota el disfrute en el proceso. Estando más tranquilos. Igual los años te dan otro poso al decir las cosas, otra calma”, destaca el cantante de la formación.
En San Felices han hecho vida desde que detuvieran la marcha unos meses atrás. La pantalla reúne a los seis músicos, aunque en directo volverán a ser siete contando con la incorporación de Marina López —integrante también del proyecto Sí o qué—, y lo primero que se contagia en todos ellos es la sonrisa. Una felicidad de niño, ingenua. Nerviosa. Porque hay nervios: es la primera vez que carean las canciones con alguien que no sea de la familia. La Maravillosa Orquesta del Alcohol han aprendido que cada stop puede ser definitivo y que cada reencuentro es un privilegio. Su carrera, forjada en una vida por salas, les ha demostrado lo difícil que es vivir de esto y por ello la celebración tiene otro aliento. Más consciente. “No sentimos que llevemos tantos años”, suelta David. “Pero todos coincidimos en que es difícil mantener una línea coherente. Después del parón… ¡Nos queda mucho! Sentimos que estamos como arrancando el grupo. Esto es un privilegio. ¡Nuestro sueño desde los trece!”.
La M.O.D.A. —como ya se ha quedado en el habla común el nombre de la banda hecho siglas— siempre, decíamos, ha sido banda de directo. Muy de girar hasta el agotamiento. ¿Cómo han hecho para ser una banda de recogimiento? Esta vez la calma ha entrado en el estudio y se ha colado en las canciones. “¡Alegría!”, resumen cuando intentan dar un marco al nuevo disco. “Es más feliz este álbum, por lo menos para mí”, acompaña Álvar. El resto van calificando: más homogéneo, más de cantautor, pero sin perder las aristas rockeras ni el pulso folk que los caracteriza. Un disco, heredero de todos los demás, teniendo como última referencia “Nuevo Cancionero Burgalés” (21), y concebido para escucharse entero, claro, sin saltos de playlist. “Nosotros seguimos escuchando discos”, dejan claro. “Siempre hemos intentado estar emocionados con el grupo. La edad no perdona —ríen—. Y hemos querido que este se escuche de principio a fin”.
Se nota el mimo, el tiempo extendido. No es lo mismo grabar entre giras, a salto de hotel, de estación de servicio, que detenerse en Burgos y darle vueltas a cada idea. Desde las primeras maquetas de David hasta el trabajo de Nacho Mur en el estudio y Carlos Raya en la producción. Todo aquí se cocinó sin urgencia. “Incluso decidir qué canción salía primero fue complicado, porque estábamos a gusto con todas. Nos costó ponernos de acuerdo”, reconocen. La sensación compartida es de haber madurado el proceso, de que el parón sirvió para valorar lo vivido. “¡Entre nosotros hemos salido muy satisfechos de todos los temas! Todos teníamos que estarlo. Como decíamos, incluso con qué tema volvíamos nos ha costado. Tenemos vertiente rockera y folk, y también otras cosas que no hemos hecho antes. Se nota que hay tiempo, como dices, en el disco. Todo ha sido más tranquilo”.
"¡Cómo vamos a hacer las canciones que hacíamos con veintitrés!"
Son un equipo también en lo perceptivo: para volver a zarpar, es necesario atracar. “Nos encanta girar, pero hay un momento que estás en modo bucle. Estar en casa, retomar el día a día también influye al hacer estas canciones. No sabemos cuál es la tecla, pero todo influye”. La realidad es que desde que publicasen su debut en 2013 (“Quién nos va a salvar”), La M.O.D.A. no se habían tomado un descanso tan significante. Pasaron de tocar en pequeños recintos a llenar los más grandes, además de festivales, el BBK Live o el Sonorama Ribera, o tótems como el citado WiZink Center, manteniendo siempre una marcada filosofía independiente en la creación que dura ya más de una década.
La conversación se interrumpe un instante: al micrófono de Nacho se le acopla el camión de la basura. Ríen. Hablar con La M.O.D.A. es hacerlo con unos primos a los que perdiste la pista años atrás. Resultan familiares. Sin gravedad en sus declaraciones. Esa ligereza, bien entendida, es lo que mejor los define ahora: menos ansiedad, más disfrute. Letras en las que se permiten dejar cabos sueltos, versos que flotan sin necesidad de amarrarse. “¡Eso son piropos!”, conceden. Los adelantos son buena muestra de ello. Este 2025, La M.O.D.A. ha avanzado su nuevo disco con dos temas que muestran la consolidación de su sonido y su emocional mirada hacia lo cotidiano. El primero, “Los tiempos que vivimos”, presente cargado de energía folk-rock. El segundo, “No te necesito para ser feliz”, llegó en septiembre con la fantástica colaboración de Repion. La canción no tardó en convertirse en un imprescindible para los fans, canción nostálgica –para bien– que ha revitalizado sus redes sociales antes del lanzamiento completo del álbum.
En lo musical, “San Felices” es un disco cien por cien La Maravillosa Orquesta del Alcohol, una fusión bastarda de folk, punk y rock, con una fuerte presencia de instrumentos todavía poco habituales en el rock español, ¡ese fantástico acordeón! Las canciones siguen teniendo espíritu desgarbado y un puntito emo, por bandera. Tal vez lo que más ha evolucionado en su forma de componer canciones sean las letras, ya en otro estadio, después de tantos años dándole a la pluma. “¿Hay elementos de inspiración rap? Sí. Y lo de la ansiedad mola: no hay ansiedad. Estamos de acuerdo, este disco es una reivindicación de la discreción. Estamos llegando al punto de estar a gusto, escuchando música de todo tipo, sin fuegos artificiales”. Nacho asiente en silencio a las palabras de David. Porque identidad, claro que hay, y mucha. Pero eso no les hace perder el norte. “Parar tanto tiempo genera inquietud. El mundo cambia muy rápido y eso te hace vulnerable”, confiesan. Pero la vulnerabilidad, lejos de asustarlos, parece un motor. Hay cierta belleza en esa inquietud de banda que se sabe a punto de volver a las andadas. “Ganas de montarnos en el coche y salir de bolo. Es lo que más en mente tenemos”, reconocen casi al unísono.
Mientras tanto, el debate se abre hacia el negocio de la música, la industria que también ha cambiado mientras ellos lo hacían. La conversación sobre Wegow y las ticketeras propias aflora, de forma inevitable. Wegow entró hace un tiempo en preconcurso de acreedores. Eso significó el reconocimiento de la empresa de sus problemas financieros, y buscó reorganizar sus deudas para evitar así una quiebra definitiva. Como consecuencia, muchos artistas, entre ellos La M.O.D.A., reportaron que Wegow tenía en su haber el dinero de las entradas ya vendidas para sus conciertos, pero que no lo había apoquinado. Aunque cambiaron de plataforma para la venta de las entradas futuras, la banda lo calificó de un golpe grande ya que la situación les pilló por sorpresa. Ya están repuestos, aunque con un ojo en los movimientos que en este sentido se suceden en el sector.
“Yo espero que el futuro de todos los grupos sea tener su ticketera”, sueña Álvar. “No sé cómo de factible será”. Aunque no tardan en aportar una realidad más pragmática: “A veces bastante tienes con tocar, llevar las redes…”. Y concluyen, con una mezcla de ilusión y escepticismo: “Cuanto más controlemos los grupos, los que nos gusta la música, genial. La música se reinventa, pero cada vez somos un poco más conscientes todos. Al menos nosotros, después de este palazo…”.
Los paralelismos con otros oficios aparecen solos. Porque el de músico es un oficio más, sí, aunque con algunas rarezas. “La teoría está ahí. Desde la pandemia, entre grupos hay contactos, pero no sé si es tan sencillo como la teoría. Si te unes haces más fuerza”. Álvar interviene: “Partimos muchas veces de la idea preconcebida de que no se puede hacer nada. Pero, ¿y si partimos de la idea de probar y ver si funciona? Igual sí, igual no”. Entonces surgen Radiohead como ejemplo. “Radiohead pueden hacerlo o no hacerlo. Es un golpe encima de la mesa. Cada uno hace el gesto que puede: con los tickets, con una entrevista, con unas canciones”.
Si bien el reinado del single convive hoy día con la fe de quienes todavía creen en el álbum como obra unitaria, a La Moda este no es un debate que les preocupe. “Por lo general, cuando escucho algo, escucho un disco”. Álvar asiente. Nacho, también. “Estamos en un buen momento. Hay mucha gente joven, una generación guay. Hay un avasalle de singles, pero hay muchos grupos guays, mucha música en directo, giras más largas. Más gente en comunidades con una escena propia. Nos sentimos orgullosos de formar parte de ello. Hay un mundo comercial de singles sueltos, sí, pero los hay que seguimos sacando discos”. Y David acompaña: “Hemos concebido el disco como un conjunto de canciones que ojalá puedan escucharse seguidas. Nosotros seguimos escuchando discos. Funcionan los singles. Pero somos quienes somos. ¡Cómo vamos a hacer las canciones que hacíamos con veintitrés! Siempre hemos intentado estar emocionados con el grupo. Y la edad no perdona [ríe]”.
La vida nómada
La conversación toca a su fin. Y cuando se les recuerda que en breve se despedirán de sus casas, miran alrededor. La vida nómada. Aunque el discurso, inevitablemente, vuelva al punto de partida: al barrio, Burgos. A San Pedro y San Felices, que ya no es solo un topónimo: es un recordatorio. De lo que eran, de lo que siguen siendo, de que pese a que las teclas, como ellos dicen, “son las mismas”, algo cambia, tal vez la vida, las experiencias, la mirada. O la edad. El largo, más que un catálogo de canciones, es un álbum de regresos. Ver carteles, paisajes, olores que les devuelven a experiencias e hitos. Un disco para volver a casa. Inspiración y reivindicación; la de un mundo pequeño, cotidiano. El barrio siempre espera. Aunque haya un Alsa hacia Madrid, aunque la gira se alargue, aunque el escenario sea cada vez más grande. Y la orquesta sabe dónde hay que volver para encontrarse.
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