Tu pelo no es muy normal
LibrosJesús Ordovás / DJ Floro


Tu pelo no es muy normal

8 / 10
Fran González — 17-10-2025
Empresa — Sílex Ediciones

Soy lo suficientemente mayor como para recordar los tiempos en los que la prescripción cultural tenía algún valor y lo suficientemente joven como para creer que el espantajismo en horizontal puede resucitarla. El negociado boquea como pez fuera del agua, pero resiste. Con todo, cuando Jesús Ordovás habla, cualquiera de los que humildemente nos dedicamos a juntar letras, jóvenes o viejos, nos cuadramos y escuchamos. “Tu pelo no es muy normal” (25) es su obra más sincera hasta la fecha, y eso que a sus 78 años el legendario periodista musical ya lleva unas cuantas con su nombre.

Una divertida instantánea en blanco y negro, con Fernando Márquez “El Zurdo” tirándole del pelo a Alaska, nos sitúa cronológicamente incluso antes de abrir del todo el volumen. Sin embargo, Ordovás no pone el kilómetro cero de su libro en La Movida (a la que sí dedicará una extensa sección al final del mismo), sino que arranca el motor del 600 muchos años antes, en una España todavía asediada por el autoritarismo político, la censura y la opresión. Caldo de cultivo necesario para dejar su pelo y patillas crecer y llenar el currículo de vivencias internacionales, a cada cual más inverosímil.

Como si de una bitácora errante se tratara, el autor pinta con romanticismo y nostalgia una hoja de ruta marcada por la precariedad de los tiempos y el rocanrol incipiente. De París a Estocolmo, pasando por Rotterdam, Londres o San Francisco. Y por supuesto, Madrid. Ordovás vive los 70 al límite, casi tanto como las figuras que en ese momento admira y sobre las que comenzaría a escribir para publicaciones como Disco Express, Triunfo o Mundo Joven en calidad de diletante con ambiciones.

Agresiones, detenciones y penurias mediante, Ordovás adopta para sorpresa de nadie el seudónimo de Job para firmar algunos de sus primeros textos y crónicas. Aunque a diferencia del personaje bíblico, nuestro narrador de santo tenía poco, pues no se privó de flirtear con los excesos sin objeción de conciencia (brillante anécdota la de su encuentro con Uriah Heep en Los Alpes suizos, por cierto). Los años y una vida entregada a la música, a cambio, le regalaron un estilo propio e inconfundible. La voz escrita de una generación melenuda y disconforme que miraba hacia afuera hasta que comenzaron también a suceder cosas dentro.

El sesgo subjetivo del relato viene acompañado de una cuidada radiografía de la escena, en la que van entrando y saliendo sus diferentes protagonistas al tiempo que esta va creciendo. El rock progresivo y “el rollo” (Gong, Triana, Burning, Storm) le entregarían el testigo a una suerte de punk desacomplejado y marciano (Kaka de Luxe, Los Zombies, Carlos Berlanga, Los Pegamoides, Ana Curra); momento clave para la cultura que, con fortuna, retransmiten cronistas de primer nivel, añorados ahora que vivimos tan atiborrados de información telegrafiada y sin alma.

La tranquilidad que le da a Ordovás saberse de vuelta de todo le permite reseñar los roces, dimes y diretes de los aludidos sin la obligación implícita de complacer a nadie, haciéndonos así sentir parte de un tiempo en el que, otrora, la cultura se retroalimentaba sin barreras (de Lolo Rico, Carlos Tena o Paloma Chamarro a los hermanos Almodóvar, Diego A. Manrique y los fanzines en El Rastro). También tiene tiempo para acordarse de los que no están (Canito, Eduardo Benavente, los hermanos Urquijo o Antonio Vega) y dejarnos un bellísimo catálogo de testimonios gráficos de la época (muchos de ellos firmados por DJ Floro), sin los cuales para el lector resultaría mucho más complejo concebir los momentos y lugares a los que el autor alude con contagioso entusiasmo.

Dicen que echar de menos una época que no viviste se conoce como “anemoia”, y aunque el concepto suene a neologismo de postín, es de esperar que tanto el lector más imberbe como el que pinta canas se aferren a la siempre cuestionable creencia de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ordovás, por su parte, no persigue provocar eso, sino más bien recordarnos su papel como testigo activo del despertar de las corrientes más marginales en nuestro país y de la explosión, contra viento y marea, de una contracultura que acabaría dejando su huella en la marca España. Sutil recordatorio de 150 páginas que nos advierte de la necesidad de apostar por la disrupción y la excepción para que la cultura no muera a manos de la uniformidad mediocre. Lo “anormal” nos hará libres.

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