Poco se habla de los efectos benefactores de la música popular en nuestro estado de ánimo. Quienes nos dedicamos a la crítica nos estrujamos las neuronas para desmenuzar a fondo los discos, las canciones y los conciertos de aquellos profesionales sin cuya actividad nuestro trabajo no tendría razón de ser, pero rara vez reparamos (más allá de nuestra subjetividad más ingobernable: todos tenemos una, y apenas permitimos que asome la cabeza en negro sobre blanco) en algo tan básico – simplificando – como que hay músicas que te pueden alegrar un día, hacerte bailar como si no hubiera un mañana, procurar que tu sangre hierva o también hundirte como al más miserable de los mortales. La humanidad cada día está más enganchada a toda clase de placebos para aliviar una vida que a veces no da tregua, pero una buena canción en el momento preciso puede ser mejor que la más potente de las pastillas.
Esa es la idea que subyace a este libro, surgido de un blog que tiene ya unos cuantos años de andadura y firmado a medias por las periodistas Isabel Jiménez Moya y Carolina Prada Seijas, ambas del 75. El dato de la edad no es menor: hay un componente generacional en estas 411 páginas y varios centenares de canciones de muy diversos estilos (Soft Cell, Hombres G, The Jam o Julio De La Rosa me saltan a bote pronto, en un barrido casual), cuyas propiedades emocionales son descritas con un lenguaje abiertamente sencillo, sin la menor pretensión de erudición ni ánimo de sentar cátedra, tan solo con el noble deseo de compartir (de eso va la música pop, al fin y al cabo) sensaciones, anhelos y pasiones alrededor de melodías y estribillos sin los cuales nuestras vidas serían mucho más grises. Incluye algunas jugosas playlists, presididas por el mismo eclecticismo que recorre todo el libro.
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