Rivers Of Memory
Discos / Winterafter

Rivers Of Memory

8 / 10
Kepa Arbizu — 29-11-2023
Empresa — Hanky Panky
Género — Pop-Folk

Hay cierto tipo de melodías que más allá de ser descritas por las líneas del pentagrama parecen crecer como fruto de la necesidad de ciertos paisajes por reencarnarse en canciones. Una clase de composiciones que acompañan a la trayectoria de Eduardo Orbezua, quien en su predecesor proyecto, The Shannons, fechado hace casi dos décadas bajo la publicación de "Scripts And Stories", ya demostró su auténtica devoción por la exquisitez en el trazo armónico. Una esencia de la que ni quiere, ni posiblemente pueda, liberarse, decisión, vistos los resultados obtenidos, de la que sólo podemos congratularnos sus oyentes. A pesar de la herencia que se puede rastrear en su actual formación, Winterafter, de aquel pretérito repertorio, el inaugurado combo bilbaíno emerge bajo su propio paso distinguible, buscando el suspiro inspiración de ese terreno donde se citan -utilizando conceptos estilísticos maximalistas- el pop y el folk, una demarcación alimentada por los recursos procedentes desde ambas orillas, obteniendo una delicada melodía envuelta en sonoridades de evocadora naturaleza.

Más allá de referencias, géneros y árboles genealógicos musicales a los que encomendarse, la identidad y relevancia de esta banda se nutre igualmente de su propia configuración, donde el peso instrumental de su alienación fija, integrada por J.J. Espizua, Rudy Mental y Claudio Martín, junto a certeras pero contadas colaboraciones, como es la siempre fastuosa guitarra de Pit Idoyaga o los teclados de Santi Campos, aliado en pasados ejercicios y compañía en el cartel que señala la inminente presentación de este “Rivers Of Memory”, realzan la personalidad de sus temas. Porque hasta el más lego en academicismos referidos a las seis cuerdas reconoce el halo de ese sonido atribuible a la marca Rickenbacker, relevante más que en cuanto a una coincidencia en su distintivo comercial en lo que se refiere a su tradición ligada a un subyugante paisaje eléctrico.

En esa perfecta articulación de piezas que maneja el álbum, también hay que detenerse en el entorno donde las canciones se han desarrollado técnicamente para alcanzar su definitiva consumación. Por eso los estudios Submarino de Iñigo Escauriaza, varados en plena localidad de Munguia, cada vez resultan un enclave más demandado al que dirigirse si de lo que se trata es de cerrar a la perfección el círculo de ese proceso creativo. Un punto final siempre certificado entre cuatro paredes que, en este caso, es merecedor de acaparar floridos elogios en su papel de último y perfecto eslabón de la historia de un disco que desprende la sensación de haber seguido un plan trazado desde su primer esbozo hasta su más postrero detalle aprobado.

Si el cuerpo musical de “Rivers Of Memory” está afianzado sobre un esqueleto que remite a esa dulce melancolía con la que han escrito su historia bandas como The Byrds, Big Star o The Jayhawks, no es menos significativo un concepto lírico que traslada esa eterna disputa entre las luces y las sombras, contienda en la que siempre estuvo inmerso Johnny Cash, protagonista en su relación con June Carter de “Kingsland, AK”, más allá de por su condición romántica gracias a su simbología como encuentro de una redención ilustrada por esta preciosista pieza. Caminos de salvación que una dinámica, bien impulsada por una jugosa base rítmica, “For Every Soul” orienta hacia la escritura de canciones como el lenguaje necesario para salir al encuentro de esas turbulencias emocionales. Porque a pesar de la placidez y claridad interpretativa de la que hace gala Eduardo Orbezua, sólo enfrentada por el tono áspero de la única composición firmada por J.J. Espizua, “1979”, a la que ese aptitud rasgada la hace engarzar con un desarrollo más doliente, eso no exime al contenido global de aposentar en su interior un espíritu agitado, a pesar de alcanzar formas especialmente bellas en “Sometimes” o una bucólica “In This Life”.

Si el golpeo de la batería se convierte en el latido que otorga más robustez a “Promise (Not To Fall)”, llevando su cauterización del desánimo hasta postulados más pegadizos habitados por Teenage Fanclub, dicha pieza encontrará su contraposición en el paso de vals de carácter desnudo que enfoca un cierre, “Years Go By”, que se asienta en un contexto más crepuscular compartido por nombres como Gene Clark. Extremos de un clima rítmico entre los que se insertan ademanes más folk-rock vertidos en “Winward”; verbos recitativos, como si Lou Reed abandonara la vereda del lado salvaje por uno más sosegado, que ayudan a dictar una intimista “From Under Pain” o el repunte del imaginario pop que acude a “No Memories”, transportado por la energía característica de formaciones como The Hollies o The Searchers, para avanzar por caminos campestres. Un dúctil repertorio que delata, más allá de la identidad sin fisuras del álbum, su grácil transitar por diferentes acentos y matices.

Hay en esa silla situada al borde del mar que decora la preciosa portada de este disco una invitación a ser ocupada por cada oyente, convirtiéndose así también en protagonista de una exquisita banda sonora que demuestra que la belleza puede ser estremecedora igualmente, como lo es asomarse a esa inmensidad que identifica al océano, capaz de acercarnos hasta la orilla la incertidumbre como de cedernos la oportunidad de conquistar el amplio horizonte que se abre a su espalda.

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