Convertir el propio nombre de una banda en título de un disco, cuando éste no representa la inaugural toma de contacto con el público y por lo tanto pierde su carácter de protocolaria presentación, abre considerablemente el abanico de significados. En el caso de St. Paul & The Broken Bones, dicha decisión supone el compromiso por recuperar sus iniciáticas pulsiones, y por lo tanto, desvincularse de pretéritos ensayos por impedir ser catalogados exclusivamente como una extensión del soul añejo, a pesar de que ésa sea su gran virtud. Pero incluso cuando se busca un camino de vuelta al hogar inspiracional, nunca se logra desandar lo avanzado, revelando este actual trabajo la manera presente de observar su “infancia” discográfica.
Encomendados a la aterciopelada -pero intensa- herencia del género, y por extensión a quienes han inmortalizado dicho concepto, el tono de voz de su cantante, el carismático Paul Janeway, se presenta como una línea directa con intérpretes como Al Green, al que sientan en un pedestal para disfrutar del funk de “Fall Moon”. Visitas por el panteón de ilustres que merodean en las salas de la Motown para concebir “Nothing More Lonely” o aceptan la batuta de The O'Jays cuando arrecia su presencia instrumental para espolear “Seagulls”, nido de unas gaviotas que agitan las caderas en su particular “tren del amor”.
Más distantes cronológicamente, pero no en cuanto al néctar absorbido, el nervio eléctrico que palpita por “Ooo-Wee” es una puerta de entrada que aprovecha en toda su dimensión “Sitting In the Corner”, invitación, entre rapeos y bases rítmicas a lo Outkast, para animar las discotecas actuales. Una confraternización intergeneracional que erupciona con una “Stars Above” que hace del desgarro emocional de Otis Redding un lamento que escuchar, y cantar, desde cualquier tiempo y lugar.
Grabar en los estudios FAME, más allá del lujo simbólico que representa, supone partir del mito con destino a desplegar un recorrido que este álbum entiende a la perfección, asumiendo que, aunque se formule a veces en círculos, la vida creativa nunca interrumpe su aprendizaje, haciendo que nuestras huellas sean diferentes cada vez que atravesamos un mismo lugar.
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