Himno Vertical
DiscosRocío Márquez & Pedro Rojas Ogáyar ...

Himno Vertical

9 / 10
David Pérez — 02-06-2025
Empresa — Delirioyromero producciones
Género — Flamenco

“Cuando se ha puesto una vez el pie del otro lado / y se puede, sin embargo, volver, / ya nunca más se pisará como antes / y poco a poco se irá pisando de este lado el otro lado…”. Siguiendo estos versos del poeta argentino Roberto Juarroz (su poesía vertical como trampolín para arrojarse y explorar el vacío existencial, desde la altura que va más allá de las estrellas y la profundidad del pozo de la vida y la muerte, ha sido uno de los referentes del disco), podríamos decir que Rocío Márquez sigue pisando de este lado el otro lado, y es que, como aquella “Droga cara” que no nos dejó tocar el suelo, Rocío vuelve a perderse para encontrarse, mariposa que se abraza y abrasa a la luz; que arde, se consume y renace siendo otra y la misma y, en medio de ese tránsito y transformación constante, nuestra suerte de contemplarlo, cegados por sus relámpagos y sus llamas. “Que de mi amor tú te mueras / que de muerte, plena vida. / Quiero ser quien soy de nueva, / voy a parirme a mí misma”. Y eso vuelve a hacer, “colibrí sin nido, pajarillo nuevo” que nos arrastra a cada aleteo al otro lado, “cayendo al aire sin freno / hasta el fondo inexplorado, / donde se inventa el amor / y salta (y saltamos) a sus propias manos”.

Así, si en su anterior trabajo junto a Bronquio, el magistral y expansivo “Tercer cielo” (22) se marchó cantando “¡Qué grande es la libertad!”, Rocío Márquez vuelve con otra obra maestra flamenca contemporánea, valiente, conceptual y libérrima, “Himno Vertical”, una nueva mutación y salto al abismo creativo, esta vez de la mano del guitarrista de clásica y experimental Pedro Rojas Ogáyar. Un disco que nace de la improvisación primera entre ambos músicos, del impulso del riesgo, del duelo y de la sanación, del ritual de vivir la sombra desde adentro, dejándose atravesar por las gotas de luz del lenguaje como revelación, como epifanía creativa que, tejiendo “instantes absolutos”, los hace partícipes, altavoces de algo que se antoja, pasional y espiritualmente, superior. Un canto desde lo íntimo a lo colectivo, once canciones que, sin apuntar, contemplan el centro y el todo en un réquiem que celebra la vida, transitando y cruzando la sombra, el vacío, el dolor tras la perdida de dos seres muy queridos (un padre y una prima que era como una hermana); un rito en espiral que se nos presenta, desde su hipnótica portada de fondo negro (dirección de arte y diseño por Lugadero), en una mesa circular, vacía en su centro (espacio en el que la creación y la disolución se funden en equilibrio eterno), repleta de objetos/recuerdos reales, jirones vitales de Rocío. Y todo desde arriba, plano cenital en el que se pierde la linealidad general de principio y fin, ganando una nueva perspectiva vertical que quiere entender la vida y la muerte (el arte incluido), como una especie de continuo devenir, de eterno retorno que fluye y se transforma, honrando en su transitar los finales y los nuevos comienzos que le siguen y seguirán.

De esa conexión sanadora entre Pedro Rojas Ogáyar y Rocío Márquez, germina esta exploración creativa en común, recorriendo y difuminando la concepción de autoría como eje vertebrador del álbum, entendiendo en su lugar al artista no como un demiurgo creador, sino como un vaso comunicante, como un canalizador que expresa, tras serle dictado, el arte. Esta idea de “dictado”, de aquello que le llega al artista, interiorizándolo y exteriorizándolo, compartiéndolo, aparece/se revela en el disco con protagonismo total en tres pistas, que además sirven para revestir la obra y fundir en lo formal el mundo clásico del que viene Pedro, a modo de “obertura”, “interludio” y “finale”, con ocho palos flamencos del mundo del que viene Rocío.

“Me están dictando cosas desde adentro…”. El viaje comienza con la onírica y espectral “Dictado 1 - obertura”, voces y susurros transformadores que le llegan a Rocío desde adentro, tema experimental que David Lynch habría puesto de hilo musical de la “red room” de Twin Peaks sin pensarlo. Armonía circular que nos arrastra al trance, con Rocío explorando hasta el infinito su voz, del spoken word, al balbuceo, pasando por sonidos asmr indescriptibles, el canto melódico y el grito que rompe en la creciente atmósfera tensa que dibuja Pedro a la guitarra eléctrica.

El quejío flamenco corta la respiración con “Apariencia”, un bellísimo fandango a corazón abierto que rezuma verdad a cada verso, que duele y sana, cante que le enseñó ese ser querido que se fue, pero que está presente en todo momento. La luz se va abriendo paso entre lágrimas, con la búsqueda de la “Palabra”, entre cálidos arpegios de Pedro que acompañan el canto de Rocío y se funde en un abrazo con el cello de Isadora O’ryan, “dando sentido a las noches que atravesamos en vela”. Desandando lo andao la ropa “Arde” por seguiriya, recuperando la tensión y el desgarro con una creciente bruma fantasmagórica tejida a base de sonidos percusivos y guitarra eléctrica experimental, que termina por estallar junto a la voz de Rocío, con aceptación final de la tristeza para ir dejándola atrás: “Todas las penas que me afligían serán elección”. Un caminar en la noche necesario para reencontrar el día: “Sé que la sombra es un fruto que ha madurao a destiempo, / y al apretarla da el jugo de la luz que lleva dentro”. Soleá cumbre en el ecuador somnoliento, arropada por la guitarra minimalista y en vela de Pedro, más las inquietantes percusiones de Agustín Diassera, con Rocío “viviendo la sombra desde el adentro, saliendo de ella gota a gota” y la luz a su encuentro.

Y no, no estamos en un réquiem que llora la ausencia, “Himno vertical” la abraza y la siente, la hace suya, transformándose con ella y volando como nueva vida, en un ritual que celebra la transición, la pertenencia a algo mayor. Y desde ya, prepárense, que esos finos rayos y magia que se han ido abriendo paso desde el inicio en esta obra maestra de raíz, contemporánea y experimental, ahora (Cara B) se tornan, guitarra y voz, puro fuego que cala hasta los huesos, reconfortante brisa fresca, tsunami de energía liberadora que nos lleva por delante. “Hay veces que pienso que hay alguien dentro de mí… / Que quizás ya no estoy yo, / que dejé de estar aquí, / para que otra en mi lugar decidiera qué decir…”. Desde adentro “Dictado (2)” como interludio que sigue cuestionando la idea de autoría como firma individual, ahondando en la génesis del hecho creativo, con Rocío estirando, despedazando, recomponiendo, moldeando las palabras y sus silencios, fundiendo su canto y desencadenando una traca final junto a la guitarra de Pedro. Y como canta Rocío, para morir y renacer de arte una vez más, “a partir de aquí es una locura”, nos regalan (vida extra a cada escucha) un radiante triángulo de las bermudas en el que querrás perderte una y otra vez, pura luz a borbotones, siempre con cable a tierra, pasional y a flor de piel, pero rozando y siendo parte de lo indecible, de lo extraordinario y espiritual. Primero por malagueña en una “Ausencia” en la que no pueden desprender más verdad, desgarro y sentimiento; desenredándonos y haciéndonos un nudo en el estómago con la misma naturalidad, parando el tiempo con el cálido y resplandeciente toque de Pedro, acompañando a una Rocío que, estrofa a estrofa, te acaricia y araña el alma, con esa pérdida irreparable que nos deja descalzos en la vida: “Ay, ay, papito mío, que me he perdío / y se me han roto, ay, ay, las alpargatas / y me he clavao un cristal”. Para después alzar (y van mil) el “Vuelo” por guajira interestelar (imposible interpretar con más delicadeza y profundidad un cante de ida y vuelta), con esas guitarras y percusiones que parecen constante amanecer, acompañando el fraseo marchenero de una Rocío que canta como si creara el mundo con su boca, versos de altos quilates poéticos y místicos (todas las canciones escritas por Rocío Márquez, con la colaboración de Carmen Camacho y algunas líneas entrelazadas de William Shakespeare, Juan de la Encina y Friedrich Schiller): “Salto de mis propias manos, / tobogán que me he invertío, / inventándome en el plano / como un colibrí sin nido” que aletea libre, así nos sobrevuela Rocío; re-creándose una y otra vez, siguiendo el dictado de su propia voz (encrucijada de muchas), que ya es otra, como “pajarillo nuevo cayendo al aire sin frenos / hasta el fondo inexplorao / donde invento el amor, / salto a mi propia mano”. Dulcísimos latidos de fuego que los alza “hasta el tercer cielo donde son como Dios”. Un borrarse y crearse, un, nuevamente, parirse a sí misma. Y “deprisa la oscuridad, / y sólo si la atravieso / se calma mi tempestad”. Cegados de belleza estamos y nos rematan con unos “Aires” por tangos en los que nos quedaríamos a vivir la eternidad y un día, con Rocío inconmensurable, “sumando colores que hacen que las luces se vuelvan audibles”. Otra masterpiece más (y ya perdí la cuenta) del lote, con percusiones que marcan el pulso y la preciosista y onírica guitarra de Pedro, haciendo que salten chispas y pavesas a cada paso.

“Dictado 3” subraya esa idea omnipresente en “Himno Vertical” de que la canción manda, que la artista está al servicio/participa de algo más grande y colectivo que le dicta, le susurra al oído, la atraviesa como un rayo de energía transformadora, invitándola, empujándola a un nuevo salto al abismo, a una nueva mutación, a, tras el viaje, arder en el centro de otra estrella desconocida para terminar por consumirse intensamente y renacer, flamante, diferente y dispuesta a despegar en busca de la siguiente aventura. Eterno retorno en el que se funden muerte y vida, ascenso y descenso vertical en el que cada palabra dictada es una ofrenda, un perderse para reencontrarse, reminiscencia y resurgir creativo en el que vuelve a aletear aquella valiente y resplandeciente mariposa en llamas (versos de Carmen Camacho que formaron parte de “Droga cara”): “Perderme, voy a perderme / —lo sé yo y lo sabes tú— / que soy de esas mariposas / que se abrasan en la luz”. Y así retomamos el punto de partida, el latido circular de este flamenco, clásico, contemporáneo y experimental réquiem sanador, duelo compartido, ritual vital con el que iniciamos estos vibrantes, jondos e innovadores surcos; soltando lastre, cuestionando y rompiendo con ese concepto de autoría creativa tan limitante y extendido: “No importa que el dictado / no sea significado con un significante / ni que no esté firmao ni lo comprenda nadie… / No importa ni siquiera que lo comprenda yo”.

Y antes del “Finale”, las notas centelleantes, como gotas caídas del cielo, de Pedro Rojas Ogáyar (compañero excepcional en este maravilloso ritual) se abren paso en la espectral “Destino” por bulerías, con esas “flechas que se arrepienten nada más echar a volar”, un destino que “está en el vuelo y no trae cuenta clavarse”. Lo importante es el proceso creativo, el camino, surcar los cielos, el aleteo, el abrazarse con la vida y arder a cada instante. Arte transitoriamente absoluto hasta la siguiente metamorfosis. Otra liga. Rocío Márquez, flamenca mutante y sin techo a la vista (cuando lo encuentre lo romperá), lo sabe y vuelve a poner “el pie del otro lado” en este “Himno vertical”, creación mayúscula, personal y colectiva, profunda y densa (escucha activa), pero directa, minimalista y de una abrasadora transparencia. Tormenta y amor en calma. Imprescindible.

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