Una de las cosas que más molan de escribir sobre música es asistir a cambios sustanciales en una banda o un proyecto musical. Esas mutaciones se asimilan, se disfrutan si es el caso y después se comparten con el lector. Este es uno de esos casos. Porque si el proyecto de Juan Valls arrancó hace unos años en Oñati con los aires country-rock de su primer disco y tuvo continuidad con “Real Tree” —en el que ya se asentaban en formato de trío y volviéndose más rock—, con el actual han logrado dar un paso largo en su evolución, quién sabe si conscientemente o puede que dejándose llevar por lo que parece que ha posibilitado esta creación: sesiones de improvisación y de desarrollo de ideas, que han dotado a las canciones de un mayor espacio entre instrumentos, pariendo un ente mucho más experimental.
También asombra que esta sea la primera vez que Valls graba canciones en su idioma, el Euskera, pero lo cierto es que este cambio ha cuadrado perfectamente con las melodías. “Masailhezur genocida” comienza con un ritmo de batería a machete, una guitarra ligeramente misteriosa y un bajo que con sus florituras consigue destacar por momentos por encima de la guitarra; acompañan alaridos pasionales y una letra para nada obvia. Hay cambio de ritmo, como lo había en sus anteriores trabajos, pero en esta ocasión parece que les ha salido algo más progresivo en la mayoría de las canciones. Encontramos dos temas en inglés, la combativa “Fists meeting faces” y la distorsionada y prácticamente grunge “Lectures”, que al llevar en medio una bola sónica de ruido psicodélico, nos da por pensar que no la idearon como single del disco precisamente.
En “Aizkora arin arin” Valls cambia la guitarra por un teclado Crumar Seven, lo que crea un ambiente de lo más marciano bastante cercano a la new wave, y “Honekin goaz” surge como una especie de pelotazo de dos minutos de post-punk que tiene auténtica pegada. “Bigarren argia” lleva algunos curiosos efectos de guitarra que acompañan a la melodía y a unos riffs que personalmente me llevan a cierto sonido de folk-rock, mientras que en el cierre de “Hiru arrain lehor” vuelve a hacer acto de presencia el teclado, con una parte intermedia en la que bajan decibelios y valiéndose de una generosa ración de experimentación extraterrenal.
Hay que mencionar los nombres que han estado ahí desde el principio del proyecto junto a Juan Valls y que forman con maestría la sólida y suculenta base rítmica: Mikel Marco a la batería y Ander Etxaniz al bajo. Un disco rupturista y psicodélico a su forma, con letras interesantes aunque no fácilmente descifrables, del que sus creadores deberían estar orgullosos.
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