De sus tres discos como Black Box Recorder, es el que toma la forma más amable, definitivamente decantado por el pop bailable de sabelotodo indie (véase Saint Etienne). Y es sobre esos arreglos asequibles sobre los que flota la voz de Sarah Nixey, angelical y sofisticada como de costumbre, sabia en su sensual y perversa naturaleza de intérprete del cinismo. De su boca salen canciones infantiles para adultos maliciosos (“School Song”), himnos anti-perfección con nombre de Wham! fracasado (“Andrew Ridgley”), manuales para señoritas arribistas (“Girls Guide for the Modern Diva”) y fábulas de aspirantes a princesitas accidentadas (“The New Diana”). Canciones que siempre buscan el lado oscuro de lo socialmente ensalzado, que con belleza despojan a la belleza de su engañoso atuendo y que se infiltran en lo podrido para podrirlo aún más. Dulce veneno.
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