Podríamos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que el grupo de los hermanos Followill definió su sonido prácticamente desde su primer y lejano disco “Youth And Young Manhood”. Desde entonces la banda no ha parado de crecer porque ha sabido sofisticarse muchísimo, puliendo lo arisco y básico de su rock inicial y, sobre todo, regalarnos un buen número de esas canciones que enganchan y se te quedan grabadas a fuego, imprescindibles para dotar a tus conciertos de los suficientes momentos de intensidad. La suya ha sido hasta el momento una carrera sólida no muy dada a la experimentación o a salirse del guión preestablecido, que podríamos comparar perfectamente con lo que fueron la Creedence Clearwater Revival en los sesenta: Sonido reconocible; discos solventes con tres o cuatro temas de enganche, una voz diferenciadora que marca buena parte del devenir del grupo y una solidez rítmica sin fisuras de ningún tipo. “Mechanical Bull” no es una excepción. Es verdad que no andan tan inspirados como en los dos anteriores, pese a contar con tres piezas tan notables como la cañera “Don’t Matter”, la contagiosa “Temple” y mi favorita del lote “Family Tree”, con un gran trabajo en la línea melódica del bajo. El resto tampoco desmerece mucho. Desde la algo artificiosa “Tonight” o el evidente aire a U2 de “Beatiful War”, pero digamos que han perdido algo de la inspiración de sus pasos inmediatamente anteriores. Da la impresión de que Kings Of Leon hayan empezado a echar mano del piloto automático, lo cual sería el mayor peligro al que se podría enfrentar la banda en el futuro.
Buena crítica, la suscribo de cabo a rabo.
Pues sus dos primeros discos estaban bien, con su aire sureño y la comparación con la Creedence lógica, el tercero, más duro no estaba mal, pero precisamente sus dos anteriores pasos, mainstream a todo trapo en busca de ser la nueva banda de estadio, horrendos. Este a medio camino de unos y otros.