Vuelve Joaquín Pascual, con su reconocible estilo puesto al servicio de ese nuevo larga duración bautizado con un explícito “No hay nada que hacer por el romanticismo”. Una obra que bien podría ser la más ambiciosa, puntualizada y variada estilísticamente (psicodelia, folk y hasta glam hacen su aparición de manera intermitente) firmada en solitario por el que fuera (o es, dependiendo del momento) miembro de Surfin’ Bichos, Mercromina o Travolta.
El albaceteño se reconfirma, por enésima vez, como figura artística clave dentro de esa escena independiente patria que él mismo ayudó a construir con sus dos primeros proyectos. Un estatus manejado desde el fondo del escenario, casi en ese segundo plano a partir del que parece haber desarrollado su carrera personal. Una ubicación que permite al músico manejarse con comodidad al margen de modas y tendencias, centrándose a cambio (y en exclusiva) en las propias necesidades que, a cada momento, demanda su caprichosa inspiración. Una libertad que en “No hay nada que hacer por el romanticismo” deriva en palpable enriquecimiento y apostilla un generoso número de distorsiones magnéticas.
Una diversidad amparada por esa ejecución vocal que ejerce como hilo argumental sobre el que transita todo el álbum, apurando una narrativa cuyo costumbrismo supura espereza. El título se abre de la mejor manera posible gracias a esa “Con toda la fuerza” que, con sus guitarras robustas, puede llegar a remitir a The Brian Jonestown Massacre o The Jesus & Mary Chain, efecto alargado en “El caos”, “Por el bien de la gente” o la ácida “Medio desnudo”. Un recorrido en el que también tienen cabida piezas de luminosidad otoñal como la preciosa “La felicidad” o “La ventana”, además de la punzante pieza que da título al lanzamiento y una “Todo es posible” deudora de Pixies que precede a “Tenías que elegir” como logrado cierre.
“No hay nada que hacer por el Romanticismo” no es sino otro valioso decálogo que añadir al de por sí meritorio currículo de Joaquín Pascual. Una referencia de buscado grano grueso capaz de sorprender (aunque sea moderadamente) a cada nueva pasada. Sin duda, un importante paso afrontado por el veterano autor que, de este modo y desde un notable momento compositivo, prueba también su inconformismo creativo.
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