Fairyland Codex

El cuarteto australiano se ha consolidado como uno de los grupos más pintorescos del mundo. Los bicharracos grotescos de la portada de su cuarto LP tienen mucho que ver con una estética sonora bizarra que hace bandera del esperpento marciano, aunque su propuesta esté lejos de ser un chiste. Lo suyo es un original espejo deformante sonoro, tan festivo como doloroso, que intenta aflorar las incontables contradicciones de nuestra época.

En directo Tropical Fuck Storm no son ninguna broma, aunque los discos suenan deliberadamente descacharrados. Lo sabemos. De todas formas, ya en su anterior trabajo se veía una vocación de converger con la severidad rockera de The Drones -el grupo de Gareth Liddiard y Fiona Kitschin-, o al menos de combinar su lado más ligero y loco con una contundencia eléctrica más convencional. ¿Para qué limitarse a estas alturas?

De manera que estamos ante una nueva colección de canciones extravagantes, con las que el cuarteto profundiza en la estética singular que han patentado. Pero el grupo también se permite reflejar su intensidad en vivo. Ya pueden picotear del pop, del rock asilvestrado o del reggae marciano, que las guitarras licuadas de Liddiard y sus letanías vocales marcan la pauta. Sin embargo, uno de los grandes hallazgos de este nuevo álbum es darle más cancha a las voces femeninas -también, la de la guitarrista Erica Dunn-, y alternar todas de modo magistral (algún despistado hablaba de The B-52´s sin estar tan lejos…). “Dunning Kruger´s Loser Cruiser” es el ejemplo perfecto, con su anarquía controlada a lo The Fall. El contrapunto está en cortes como “Fairyland Codex” o “Moscovium”, donde recuperan una solemnidad bien entendida.

Pero por mucho cachondeo surrealista que haya en sus vídeos, y por más que los discos tengan ese sonido de juguete que han hecho suyo -lo de deconstruir las baterías de Lauren Hammel me sigue pareciendo un poco criminal, la verdad-, Tropical Fuck Storm vuelven a entregar un disco lleno de chicha; mostrando una vez más que en las antípodas no saben hacer discos intrascendentes. Y encima, sin darse ínfulas de nada.