Hay discos que son una brisa de aire fresco que te acaricia en plena canícula. Trabajos que, parafraseando a Amparo Sánchez, generan ‘buen rollito’ mientras los disfrutas. Pues bien, esa y no otra es la categoría en la que debemos enclavar el nuevo disco de Max Clarke bajo su alias de Cut Worms. Un tercer largo homónimo en el que el músico de Ohio, afincado en Brooklyn, ha ido sin disimulos en busca de esa redondez pop inmaculada con un pie en lo sesentas vía Brian Wilson y otro en la reintepretación que de esa misma década han hecho artistas como M.Ward, Sonny And The Sunsets o los propios The Lemon Twigs que incluso participan en un par de temas del álbum.
De esa guisa tenemos que el disco abre con “Don’t Fade Out”. Tema luminoso y pizpireto que invita a pasear dando saltitos por ese enladrillado amarillo de sunshine-pop contagioso. Toda una declaración de intenciones que se refrenda con una “Take it and Smile” con la que te balanceas por tu hogar mientras usas la escoba a modo de micro para añadir los coros doo-wop que se le adivinan al tema. Puro chicle. Pero la cosa sigue a lo largo de siete camiones más y media hora de nubes de algodón, globos multicolor y azúcar en vena. ¿Empalagoso? Sí, pero me gusta.
A nadie se le escapa lo anacrónico que puede resultar coger como referentes, en pleno siglo XXI, a bandas vocales como The Coasters o baladistas románticos como Johnny Burnette para quitarles las capas de naftalina, pero justo eso es lo que ha hecho Max Clarke en temas como “Is It Magic?” o “Living Inside”. Y, aunque tenemos claro que eso lo sitúa en un lugar diferente ajeno a modas y muy cerca del pastiche, lo cierto es que funcionar funciona. Así que cierra los ojos, libérate de prejuicios y sumérgete en este gigantesco flan de gelatina pop que ha perpetrado Cut Worms para hacer llevaderas las miserias que nos rodean. Da igual que de innovador tenga lo que la manecilla para un reloj o la mina para un lápiz.
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