Al igual que la emisión de cualquier fogonazo, la irrupción del éxito comercial es capaz de generar luz suficiente como para clarificar el destino pero también contiene la antagónica facultad de deslumbrar hasta el punto de distorsionar el camino a seguir. Counting Crows surgieron en el lugar y momento adecuado, unos años noventa que ofrecieron un nicho apreciable al rock en los grandes medios, parcela en la que se instaló el tema “Mr. Jones”, convertida en melodía reconocible para una inmensa mayoría. Pero si la naturaleza clásica de su sonido, exenta de innecesarias pirotecnias, dificultó -más allá de lo conseguido por dicha composición- ser acogidos por unas nuevas generaciones sedientas de celebrar su propia ruptura con la tradición, haber logrado ese idilio con la fama les penalizó injustamente de cara a ser mejor valorados por ese estrato de oyentes más curtidos, y eso a pesar de que su trabajo de debut, “August and Everything After”, fuera producido por una figura tan respetada y reverenciada como la de T-Bone Burnett. Una involuntaria desubicación que han ido arrastrando a lo largo de toda su carrera, avanzando a través de ella con el mismo sigilo que ha acompañado a la publicación de su nuevo disco, “Butter Miracle, The Complete Sweets!”, incapaz, pese a sus méritos cualitativos, de convertirse en una ruidosa llamada de atención para el público.
Conocer la intrahistoria que acompaña a este trabajo, pese a esa gratificante sensación de ser partícipes de la genealogía de una obra, en esta ocasión puede significar extraer ciertas conclusiones que de otra forma serían difícilmente observables. Y es que el plan inicial, llamado a completar con una segunda parte el EP publicado en 2021, “Butter Miracle, Suite One”, asumiendo cada una de ellas una propia identidad pero también un sentido global, fue descartado, tras no pasar el fino análisis crítico de su máximo compositor, Adam Duritz, para acabar realizando un trabajo donde la reinterpretación de esas canciones ya editadas, inyectándoles más prestancia y mayor cuerpo instrumental, se reúnen con otras inéditas para formar un álbum completo. Un desarrollo de los acontecimientos que puede inducir a la búsqueda de ciertas fallas en un concepto unitario que bajo ningún caso sería susceptible de ser puesto en duda sin toda la información previa conocida. Un juego de equívocos que de igual forma promueve un título que bajo su dulce enunciado esconde un néctar de agria melancolía.
Aunque no ha sido esta primera parte de siglo XXI un espacio especialmente propicio para que la banda haya logrado encontrar una estabilidad musical plena que redunde en sus logros más señalados, sin embargo este disco alcanza un muy destacado nivel en unas canciones que, además de su trayecto hacia un arraigo clásico en el rock americano, son el refugio de una lírica de altísimo nivel, emparentándose en toda su magnitud con esa literatura sureña, encarnada por Carson McCullers o Sam Shepard entre otros, que otorga a sus personajes un carácter incierto que a la postre es el reflejo de todo una idiosincrasia colectiva construida sobre aspiraciones cercenadas.
Los ademanes más enraizados a esa vieja tradición, que han sido por otra parte el alimento básico de la formación, aparecen tan pronto como empieza a sonar el disco, porque "With Love, From A-Z", donde el destino errante propio es también el de toda una nación que parece solo recibir consuelo en la memoria de las canciones, es un imponente medio tiempo regado de emotivo soul, que en su cénit linda con The Hold Steady, directamente proveniente de los míticos The Band, guías de un periplo que tiene continuidad en la portentosa elegancia, también influida por los Stones campestres, de "Elevator Boots", un paisaje hecho de ánimas en busca de una redención que el peso de sus huesos calados impide prosperar. Honky tonk y pianos de ascendencia boogie que se coaligan a la perfección con el espíritu glam de una pizpireta "Spaceman in Tulsa" que sin embargo contiene algunos de los versos más heridos en su arisco y descorazonador retrato sobre la fama y el éxito.
Pero que Counting Crows es una banda nacida en los curtidos años noventa da buena cuenta una "Boxcars" que recoge la tensa urgencia de esa época para hacer un uso ácidamente irónico de la naturaleza de un tiempo actual al que los dispositivos móviles y pantallas no son capaces de anestesiar su incertidumbre existencial. Un uso de la intensidad que derivará en una condición épica que "Under the Aurora" canaliza por medio de una sección de cuerdas y unos copiosos coros para salir en busca de su exaltación, destino que también pretende un cierre, "Bobby and the Rat-Kings", encomendado a los cambios de ritmo y a la invocación del universo “springsteeniano”, un hábitat donde aquellos héroes anónimos aquí son condenados, consecuencia de ese engaño generacional al que llamaron tierra de las oportunidades, a una larga e interminable noche, metáfora desasosegante que tutela el sentimiento del disco.
Con “Butter Miracle, The Complete Sweets!”, Counting Crows recuperan sus mejores aptitudes y lo consiguen tanto en el plano musical, perfectamente imbricado entre su personalidad y el legado clásico del rock, como en el conceptual, desplegando un muestrario de seres abatidos relegados a, en el mejor de los casos, servir de desarraigada musa para pentagramas. Puede resultar desconcertante, rivalizando con el sentido de su título, que este libro de fotografías envejecidas, no tanto por el paso del tiempo, sino por el derrumbe de ideales que representan, encuentren su escenificación melódica en un terreno dinámico y hasta vivaz, pero probablemente un disco como éste sea perfectamente consciente de que el llanto por los paraísos perdidos merece ser entonado por la mejor banda sonora posible.
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