El pop es impaciente. Un padre frustrado, gruñón, en la banda del entrenamiento de fútbol de su hijo. Acostumbra a pedir resultados inmediatos. Más si cabe, cuando algo ha marcado puntos de nuestra biografía con tanta virulencia como lo hizo el grupo catalán Manel. Más si cabe, cuando lo que les sobreviene parece, pero no es. Sólo hay un truco para que todo esto satisfaga; acércate, lo digo bajito, a tí, susurro en la oreja: dale escuchas, calma. Por una vez, no le pidas prisas a una canción.
Porque todo lo que te gustaba del cuarteto de Barcelona, o al menos de los últimos discos del cuarteto de Barcelona, sigue estando en “Balla la masurca!”, el primer trabajo de Guillem Gisbert, quien fuera su cantante, sin sus compañeros. Existe una variedad musical que va del free jazz hasta la canzone italiana. Firman los temas a la producción nada menos que Anxo Ferreira (Sen Senra, ex Novedades Carminha), Jordi Casadesús (La Iaia) y Jake Aron (Snail Mail), El Extintor (Marcel Bagés y David Soler) o La Ludwig Band. Y no es un pastiche. Es cirugía en la producción para que todo ligue (y del que uno no quiere ni imaginar la tramoya).
Sí, es un disco de excesos. Que aturde de primeras. Muchas cosas. Sólo empezar por esa personificación, referencia a Jacint Verdaguer (“Canigó”), de “Les dues torres”. Pero vuelve aquí, acerca de nuevo la oreja: no hay que esperar mucho para encontrar delicias. “Cantiga de la Montse”, “Un home realitzat” o “Miracle a les Planes”. Muy seguramente, tres de las mejores historias que ha contado el que ahora y aquí firma en solitario, Guillem Gisbert. No, no son “Benvolgut”. No tienen por qué serlo. Su pluma ha ido hacia otros lugares. Más meticulosos, exigentes, concienzudos. ¿Más cargados? Sí, pero también con más hilo del que tirar.
En los once relatos que componen la vuelta del hasta ahora cantante de Manel se trabaja la nostalgia, la magia de la pirueta artística, la melancolía y –claro– el amor, pero con la historia por delante. Porque Guillem Gisbert podría haber sido lo que él hubiese querido en esta pausa. Escritor, poeta, qué sé yo. Pero decidió seguir con su oficio, el de cantautor, uno que le cayó del cielo casi a los treinta pero que, como siempre que algo funciona, entre la fortuna y el trabajo, ha resultado ser su sino.
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