Dentro de la siempre ganadora y ecléctica programación del ciclo veraniego Terral del Teatro Cervantes, con picos álgidos en esta edición que van del soul-blues-rock de Nikki Hill, al funk afro-cubano de Cimafunk o el hechizante fado de Carminho, hoy toca broche estelar con una de las voces más emocionantes de los últimos años, Valeria Castro.
Si ya desbordó sensibilidad a raudales y nos conquistó a la primera con su brillantísimo y curativo debut, “con cariño y con cuidado” (23), cantando desde el epicentro del latido y dolor colectivo de su tierra, La Palma, tras la erupción de Tajogaite, pero también dedicado a otras bocas de fuego, amores y distancias… Con este segundo largo (uno de los incuestionables discos del año) que reaparece bajo el brazo, “El cuerpo después de todo” (25), se afianza como una de las creadoras más honestas y genuinas del panorama nacional, abriéndose en canal, dejando que la luz brote a flor de piel y entre como un río en la herida.
Así, estrujándonos el corazón con el suyo, recorreremos en casi una veintena de canciones las entrañas de su y nuestro volcán particular. Ese es el doloroso y sanador ritual al que estamos invitados hoy en un Teatro Cervantes a reventar (sold out desde hace casi dos meses), un bailar en la oscuridad para terminar de dejar atrás esas cicatrices cerradas en falso que, en realidad, sabemos a ciencia cierta que “nunca nos dejarán de hacer sufrir del todo”, como canta en la “Soledad” que “nos quiere y no nos suelta” con la que comienza este inolvidable exorcismo emocional. Y es que “tiene que ser más fácil el quererse”, con Valeria despegando junto a una banda interestelar, sobrevolando un campo de corazones rotos, acariciándonos y arañándonos por dentro, para terminar por rematarnos con “una bomba de relojería atada en el pecho”, bala que no se merece ni merecemos, pero, aunque “hay un tiempo que te pertenece, / un recuerdo que no se desvanece… / Honestamente, deseo solamente que a ti, ojalá, te vaya bonito… / Que tengas suerte, que alguien te quiera fuerte sin ningún requisito… / Y ojalá que el amor no te duela”. Honestidad brutal y Valeria salta a “La corriente” de su primer EP “Chiquita” (21) para seguir quitándonos las penas, con el teatro al completo sumándose al estribillo y palmas. Volvemos a nuestra platea y resuena la pregunta y el escalofriante relámpago de su respuesta en la oscuridad, cómo queda “el cuerpo después de todo”, después del desencanto, de ese mundo compartido que se derrumba por completo, del mirarse y no verse… Con Valeria pisando fuerte con sus botas blancas y vestido de estreno, superhéroe doliente, empoderado ángel caído que comienza a batir sus alas, rasgando con rabia su guitarra y cantando con el alma, bien flanqueada por el violín (guitarra, ronroco y coros) de María de la Flor, el saxo (y clarinete) de Joaquín Sánchez, las percusiones de Borja Barrueta, el bajo de Lucas Piedra y los teclados (sintes y coros) de Meritxell Neddermann.
“El eco tiene vida” y seguimos nadando a contracorriente, tragando saliva y “ese silencio fue (y es) desgarrador” en “Costura”, para terminar por mecer hasta la última estrella del cielo malagueño que, sin que no hayamos dado cuenta antes, cuelgan y tintinean en el techo del teatro, vidriosas y emocionadas como los cientos de ojos que se olvidan de parpadear en una bellísima “Debe ser”: “Y ese momento que pasa antes de que duela, / antes que entre el aire de golpe, / que algo dentro de mí se muera, / tiene tu nombre”. Vals de lamentos al que las voces quebradas del público se unen, arropándose mutuamente y fundiéndose con la de Valeria. “Como la piel antes de la herida, / como el mar rompe hacia la playa, / yo quisiera que estés cerca mía, / no que te vayas”. Pero se fue y hasta “Cuídate” se transforma y de nuevo “la soledad se hace nuestra amiga”, con Valeria una vez más con las entrañas de par en par, cortando la respiración con ese: “Pero aunque duela, aunque parezca que termina, / yo te quiero siempre, yo jamás te dejaría”. Y Valeria, puro amor, nos cuenta que está bien, con una sonrisa que ilumina la noche más oscura y un “ojalá le curen estas canciones como lo hacen conmigo”. Y la verdad es que estamos mejor de lo esperado, aunque seguimos escalando cumbres sentimentales sin tregua a la vista, que reabren y suturan la herida al son que nos dicta Valeria: “No sé por qué empezar primero, / si la tristeza de perderte o el error que fue quererte / y del que no reniego…”, con la artista palmera sentada y guitarra del revés sobre sus piernas, golpeándola con sus manos e intercalando palmas, interpretando una “devota” a corazón abierto que termina por calarnos hasta los huesos y humedecer del primer al último rostro que puebla el teatro.
Pasamos el ecuador con una “guerrera” dedicada a todas las mujeres que la rodean, abuelas, madres, hermanas, amigas, todas luchadoras en mil batallas como ella, interpretada a viva voz desde el borde del escenario, sentada en el escalón con su guitarra y sin micro, sumándose poco después al milagro sonoro una lap steel y una segunda acústica.
“No puedo deshacer / la garganta, el nudo que me va a romper, / que en el día a día / el aire en el pulmón / no entra como solía…”, y le hacemos frente a “el tiempo que no estés” con Valeria rasgando cuerdas y susurrándonos al oído versos que duelen y sanan al mismo tiempo, con una siguiente flecha que nos impacta, cruje e ilumina en el pecho, acompañada de violín y teclados: “Si algún día se queda la pena en el pecho / tiene que ser suficiente con lo que ya he hecho. / Tiene que dar con lo que hay en el fondo del alma, / que es la que hoy, mañana y siempre mantiene la calma…”. Oasis de luz con la maravillosa interpretación de la “Hoxe, mañá e sempre” que grabó junto a Tanxugueiras y que hoy borda junto a María de la Flor y Meritxell Neddermann; un estar sin estarlo, un “No está aquí, mamá, / no está, no está aquí, no, no. / No está aquí, mamá, / solita estoy yo”, que rompe en alegría de palmas y canto colectivo por un público rendido y agradecido.
“Que ahora estás distinta a aquel recuerdo que dejaste, / y eso que te he visto en todas partes, / que pensé que no podía olvidarte…”. Dos curvas sentimentales más del último disco, en comunión total con su banda y estrujándonos el alma muy fuerte: primero el ritual y baile sobre la herida de “distinto”, y luego “parecido a quererte”, pandero cuadrado al mando, rosas con espinas y desencanto: “Era parecido a quererte, pero no por tu parte, y hasta ahora yo no era consciente. / Y pienso que fue desde siempre, / pero quien le dice a mis latidos, no fue suficiente. / Yo que pensé que la ausencia / era parte de la sensación de haberse sentido amado, ahora queda raro / darse cuenta que nunca ha pasado”.

Aire entre los labios y charquitos que caen por las mejillas en “abril y mayo”, pero con energías renovadas en las entrañas, baile que rompe con la oscuridad y levanta al teatro al completo en “sentimentalmente”, quizás la pieza más rabiosamente luminosa, instrumentalmente, del lote, pero con versos que atraviesan como un cuchillo de fuego la mantequilla: “La cobardía de un amor que tú misma no querías, / y este cuerpo que lleva la herida, que no me está cosiendo…”.
Puro arte, redención y cariño sincero en “dentro”, acompañada solo por el clarinete de Joaquín Sánchez, con ovación extra y penúltimo exorcismo de luz en “la raíz”, con Valeria y el alma en la garganta, para terminar, tras ese “pasó lo que tenía que pasar”, con la única pieza de “el cuerpo después de todo” que faltaba por sonar, la hermosísima vulnerabilidad y valentía de “sobra decirte”. Y es que, después de todo, el amor sincero manda, en él no hay cabida para el arrepentimiento y solo conoce puntos suspensivos. Nos vamos (pero siempre volveremos) con la música a otra parte, luz en la herida y el corazón por delante.

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