Turnstile son un auténtico mirlo blanco, una banda extraordinaria, de esas que marcan una época al traspasar barreras y romper techos constantemente. Mucho se ha escrito sobre su historia, ya sabéis, la de una banda que emerge del circuito hardcore más ‘underground’ y se cuela en las listas ‘mainstream’ sin perder ni un ápice de credibilidad, sumando adeptos y ampliando así su base de seguidores. Y siento que estamos viviendo en directo, en tiempo real, algo que hace décadas que no ocurría.
Viendo al público entregado en el Sant Jordi Club, convertido en un gigantesco ‘circle pit’ en la recta final del concierto, no podía evitar pensar en Nirvana y su “Nevermind” (1991), una banda y un disco que cambiaron las reglas de juego y allanaron el camino para muchas otras formaciones hasta entonces en los márgenes más recónditos. Pienso en los seminales Melvins o Mudhoney, predecesoras (y supervivientes) que muchos descubrimos tirando del hilo, investigando hacia atrás para entender de dónde salía el maravilloso trío de Aberdeen. Con todo, no tengo claro que pueda pasar lo mismo con el quinteto de Baltimore. Para empezar, porque el ecosistema musical y nuestra forma de consumir música ha cambiado muchísimo en los últimos diez años.
Sea como sea, el fenómeno Turnstile volvía a una sala de Barcelona con todas las entradas vendidas. La última vez fue en junio de 2024, estirando el chicle de un aclamado “Glow On”, publicado tres años antes, y me supo a poco. Concierto breve, con demasiados parones y un solo de batería innecesario. En esta ocasión, en una sala con el doble de capacidad, la banda salió con un espectáculo mucho más pensando. Empezando por la elección de los teloneros, una auténtica declaración de intenciones. Porque tanto los londinenses High Vis como los californianos The Garden rechazan los dogmatismos de la etiqueta hardcore punk y exploran en mayor o menor medida otros sonidos.
Brendan Yates y compañía salieron con una pantalla en azul para atacar “Never Enough”, el corte que da título a su último largo, otra vuelta de tuerca a su propuesta, frente a un mar de brazos en alto y muchos móviles grabando en vertical, seguida de “T.L.C. (Turnstile Love Connection)” y “Endless”, ya con la icónica bandera multicolor de fondo. Tras esta tripleta inicial inapelable, el cantante de la banda se dirigió a las casi cinco mil personas asistentes para darles las gracias y dijo sentirse muy afortunado por tanto cariño justo antes de empalmar “I Care” y “Dull”, incluidas en su último trabajo.
El concierto de la banda pivotó sobre sus dos últimos largos, los responsables de su éxito masivo, pero la banda formada en 2010 por miembros de Trapped Under Ice y Angel Du$t colocó en la parte central de su ‘setlist’ una buena pila de piezas de su pasado más hardcore. Como “7” y “Keep It Moving” de “Step 2 Rhythm” (13) y “Drop” y “Fazed Out” de “Nonstop Feeling” (15). Si bien no fueron las piezas más celebradas de la noche, el pogo en el Sant Jordi Club no se apagaba. Al contrario.
Una gran bola de espejos bajó y la sala se convirtió en una gran discoteca al ritmo de una “Ceiling” enlatada que marcaba otro cambio de tercio, el último. Con “Seein’ Stars” el quinteto mostró su versión más amable y expansiva, y de paso se recuperaba de tanto derroche de energía, y ya echaron el resto al final con las efectivas “Mistery”, “Blackout” y “Birds”, con una inofensiva invasión de escenario incluida.
Todavía es muy pronto para aventurar si este concierto --una hora y media sin desperdicio-- quedará grabado a fuego en la memoria colectiva, pero me quedo con las miradas y las sonrisas de satisfacción de la gente a la salida y bajando la montaña de Montjuïc. Y con una idea: el nuevo hardcore no tiene techo.

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