Rodrigo Cuevas regresaba a Zamora tras aquella actuación ofrecida hace tres años en La Cueva del Jazz en Vivo, manejando ahora niveles adicionales de popularidad capaces de motivar generosas dosis de curiosidad y expectativas en torno a su inclasificable propuesta. No es de extrañar, por tanto, que las entradas para su concierto en la Plaza de la Catedral se agotasen días antes de la fecha marcada, en la enésima confirmación de que el público está deseoso de volver a disfrutar de la música en directo.
El asturiano continúa ofertando las peculiaridades de su gira ‘Trópico de Covadonga’, y a su paso por la ciudad dejó otra muesca de ese espectáculo tan personal que, bebiendo de diferentes fuentes y con total ausencia de prejuicios, se sostiene en base a una colorida excentricidad que resulta de lo más efectiva al contacto con el escenario. La tradición y el folclore asturianos son solo el punto de partida (indispensable, eso sí) sobre el que se asienta el universo de Cuevas, además de la semilla desde la que brota una amalgama con claros visos de cabaret y teatralidad. Y es que el vocalista pertenece a esa estirpe de artista multidisciplinar y alejado diametralmente del purismo, que entiende el espectáculo como un lienzo en blanco en el que cabe dibujar todas las posibilidades que tenga a bien señalar la inspiración.
A lo largo de hora y media, el ovetense recitó, cantó con sentimiento y profundidad, y también bailó, rio y gesticuló. Todo para ensalzar sus piezas –ya sean adaptaciones o de creación propia–, escudado por dos músicos adicionales que, según el momento, aportaron batería electrónica (y otras percusiones), contrabajo o teclado, además de añadir alguna base pregrabada a la marmita. Calzado en sus inseparables madreñas, el protagonista también maneja el foco principal para interactuar constantemente con un público rendido ante su humor irónico, toneladas de descaro, y ese talento audaz tan específico. Es así como conversaciones, monólogos y diálogos resultan parte indisoluble del asunto y fracción indispensable para entender la velada, puntuando tanto como las propias canciones.
Una selección resultona en su expresión en directo, con destacadas como “Muerte en Motilleja”, “Arboleda bien plantada”, la pegadiza “Xiringüelu”, “El día que nací yo”, “Ronda de Robledo de Sanabria” y “Muiñeira para a filla da bruxa”. Rodrigo Cuevas luce, con orgullo y magnetismo, una personalidad en la que vanguardia y clasicismo van de la mano en extraordinaria armonía. Una alianza que el artista continúa paseando por los escenarios, rematando una fórmula con la que parece seguir ganando adeptos a cada nueva parada.
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