Si un festival de verano se celebra en una ciudad con una temperatura media de 20º, ya de entrada es un sí rotundo. Si además de ello, su cartel combina vieja y nueva escuela, tanto comercial como alternativa, entonces ganamos todos. Una sinfonía de públicos y gustos revueltos, arriesgadamente servida dentro de un mismo cóctel, que ya parece haberse convertido en tendencia para muchos eventos a la hora de programar. Pero por supuesto, no todos saben llevar a término el eclecticismo con la misma elegancia y tino; hacen falta unas tablas y cierta experticia para que un menú variado no termine siendo simplemente un pastiche farragoso.
Ahí es donde se le notan a NOS Alive sus 18 años recién cumplidos. Casi dos décadas dando argumentos que lo confirman como el festival más caudaloso del país vecino y uno de los principales reclamos musicales de Europa. Con una oferta “prima-hermana” del Mad Cool 2025, el evento portugués, celebrado en el Passeio Marítimo de Algés durante los días 10, 11 y 12 de julio, volvía a poner la capital lusa en el epicentro del circuito, reuniendo en perfecto equilibrio los caprichos circunstanciales de la radiofórmula (Olivia Rodrigo, Benson Boone, Noah Kahan), el abuelismo imperecedero y con solera (Muse, Nine Inch Nails, Bright Eyes) y la pachanga indie (Future Islands, Foster the People, The Wombats).
Y es que si algo parece claro en el sino de NOS Alive es su deseo de querer tenernos a todos contentos. El catálogo de distracciones posibles es infinito, tal y como queda patente en el empeño de la organización por no dejar ni un solo rincón de su enclave desatendido. Desde la misma entrada al recinto, donde distintas bandas locales amenizan la progresiva llegada de los asistentes (Pórtico NOS Alive), hasta diversos escenarios repartidos estratégicamente por el espacio: Galp Fado Café, enteramente dedicado al fado y a la música lusófona femenina; Palco Coreto, con propuestas de culto y de corte emergente; o Palco Comédia, con monologuistas nacionales echándole carcajadas a la fórmula.
La electrónica, por su parte, volvía a triunfar como género rey, no solo encabezando algunos de los actos principales de la contienda (Justice, Anyma, Barry Can’t Swim), sino también como alternativa de los mismos en el ya consagrado espacio WTF Clubbing, cuyos beats ininterrumpidos nos seducían como cantos de sirena durante nuestro rutinario tránsito entre escenarios (haciendo imposible que no terminásemos quedándonos a bailar un rato al ritmo de nombres tan sugerentes como A-Trak, Erol Alkan, Logic1000, DJ Boring, Chloe Robinson o The Bloody Beetroots).
Por supuesto, en su programa también hubieron tropiezos (financieramente rentables, pero musicalmente cuestionables) que aquellos que juegan desde casa a planificar festivales no dudarán en resaltar. No obstante, y aunque nunca llueva a gusto de todos, si entre la plétora de más de cien artistas que NOS Alive ofrecía no hubiésemos sido capaces de discernir una hoja de ruta mínimamente ideal, desde luego la culpa habría sido enteramente nuestra.

Benson Boone -- Foto de Hugo Macedo
Jueves – Cuidando el recreo
El festival luso abría sus puertas con el cupo lleno y el surtido musical más generalista de su agenda. La única de sus tres jornadas con el cartel de “sold out” colgado y varios culpables de ello despertando pasiones y robando suspiros desde primera hora de la tarde. Las cabriolas en el aire de Benson Boone, convertido ya en el piruetista oficial del circuito festivalero de 2025, incendiaban el Palco NOS Stage mientras el sol caía a la misma velocidad que las lágrimas de sus entregadas fans. Testosterona de camiseta apretada y lascivia pop, subiendo la temperatura con el “Physical” de Olivia Newton-John y acelerando corazones con sus juegos vocales de llamada y respuesta con el público (a lo Freddy Mercury, sí, pero con menos talento y afine). Fenómeno fan en estado puro, y la noche no había hecho más que empezar.
Necesitábamos cambiar de tercio y Barry Can’t Swim vino al rescate. A escasas horas de publicar oficialmente su segundo disco, “Loner” (25), el productor y DJ escocés sacó pecho entre tanto acto masivo y nos dio en el Heineken Stage razones de peso para justificar su ubicación en la parte alta del cartel: break-beat con denominación de origen, sonido club noventero y topping de tono exótico fueron los enteros para que su sesión en directo rompiera, por fin, con la homogeneidad imperante. Sobre las cenizas de su show, y sin bajar el nivel de fervor y griterío, hizo acto de presencia el indie juguetón y colorido de Glass Animals, quienes corroboraron su estatus de boy-band sin perder esa individualidad que todavía les hace sentirse parte de algo llamado indie.

Olivia Rodrigo - Foto de Hugo Macedo
La responsabilidad de cerrar la noche, y subir el mediocre nivel mainstream de la misma, fue para Olivia Rodrigo, estrella definitiva de la jornada del jueves que no solo congregó adeptos hasta los márgenes en el escenario principal, sino también fuera de las inmediaciones del recinto –donde se agolpaban familias y grupos de amigos para escuchar, ni que sea de refilón, los temas de la artista. Padres y madres resignados, desempolvando el noble arte de las coscoletas, para que la ilusionada prole pudiera ver, en una pantalla y a 3 kilómetros, su primer concierto chispas.
La fórmula de Olivia está muy bien estudiada: un grunge contenido, con ramalazos de piruleta ácida, que juega a no pasarse demasiado en ninguna dirección. Sin embargo, sus ganas de gritar y su capacidad para evolucionar por el escenario (con el descaro de una Courtney y la reserva dolida de una Polly Jean) evidencian que la “ex-chica Disney” tiene muchas ambiciones en el cajón esperando ser liberadas.
Viernes – Justicia para todos
La jornada más sobria del festival arrancaba sin grandes alharacas, pero sí con una Marie Ulven Ringheim (aka Girl In Red) demostrando que se puede ser cabeza de cartel sin vanidad ni petulancia. Ataviada con una americana gris y unos tejanos desgastados, la artista hizo de temas como "midnight love" o "You Stupid Bitch" las herramientas necesarias para que contraatacásemos la inesperada y gélida brisa marina que se colaba por los aledaños. Venida arriba y ensalzada como icono del colectivo por banderas multicolor a su alrededor, la noruega remató los últimos versos de “i wanna be your girlfriend” con un breve surfeo sobre el público que pondría el punto final a una de las mejores actuaciones del festival.
Sin solución de continuidad, The Wombats recogían el testigo de la noruega, no solo con la responsabilidad de mantener el listón donde esta lo había dejado, sino también de ofrecer un show a la altura del artista que habían venido a sustituir. Todo apuntaba que, tras la publicación de “People Watching” (25), esta iba a ser la primera vez de Sam Fender en Portugal; sin embargo, el británico anularía la cita unos días antes por motivos de salud. La excusa nos valió para reencontrarnos con estos clásicos del espectro indie dosmilero que mantuvieron caliente el ánimo del (dominante) sector británico rescatando éxitos de su debut (“A Guide to Love, Loss & Desperation”) y hasta sacando a escena a su tour manager disfrazado de wombat. Pese a no disfrutar de la pegada que otros de sus contemporáneos sí tuvieron en su día, Matthew Murphy y los suyos jugaron su mano con acierto apostando por la nostalgia más hábil.

Justice - Foto de Tomicornio
La regresión no acabaría ahí, pues si no habíamos tenido suficiente dosis de 2007 con el “Let's Dance to Joy Division” cerrando el set de The Wombats, los apocalípticos y marciales ritmos del “Genesis” de Justice seguidamente nos mantuvieron orbitando por el éter del pasado durante unos cuantos minutos más. Gaspard Augé y Xavier de Rosnay, capitanes a bordo, nos propusieron una tralla endiablada que giraba sobre sí misma y se retorcía entre remezclas imposibles jugadas con insistencia. Zapatilla electroclash ensordecedora convertida desde el efectismo en un “greatest hits” de las ideas más lúcidas de la dupla francesa en estos dieciocho años de carrera. Rodeados de una veintena de focos que, coreografía mediante, hacían mutar continuamente el escenario en forma y dimensión, los galos le ponían así el broche de oro al día, consiguiendo que muchos volviéramos por unos minutos a aquellos inicios de siglo.
Sábado - Dream of the 90s is alive in Lisbon
Con tanta camiseta de NIN y de Muse yendo y viniendo, costaba creer que siguiéramos dentro del mismo festival donde horas antes hordas de prepúberes coreaban en éxtasis las canciones de Olivia Rodrigo, pero ya saben lo que dicen de la variedad y el buen gusto. Hoy, sin embargo, serían Matt Bellamy y Trent Reznor los que, a golpe de retrovisor y rock de estadio, llenasen el recinto hasta la bandera.
Antes, eso sí, tocaba desahogarse con los australianos Amyl & The Sniffers, imparables e hiperactivos desde el primer minuto y con un buen surtido de pelotazos nuevo con los que hacernos sudar la gota gorda. De sonrisa perenne y baile gallináceo, Amy Taylor nos confirmaba tener todo para ser la frontwoman definitiva. Tan capaz de ponernos a bailar con su descaro como también de llevar la responsabilidad de ser la única voz de todo el festival que le dedicaba unas palabras a Palestina y al silencio mediático. Eso sí, no podíamos quedarnos a ver los últimos estertores de su recital de energía comunal, pues cierto trío británico ya entonaba los primeros acordes de la reciente “Unravelling” en el escenario principal. Los solapes ya tal.
Maliciosamente, algo nos hizo pensar que la llegada de Muse al cartel tras la cancelación de Kings of Leon a escasas semanas de la celebración del festival fue para muchos una inesperada bendición de última hora. Y desde luego, así lo pudimos verificar con la entrega unísona de un público ávido de himnos reconocibles y rock del de siempre. Con una puesta en escena más tibia que la de la gira del “Will of the People” (22), Bellamy optó por darnos lo que queríamos y se mostró completamente desprejuiciado a la hora de recurrir a sus hits más inmediatos. No faltaron en el repertorio ni una de sus joyas, algunas incluso encadenadas (“Time Is Running Out", "Supermassive Black Hole", "Uprising" y "Knights of Cydonia”) y precedidas de su clásico frenetismo a las seis cuerdas. La opereta culminaba con fuegos artificiales, reales y metafóricos, recordándonos la inmortalidad de un grupo que a lo tonto ha escrito la banda sonora de una generación entera.
En un plano más ruidista pero igualmente ambicioso, Reznor y Ross desplegaban los oscuros destellos del “Acid, Bitter and Sad” de This Mortal Coil como bienvenida al show que cerraría para muchos la presente edición del festival portugués. Sin noticias, por ahora, de un nuevo disco con el que la banda renueve sus votos, Nine Inch Nails nos ofrecían un recorrido pormenorizado a través de sus más de tres décadas de trayectoria, rescatando su cara más sintética (“Copy A”, “Closer”), ornamentando los cimientos de un enrabietado tifón caústico (“March of the Pigs”, “Burn”), recordándonos su buen hacer con las texturas y las atmósferas (“The Lovers”, “Reptile”) y acordándose incluso de viejos amigos (versionando el “I'm Afraid of Americans” de Bowie o trayéndonos con “The Perfect Drug” su imaginario más lynchiano).
Parcos en palabras pero profusos en emociones, los astros del rock industrial sellaron el epitafio para una edición de NOS Alive donde la diversidad y el pluralismo generacional se revelaron como las armas secretas de su éxito. 18 veranos a la espalda y la sensación de seguir manteniendo vivo el sueño como el primer día.

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