Fiesta grande con Muchachito Bombo Infierno en la Sala Paral·lel 62, dentro del ciclo de conciertos Curtcircuit organizado por la Associació de Sales de Concerts de Catalunya (ASACC). Aunque lo primero que debería aclarar es que, según nos dicen en el círculo cercano del cantante de Santa Coloma de Gramenet, de ellos no surgió la falsa noticia de que, en este concierto, Jairo “Muchachito” iba a repasar toda su extensa trayectoria incluyendo temas de Trimelón de Naranjus, G-5 o La Pandilla Voladora. Ciertamente no era esa la intención de artista lo cual no quita que, sin proponérselo, es lo que hace habitualmente. De hecho fueron casi una treintena de canciones de toda su obra, casi sin parar y, como siempre, con una energía endiablaba. Y viendo las caras del público al final del concierto diríamos que, a pesar de cierta deficiencia en el sonido en algunos puntos de la sala, consiguió lo que pretendía: que en casi dos horas la gente se olvidara de su vida fuera de allí, y comulgara con ese espíritu festivo que ensalza la amistad.
Empezó la noche con el arrollador “Será Mejor”, aunque con el telón cerrado y una voz diciendo que eran ellos y que estaban en el lavabo. Pero se abrió la cortina y allí aparecieron tocando a piñón y en formación de cuarteto. Fue ahí cuando pudimos comprobar que Jairo es capaz de presentarse solo con su bombo pegado al pie y así levantar cualquier tipo de audiencia, pero esta alineación, Jairo a la guitarra, voz y bombo, Lere al contrabajo y la caja, Marcos Crespo al trombón e Iván del Castillo a la trompeta, vistieron sus canciones con un elegante traje a medida. Es por eso que sus clásicas “Azul”, “Caraguapa”, “Aire” o “Paquito Tarantino”, y las más recientes como “El club del paro” o “Demasiada agua y no hay piscina” (echarle un oído a sus letras), alcanzaron un poderío y color especial cuando se apoyan en los vientos.
Como decíamos, repasó ampliamente su discografía y no olvidó esas versiones tan particulares que hace de algunos de sus referentes. Creo que más de una vez hemos comentado que Kiko Veneno siempre le dice que le encanta como destroza sus canciones. Pues ahí brillaron “La quiero a morir” (Francis Cabrel vía Manzanita), “Tu vuo’ fa’ l’americano” (Renato Carosone), “Si tú si yo, si no” (Kiko Veneno), “Qué mala suerte la mía” (“Toñín Romero" vía Los Amaya) o “Los besos que tomé” de su querido compadre Melón Maguilaz. Composiciones que hace suyas al imprimirle ese original “Singuerlin Style”.
También tenemos comprobado que sus fans conocen bien cada una de sus canciones. Saben cuando entran los vientos para enfatizar un ritmo, dominan las coletillas que dice en cada canción o ya esperan sus explosivos finales. Así que soltaron a gritos un “¡arroz con habichuelas!” en el “Será mejor”, un “¡cierto!” en el “Me tienes frito”, o se prepararon para empezar a saltar cuando en “Luna” acabó la parte “lenta” y atacaron los vientos. Seguimos maravillándonos de la velocidad que imprime a su mano derecha tocando la guitarra. En la vigorosa “La noche de los gatos”, le daba tan deprisa a la mano que le vibraba todo el cuerpo. Milagrosamente aún le aguantaron cinco de las seis cuerdas.
En la recta final un respiro con el emotivo “Tu nombre” y acelerón con “115” empalmado con “Ruido” y el “Vino y se fue”. Como es habitual todo acabó con el inevitable “Siempre que quiera”, con la que se cumple el tópico de que hay un momento en que las canciones dejan de ser del autor para convertirse en patrimonio de la gente. El público la cantó, gritó y bailó como si les fuera la vida. Y así acabamos todos: agotados y contentos, pese a comprobar que lo novedoso del concierto, consistió en que no hubo novedad alguna.

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