La actitud es la primera prenda que debe vestir una banda de guitarras. Sin ella, el resto es puro atrezo. Johnny Garso la luce como si se la hubieran confeccionado a medida y, en la Sala Mardi Gras, sus canciones galoparon casi enfundadas en anabolizantes, en un directo que transpiraba pasión por cada costura. No hubo pausas ni tampoco adornos superfluos, en un setlist en donde la banda rugió con el hambre de unos recién llegados y con un sonido que lleva tatuadas tablas de la experiencia.
Detrás de ellos, una lona con el lema ‘Make Punk Rock Great Again’ —también nombre de la gira— resumía su propósito. Puede parecer ambicioso e incluso ególatra, pero responde a la necesidad de insuflar aire a una escena que se iba apagando a medida que ellos crecían. Entre distorsión y entrega, también hubo espacio para desnudar la propuesta. Johnny se abrió en canal en temas como “Amor de carretera”, dejando que asomase su parte más frágil y cantando a heridas pasadas con una mezcla de rabia y ternura que caló hondo. Pero fue en “Duele a morir” donde el grito se volvió llanto, y esas lágrimas mutaron en oración muda frente al amplificador.
Uno de los momentos más celebrados llegó cuando Johnny, con mezcla de complicidad y picardía, le pasó el marrón del micro a Manu, bajista de la banda y ex miembro de la formación local Hexany. Sin previo aviso, lo lanzó al ruedo para que cantara entre el público “Hijo del Caos, Hijo del Rock N Roll”. Un instante que prendió la mecha e hizo saltar todo por los aires. Con cada zarpazo de sus cuerdas vocales, rozando el hardcore, Johnny Garso demuestra que la actitud no es pose, es el tejido con el que se suben al escenario. Ese que rasgan para quedarse en carne viva. Un concierto cosido a mano en donde Johnny y los suyos ofertaron un desfile de identidad.

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