Hay bandas que parecen existir fuera del tiempo. Enter Shikari llevan años habitando su propio universo retrofuturista, uno en el que las raves conviven con breakdowns y luces centelleantes. Y aun así, ese universo se parece sospechosamente al nuestro: caótico, brillante y en constante colapso.
Luces rojas, grandes columnas con pantallas LED y una buena humareda anticipan el tono apocalíptico y festivo de la noche. Hacía muchos años que no pisaban Barcelona, como recordó Rou Reynolds, y no deja de tener un punto poético que su primera visita fuese en este mismo edificio: en 2007, en la pequeña sala 3 de Razzmatazz. Hoy vuelven, dieciocho años después, a la grande, cerrando un círculo que demuestra hasta qué punto su propuesta ha crecido sin perder esa energía anárquica y a la vez comunitaria que siempre los ha definido.
Quien ha seguido su carrera sabe que los directos de Enter Shikari se mueven en un delicado equilibrio entre la rabia del post-hardcore y el hedonismo electrónico que los definió desde "Common Dreads" (09) y que explotó definitivamente con "A Flash Flood of Colour" (12). Por eso, los momentos más brillantes del set nos devuelven a aquella época dorada de finales de los 2010, cuando el dubstep, los sintetizadores frenéticos y la política de pista de baile eran su sello más reconocible. Pero también dejan claro que, en los años posteriores, supieron mantener intacta esa energía sin perder identidad. Prueba de ello es el primer gran estallido de la noche con "Anaesthetist": un himno quirúrgico sobre la anestesia social que, más de una década después, sigue sonando igual de urgente y necesaria.
Rou Reynolds (showman absoluto, mitad predicador, mitad hacker del caos) dirige el frenesí desde el borde del escenario, brazo en alto y sonrisa incendiaria. Se cuelga de una columna y agita los pogos con una precisión casi coreográfica. La conexión con la multitud es total: micrófono compartido en "Live Outside", catarsis colectiva en "Mothership" o "Sssnakepit", y emoción pura con el cierre de "A Kiss for the Whole World", un broche luminoso.
Y aunque el buen rollo y la cohesión sobre el escenario traspasan al público, quizá lo que se echa un poco en falta sea ese punto de descontrol que temas como "Sorry You’re Not a Winner" exigen. Con un show que llevan puliendo desde hace tiempo (no olvidemos que "A Kiss for the Whole World" vio la luz hace casi tres años), el set se siente tan medido que una no puede evitar pensar que la precisión técnica ha terminado ganando terreno a la chispa que antes lo incendiaba todo.
Aun así, Enter Shikari siguen siendo una anomalía maravillosa: un destello en mitad del ruido, una grieta luminosa desde la que seguir creyendo que el caos también puede ser un lugar hermoso.

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