Maridaje de vino y música

Corría el año 1982 y los británicos The Clash editaban el que seria su quinto álbum, “Combat Rock”. Su portada ya marcaba la esencia de lo que te encontrarías en su interior. Cuentan las viejas leyendas que siguen en boca de cada vez más ancianos roqueros, que existió una época donde la música tenia un poder de reivindicación, un sentido donde, por sí sola no iba a cambiar nada, pero que servía para unir y caminar en un sentido común con el fin de cambiar y mejora las cosas... Pero el mundo avanza y trastoca todas las cosas, en especial las buenas.

En ese 1982 la Finca Villacreces seguro que lucía lejos de la forma en la que lo hace en la actualidad, pero con trabajo, intuición y satisfaciendo la aceptación al auge que el mundo del vino ha adquirido en los últimos años, ha conseguido consolidarse en esa “Milla de Oro” que atesora la Ribera del Duero, convirtiéndose así en un lugar de ensueño y con encanto. Y que apuesta por marinar ese vino Pruno (al que ya hace unos años ese gurú del vino, Robert Parker, encumbro describiéndolo como "asombroso y que sigue impresionando"), con la música. Una decisión que, por lo pronto, demuestra un buen gusto del que no muchos pueden presumir. Y que, además, va ya por su loable octava edición.

Entre pinchos de lechazo, diferentes talleres para amenizar la jornada y acercar ese mundo del vino a los asistentes, y una lluvia con granizo que casi malogra la jornada, arranco la parte musical. Sienna, a caballo entre Valencia y Madrid se presento en formato acústico en una cita enmarcada dentro de ese “Trance Tour 2025” en el que muestra “Trance” (24), su manera de desinhibirse para el gran público. Cercano y rodeado de un buen número de seguidores cautivo a esas ancianas cepas y dejó meridianamente claro que “No lo puedo evitar, que no soy tu fiel jodida mitad”.

Rufus T. Firefly son palabras mayores. Para algunos de los presentes, la mejor banda del momento y esa de la que podemos presumir. Y en esto, como en el vino, los paladares y los oídos son libres de posicionarse. Arrancaron cuando la lluvia lo permitió, pararon porque esa lluvia se quiso unir al sexteto arancetano, continuaron y acabaron encerrados entre cubas en acústico y, fue en ese momento, cuando surgió la magia, acercándose, en parte, a ese sentido que aporta la música de comunión, hermandad, felicidad y unión entre similares. La de 1982.

Víctor Cabezuelo, voz y guitarra; Julia Martín-Maestro, batería y programaciones; Teresa Ríos ‘Manola’, a los teclados; Juan Feo, percusiones; Carlos Campos a la guitarra y Miguel de Lucas al bajo, presentaron “Todas las cosas buenas” (25) su nuevo trabajo, embutidos por ese espíritu de Groucho Marx del que toman su nombre, en esa obra eterna de 1933 que es “Sopa de ganso”. No sé si nos guiarían en una idea común, pero por lo menos dentro de esa fría y oscura bodega nos llevaron al Valhalla, en vida, aunque fuese brevemente. Y eso, en este convulso y difícil 2025, ya es mucho.