Nuevos tiempos para el indie
ConciertosFestival Sonórica

Nuevos tiempos para el indie

8 / 10
Dave Blanco — 21-07-2025
Fecha — 18 julio, 2025
Sala — Estadio Riomar, Castro Urdiales
Fotografía — Dave Blanco

Consolidado como uno de los festivales con mayor crecimiento del norte peninsular, el Sonórica regresó a Castro Urdiales para celebrar su quinta edición por todo lo alto. Un entorno privilegiado, una producción cuidada y un cartel que alterna con soltura los nuevos nombres del pop alternativo estatal con artistas ya plenamente consagrados, sirvieron de reclamo para un público intergeneracional que respondió con entusiasmo a lo largo de dos intensas jornadas de música bajo el cielo cántabro que amenazó, y cumplió) con la lluvia en la primera jornada.

La tarde del viernes arrancó con las propuestas de dos bandas de brecha generacional, No Quiero y Merino, dos proyectos que, desde la honestidad y el trabajo de fondo, van consolidando su hueco en la escena. No Quiero interpretaron cortes incisivos como “Amarillo”, “Sexy Jane” o “Tóxico” entre otras, confirmando su querencia por las guitarras ácidas y las letras descarnadas. Merino, por su parte, añadió una dosis de sofisticación escénica a base de atmósferas electrónicas, coros coreables y sensibilidad emocional, culminando su set con una pieza puramente bailable, al más puro estilo de la Reciente Zahara o Chica Sobresalto.

Alba Morena, pese a las limitaciones de una banda reducida, apostó por una propuesta híbrida que bebe de géneros dispares como del r&b más atmosférico o del jazz menos canónico, en un show contenido que no terminó de despegar. Todo lo contrario que Viva Suecia, que ofrecieron uno de los momentos más potentes del festival. La banda murciana demostró estar en buen momento, tanto a nivel sonoro como de conexión con el público. Su repertorio viajó de la épica emocional (“Bien por Tí”) a la experimentación tímbrica, introduciendo vientos, bases latinas e incluso una breve mutación hacia el techno. “Dolor y Gloria" o “No Hemos Aprendido Nada” que fue recibida como himno generacional, mientras las proyecciones al fondo del escenario envolvían al público en una atmósfera casi de rave. Aun así, para sorpresa de pocos, Siloé, encargados de cerrar la noche en el escenario principal, firmaron una actuación tan arrolladora como enérgica, que terminó robando el trono a los murcianos: partiendo del folk acústico y pasando por la electrónica, supieron encandilar al público, que ya se mostró dispuesto desde el inicio del festival, ganando la guerra de camisetas de bandas entre el público. El carisma y el sudor superaron con creces a sus predecesores en el escenario principal. “Reza Por Mí” fue la primera en desatar la euforia del público. Luego le seguirían “Cierra los Ojos” o “Que Merezca la Pena”. La carga emocional la aportaron con “La Oposición” y “Esa Estrella”. Acabaron en alto con “Si me Necesitas, Llámame” y “Todos los Besos” donde Sonórica fue testigo del estado de gracia de Siloé.

La noche ya venía encendida tras el show de Timo, que con su propuesta de pop-rock latino sirvió de perfecto puente hacia el momento más esperado del viernes: Mikel Izal. Acompañado de una banda engrasada y con una producción muy cuidada, Mikel recorrió su nuevo cancionero —más introspectivo, más electrónico— sin dejar de invocar himnos del pasado como “El Pozo” o “La Mujer de Verde”, con los que el pop-rock resonaba más presente. Un viaje emocional personal estructurado por medio de canciones. El público le respondió y el artista se mostró algo ajeno a lo que pasaba frente a él, dando la impresión de ir con el piloto automático puesto desde el principio. Si el aplausómetro midiera emociones, la actuación de Izal se vio ligeramente superada por el empuje final de Siloé, que con una propuesta más directa, más física y más imprevisible, conectaron de un modo más orgánico con un público ya totalmente entregado a la noche.

La nueva aventura de Alvaro Benito al frente ahora de Chicle no terminó de convencer. A la mezcla de un rock pre dos mil con aires de Lori Meyers salpicado con guitarras metaleras, le faltó conexión con el público y tiempo de digestión. El cierre a cargo de Hoonine, que horas antes compartía escenario con Viva Suecia como integrante de la banda, se pasó de techno y se le echó en falta más armonías vocales, ya que quedó claro que cualidades tiene.

La jornada del sábado comenzó con talento local: Paula Vázquez, joven artista de Maliaño subió acompañada de guitarra y base electrónica para presentar temas como “Nunca jamás” o su tema para el Benidorm Fest, marcando la apertura con emoción contenida. A continuación, Carlos Ares cambió el tono por un pop más expansivo y colorido. “Peregrino” y “En la boca del lobo” resonaron con fuerza, mientras el artista gallego se mostraba cómodo entre beats bailables y letras introspectivas. Se pudo disfrutar de un ambiente festivo y de hermanamiento con las buenas vibras que se veían y salían del escenario, tanto por su parte como del resto de la banda, que parecía pasárselo mejor que el propio público. Yarea, a medio camino entre el bedroom pop y el r&b, ofreció una actuación cuidada pero algo tímida, que dejó con ganas de más intensidad. La joven artista defendió su propuesta entre la languidez de sus gestos y la neutralidad de su voz. A los buenos temas interpretados les faltó algo de emoción, sobre todo para ofrecerlos a un público virgen en el universo Yarea.

Todo cambió con la llegada de Rulo y la Contrabanda, que se adueñaron del escenario con una solvencia que solo otorgan los años de carretera. Rulo conectó de inmediato con el público, mezclando clásicos de su repertorio con acústicos emocionantes como “Noviembre”, donde la banda bajó la intensidad para dejar hablar a la palabra. El bolo tuvo momentos blues, otros más eléctricos, y varios de comunión total con el público, especialmente en el cierre con “Heridas del rock & roll” o “P’aquí p’allá”. Marlena salieron con retraso por problemas técnicos, pero lograron rehacerse. Con un estilo que transita entre el flamenco pop y la balada urbana, salieron airosas con temas como “Gitana” o “Amor de verano”, llegando a desatar el clímax esperado. No faltaron sus temas ya míticos como “Bailamorena” y “Me Sabe Mal”. Dinámicas, comunicativas e inquietas, la pareja formada por Ana y Carolina se hicieron kilómetros sobre las tablas del Sonórica y dejaron buen poso.

Pero entonces apareció Dani Fernández, y todo cambió. Desde la primera nota, quedó claro que estábamos ante el vencedor absoluto del festival. El recinto estaba ya completamente lleno, desde las primeras filas hasta el fondo inalcanzable, cada canción era coreada como si se tratara de un clásico eterno. Arropado por una banda poderosa y generosa en matices, Dani alternó momentos de ternura (“Dile a los demás…”) con explosiones de energía (“Clima tropical”), desplegando un repertorio sólido, emocionante y carismático. Su capacidad para conectar con la multitud, su voz segura y su forma de caminar el escenario dejaron atrás —sin querer, pero sin discusión— a todos los grandes nombres del cartel. El karaoke final con una versión de Supersubmarina fue la guinda de un concierto inolvidable, que pareció detener el tiempo y redefinir el techo emocional del Sonórica 2025.

Tras el despliegue de Dani Fernández, la noche aún guardaba sorpresas. El escenario secundario se llenó por completo para King África, cuya propuesta fue, paradójicamente, la más minimalista del festival: sin escenografía, sin músicos, solo él, sus monitores y su desbordante energía. Y no necesitó más. Como maestro de ceremonias festivo y desvergonzado, enlazó coreografías imposibles (“El camaleón”, “El cocodrilo”, “La mayonesa”) con arengas cargadas de humor, recuerdos de verbenas colectivas y un ritmo frenético que no decayó ni un solo segundo. Su “Bomba” fue retrasada con sabiduría para convertirse en apoteosis, y su aparición funcionó como un necesario recordatorio de que la diversión sin complejos también tiene un lugar legítimo en los grandes escenarios.

Para cerrar definitivamente el festival en el escenario principal, Love of Lesbian ofrecieron un concierto que fue más una ceremonia que una celebración. Con un montaje más sobrio de lo habitual y un setlist que jugó con las texturas y los climas emocionales, la banda de Santi Balmes apostó por los contrastes. Desde el arranque introspectivo con teclados hasta la colaboración con Dani Fernández en “Belice”, el repertorio transitó entre la épica emocional y la reinvención sonora. “1999” apareció en versión más atmosférica, “La hermandad” y “Allí donde solíamos gritar” bajaron intencionadamente la intensidad, el ritmo y la épica. Los guiños electrónicos en “Algunas Plantas” o “Los irrompibles” ofrecieron matices nuevos a viejas canciones. Aunque algunos pasajes más calmos rompieron el ritmo festivalero, lo cierto es que el cierre de Love of Lesbian no buscaba ser un clímax, sino un epílogo emocional, íntimo y sofisticado. Como quien prefiere terminar una fiesta con un abrazo en lugar de un grito.

En resumen, Sonórica 2025 supo equilibrar promesas con certezas, y construir un relato propio donde la emoción, la energía y el compromiso artístico tuvieron espacio por igual. Si algo quedó claro tras estas dos jornadas es que el festival ha alcanzado su madurez, y lo ha hecho sin renunciar a su identidad: la de una cita donde la música se vive con los pies en la arena y el corazón en alto.

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