La cuarta edición del Rockland Art Fest, sin duda, marcará un antes y un después en la historia del festival riojano. El evento ha dado este año un significativo salto de calidad, con un cartel simplemente extraordinario en el que todo (o casi todo) ha funcionado tal y como organización y público deseaban. Y es que, desde que se anunciaran los primeros nombres, ya se podía percibir que estábamos ante uno de los grandes eventos de la temporada estival, plantando cara, incluso a festivales similares y con muchos más años de historia.
Un festival pequeño pero con grandes ambiciones, que apuesta por la variedad y la comodidad, huyendo de las masificaciones y preocupándose de confeccionar un cartel en el que, efectivamente, la música es lo más importante. Algo que, hoy en día, parece casi imposible de encontrar. Así, la organización confeccionó un más que interesante menú con una oferta inabarcable, y en el que, además, no había que elegir, porque podíamos disfrutar de todo, ya que otro de los puntos fuertes de este pequeño gran festival es que los malditos “solapes” no existen. Algo importantísimo para todos aquellos y aquellas que, además de querer disfrutar de sus bandas favoritas, también tienen la mente abierta a nuevas propuestas.
De esta forma, podríamos jugar a no hacer la típica crónica festivalera, y evitando el orden cronológico o el frío repaso al setlist, incluso podíamos contar todo lo que ha sucedido en estos tres días dividiendo el cartel en diferentes bloques, comenzando por ejemplo, por bandas de la península, entre las que destacaban en número las de Euskal Herria, comenzando por Ciclonautas, el grupo argentino navarro que se encargó del pistoletazo de salida, con un concierto soberbio que calentó aún más el ambiente ya de por sí abrasador a esas horas de la tarde. Otros que no se quedaron atrás fueron los mungiarras PiLT, quienes inauguraron el segundo escenario con un sonido atronador, nítido y prácticamente perfecto para una descarga tan breve como intensa, demostrando el porqué de su vuelta a los escenarios, que nada tiene que ver con vivir del cuento, o con hacer caja con los éxitos del pasado y la nostalgia. Algo que tienen en común con otra de las bandas euskaldunes del cartel como son Delirium Tremens, quienes sin duda, dieron al día siguiente uno de los conciertos más emocionantes del festival, dentro de su gira de despedida… una pena que nos digan “agur” justo ahora, en su mejor momento, cuando sus directos son casi en una ceremonia para la legión de fans que, el sábado coreó cada uno de los himnos de una banda que ya forma parte de la historia del rock en euskera, con himnos como “Ikusi”, “Lainoak ilunak” o “Boga Boga”, y que, por supuesto, sonaron el sábado en el campo de fútbol de Santo Domingo de La Calzada.
Siguiendo con las bandas llegadas de Euskal Herria, también hay que destacar el magnetismo de otra también veterana como Kokein, quienes por cierto, se colaron en el cartel del sábado por la baja a última hora de Deadletter. Sin embargo, no decepcionaron y aprovecharon su oportunidad para desplegar su catálogo de sonidos cercanos al stoner, en un bolo en el que, sin desmerecer al resto de la banda, brilló con luz propia Zaloa Urain, con una capacidad y una perfección escénica y vocal fuera de lo normal. Y para acabar con este bloque, desde Portugalete, y regresando de entre los muertos, el pasado año se volvían a juntar Flying Rebollos, otra de esas bandas imprescindibles dentro del panorama rockero, y que también demostraron estar en un estado de forma sobresaliente, ofreciendo un show en el que, incluso, colaron algún tema nuevo que esperemos poder disfrutar muy pronto en algún trabajo futuro. Repasaron uno a uno casi todos los himnos inmortales recogidos en sus dos imprescindibles discos grabados en los 90: “Verano de perros” y “¡Esto huele a pasta!”… “Mis amigos”, “Modesta”, “Cuatro acordes”, En el bar”…temas que, con el paso del tiempo siguen formando parte de la memoria colectiva y que pudieron compartir con un público entregado.

Segundo bloque, esas bandas estatales que tanta calidad aportan a una escena que es un auténtico lujo del que sentirse más que orgullosos y orgullosas, y entre las que quizá podríamos destacar a dos grupos que ya hace tiempo que no sorprenden a nadie, porque siempre dan bolos perfectos: Los Zigarros el viernes y Morgan el sábado, dos formas absolutamente diferentes de entender el rock, pero igual de efectivas. Por un lado, el salvajismo de los hermanos Tormo y los suyos, quienes a base de guitarrazos y rock clásico se han convertido en un seguro de vida para cualquier promotor, ya que siempre aseguran un show incendiario y muy divertido. Y el del Rockland no fue una excepción, por supuesto, y de hecho, podríamos decir que fue uno de los mejores momentos del primer día de festival. Y por otra parte, estos el sábado, Morgan, siempre perfectos en la ejecución, con una formación de músicos y músicas mayúsculas que, aunque a priori, podría haber parecido todo lo contrario, encajaron a la perfección en la idiosincrasia de un festival que, como decíamos al principio, ha sabido dar valor a la variedad en su cartel. Pero es cierto que, hablando con la gente, me sorprendió el hecho de que todavía hubiera tantos y tantas aficionadas rockeras que se recorren conciertos por todas partes, y que todavía no conocían a Morgan. Curioso, pero nunca es tarde para engancharse al tren de la banda madrileña. Por cierto, creo que toda esa gente que no les conocía disfrutaron más que los y las que nos habíamos acostumbrado a verlas en otro tipo de recintos, donde todas sus capacidades destacan aún más, como cuando les vimos hace unos meses en el Teatro Euskalduna de Bilbao.

Dentro de esta escena estatal, llegaban el viernes con un halo de “banda del momento” unos Alcalá Norte que, a pesar de haber facturado uno de los mejores discos del pasado año, creo que todavía cojean un poco en vivo. Esto es una sensación subjetiva, y tal vez puede haber sido mala suerte, pero la cuestión es que en las dos ocasiones que he podido verles en directo –esta era la segunda, la anterior fue en Bilbao-, no me han llegado a convencer. Una pena, porque como digo, creo que son uno de los grandes grupos actuales y, seguramente, con más futuro que tenemos por aquí. Y como representantes locales, los riojanos Tobogán también supieron aprovechar el sábado su presencia en este prestigioso festival, para reivindicarse como una de las grandes bandas de la escena estatal, con un directo incendiario que sirvió para calentar motores en esa segunda jornada.
Tercer bloque, o “la invasión australiana”. Tres bandas llegaron a Santo Domingo desde las Antípodas y las tres cumplieron con las expectativas. La primera el viernes, Battlesnake, una auténtica sorpresa que, sin duda, dieron uno de los conciertos más divertidos del festival. Freakismo, épica y metal para una banda con la que el espectáculo está asegurado. También el viernes y en un formato absolutamente diferente, estuvieron presentes Jet, que supieron jugar a la perfección con los ritmos de un concierto, mezclando momentos enérgicos con otros en los que demostraron desenvolverse a la perfección a base de baladas. Como curiosidad, destacar que ambas bandas se acordaron de sus paisanos más ilustres, revisando sendos temas de AC/DC: “Let there be rock” en el caso de Battlesnake, y “It’s a long way to the top (if you wanna rock n´roll)” para Jet. Cerrando este apartado aussie, es inevitable no destacar a unos cabezas de cartel como Wolfmother que sonaron rotundos y atronadores cerrando la segunda jornada del festival, con un Andrew Stockdale, como siempre, en modo estelar, liderando un trío que dio una auténtica lección de lo que es el hard rock contemporáneo, y dejando claro por qué son otra de las apuestas seguras en cualquier festival.
Y por seguir jugando, vamos a inventarnos otro bloque, esta vez más personal, con bandas que, por lo menos yo, no conocía tanto como a las del resto del cartel, comenzando con The War and Treaty, o lo que es lo mismo, Michael Trotter Jr y Tanya Trotter, quienes dieron una lección magistral de cómo interpretar sonidos rythm and blues, funk y gospel aderezados con elementos de bluegrass, folk e incluso pop, y que se ganaron al público de Santo Domingo desde el primer acorde, gracias a su virtuosismo vocal, pero también al acompañamiento de una banda sobresaliente. Otro de los grandes momentos de la primera jornada. Los que también agradaron fueron The K’s, con un indie rock cercano al brit pop que ayudó a bajar pulsaciones en la segunda jornada, ya que hasta en los festivales de rock es necesario tener estos momentos de calma relativa para sobrevivir a tantas horas de conciertos; algo similar a lo que aportaron unas sorprendentes Girlband! como inicio del tercer y último día de Rockland: banda con inspiración ochentera y actitud rockera y a ratos macarra, que supieron conectar a la perfección con un público que ya llegaba a ese momento con lo justito para sobrevivir, pero que sin embargo revivió casi milagrosamente, gracias a las de Nothingam, como aperitivo de la descarga de sus paisanos londinenses Warmduscher, que a base de actitud punk con toques de electrónica y mucho sinte, también sirvieron como antídoto al cansancio acumulado después de tres intensos días.
Y terminando este bloque de “sorpresas personales”, desde la lejanía de la zona de avituallamiento vimos y escuchamos a Kira Mac, propuesta, también llegada desde Reino Unido por cierto, cercana al stoner más clásico y con una puesta en escena muy original. Fantastic Negrito no fue para nada una sorpresa, ya que ya pudimos disfrutarlo hace un par de años en el marco del Bilbao Blues Festival, pero lo mencionaremos aquí, dentro de este limbo de bloques totalmente inventados, como preludio a lo que fueron los llamados cabezas de cartel. Porque sí, porque el señor Xavier Amin Dphrepaulezz –que así es cómo se llama- podría encabezar cualquier festival musical, teatral, circense… o lo que le diera la gana, ya que es surrealismo puro cargado de toneladas de talento y carisma. Y si además está tan bien acompañado por una banda como la que llevaba el domingo, no se puede pedir más. Algo menos de una hora que se hizo cortísima.

Y como adelantaba anteriormente, iremos con las bandas que, a priori, lideraban el festival. Y hay que decir que hubo absolutamente de todo. Y en ese sentido, empezaremos por unos Refused que estuvieron sencillamente brutales, aunque escucháramos críticas al escaso o defectuoso sonido con el que les tocó lidiar, pero que yo personalmente no aprecié, quizá porque estaba absorto en disfrutar de un bolo en el que todo era hipnótico, y en el que los suecos demostraron por qué son uno de los combos más importantes de hardcore de los últimos tiempos, liderados por el extraordinario vocalista y letrista que es Dennis Lyxzén, quien lanzó proclamas absolutamente necesarias contra el clasismo, la homofobia, el racismo y el genocidio de Israel. Sin duda, el mejor bolo del viernes.
Y si Refused fueron lo mejor, la gran decepción nos la llevamos con unos Sex Pistols que, a pesar de tener en sus filas a tres miembros fundadores, no supieron transmitir ni un ápice de la rabia que siempre transmitieron las canciones de los londinenses. Sin desmerecer el trabajo del voluntarioso Frank Carter, creo que el concierto de los Pistols no estuvo a la altura del legado de una banda eterna. Y es que cuando ves que, teniendo este tesoro que son temazos inmortales como “God save the queen”, “Anarchy in the UK”, “Problems”… y en definitiva todo el “Never mind the bollocks..." de principio a fin, y no llegas más que a ser una mera verbena, quizá es el momento de hacerse a un lado y dejar paso a las nuevas generaciones. ¿En serio estáis pidiendo al público que encienda las luces de sus móviles? ¿En serio estáis borrando en cada video la presencia de Rotten y Vicius como si nunca hubieran existido? ¿Y en serio el vocalista de la banda punk más chula y arrogante de la historia lleva puesta una camiseta de otra banda (por muy muy muy buenos que fueran los Motörhead)? Lo siento pero no compro este producto que se ha convertido en lo que siempre dijeron odiar. De hecho, lo mejor del concierto fue la colaboración de Dennis Lyxzén, demostrando a este trampantojo “pistol” de qué va esto de la actitud.

Actitud, eso es precisamente lo mínimo que se debería exigir a quien pretenda ser una leyenda, más allá del legado y de la edad que tenga, y de los años que lleve en esto. Y precisamente eso, actitud, es lo que destila el grandísimo dios del punk, del rock y de todo que es Iggy Pop, quien dio una lección magistral de lo que es ser un cabeza de cartel que nunca decepciona. Tres veces he tenido la suerte de verlo en los últimos cuatro años, y las tres he salido del concierto con una sonrisa de oreja a oreja, sabiendo que he disfrutado, probablemente, del mayor espectáculo musical que se puede ver en la actualidad. Este sí que es un artista como la copa de un pino que, por suerte para todas y todos los que tanto le idolatramos, ha sabido reinventarse para llegar casi a los 80 palos con una energía increíble, que transmite en cada tema, adaptándolos a ese formato tan peculiar en el que lleva unos años disfrutando y haciéndonos disfrutar del inmenso catálogo de himnos, bien propios o bien con Los Stooges. Y es que, repitiendo lo que escribí en una de las crónicas que hice sobre un concierto anterior del de Detroit, “el día que el mundo se vaya a la mierda, tan sólo sobrevivirán algún tipo de insecto, las ratas… y el puto Iggy Pop, una de las cosas más grandes que nos ha dado el rock”. Enteraos simulacro de Sex Pistols: esto es ser punk.
Después de esta nada subjetiva visión del concierto que más disfruté, vamos terminando el análisis del festival con los dos últimos cabezas de cartel que tocaron el domingo: por un lado Marcus King, quien cumplió con las expectativas y nos dio exactamente lo que esperábamos: pulcritud absoluta y virtuosismo en un concierto en el que todos los miembros de la banda funcionan como un reloj suizo, manejando a su antojo los tiempos del show, con momentos cercanos al funk o al soul, entremezclados con otros pasajes más country, pero sin renunciar en ningún momento a la esencia rockera, y sin que nada se pierda por el camino. Un profesional que demostró su estatus en un concierto impecable.
Y como colofón y fin de fiesta, The Black Keys nos pillaron exhaustos y con el coche arrancado, porque ya eran las diez de la noche cuando empezaron su concierto y al día siguiente era lunes y había que madrugar. Así que, tan sólo pudimos disfrutar de un par de temas, y no seremos tan hipócritas de decir si nos gustó o no, porque estaríamos mintiendo. Por lo tanto, y sintiéndolo mucho, al que quiera saber qué tal estuvieron Dan Auerbach, Patrick Carney y los suyos, que consulte en otros medios.
En fin, que esto es todo lo que dio de sí un festival en el que, a pesar de la gran decepción de ver a tus ídolos caídos, hubo muchísimas más luces que sombras, así que nos quedaremos con lo bueno, que es el hecho de haber descubierto un gran festival al que, sin duda, volveremos el año que viene.

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