“¡Vamos todos a pasarlo bien!”. Desde el primer segundo Bethany Consentino incitaba sin demasiada convicción a una Heineken prácticamente llena al bailoteo y la celebración. No debería de pillar a nadie desprevenido: el dúo angelino –reconvertido en trío en directo- está recogiendo todo tipo de parabienes a costa de una discografía que apuesta por la sonrisa tontorrona, por una concepción de la felicidad decididamente teen. ¿Se lo pasan bien sobre el escenario Best Coast? Yo diría que no. Escupen sus canciones -alrededor de una veintena en algo menos de una hora, bis incluido- sin excesiva comunicación con su público, provocando una sensación de timidez que casa con su imagen de inadaptados de instituto, incómodos, posiblemente por la escasa pericia que demuestran con sus instrumentos: tantos años al frente de Pocahaunted y a la Consetino aún le resulta imposible cambiar de traste sin levantar la cabeza del mástil. Así las cosas, entrar a enjuiciar un concierto de Best Coast se me antoja un problema casi filosófico, en cuanto que no puede resultar decepcionante aquello que no genera ningún tipo de expectativas. Lo suyo es un contrato de mínimos en el que el éxito radica en su fracaso musical, en la falta de recursos sonoros y técnicos, en la repetición de una fórmula ya repetida una y mil veces por uno y mil grupos antes y después, desde Shonen Knife a Frankie Rose. A veces dan en la diana con una melodía -“Crazy For You”, con la que abren el show, “Each & Everyday”, “When I’m With You”. ¿Por qué no tocan “Happy”?- y el resto, cuando sacan a relucir su serie media y caras b, despachan con maneras funcionariales. Confirmadas las sospechas que levantaba su debut “Crazy For You”, me atrevería a decir que el gran valor de Best Coast radica en la demostración de que tú también puedes hacerlo. Algo que por desgracia hemos comprobado ya con demasiados discos, demasiados grupos, a lo largo de este 2010.
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