El triunfo del riesgo
Conciertos / Albert Pla

El triunfo del riesgo

9 / 10
José Carlos Peña — 06-04-2018
Empresa — Summum Music
Fecha — 05 abril, 2018
Sala — Teatro Nuevo Apolo
Fotografía — Mariano Regidor

Acostumbrados a que sean los musicales al uso quienes copen los teatros de la capital, una propuesta tan personal y arriesgada como la de Albert Pla, Refree, el dúo artístico argentino Mondongo y el estudio de animación Nueveojos, resulta absolutamente necesaria. Un tour de force en toda regla que marcará un hito, y que honra a todos ellos por su valentía y, en el caso de Raül Fernández, su absoluta falta de prejuicios a la hora de embarcarse en las aventuras musicales más dispares, siempre manteniendo su identidad.

Claro que se pueden hacer otras cosas: “sólo” hace falta imaginación, talento y el empuje necesario. No es fácil en tiempos en los que apenas hay margen, y la prueba es que este espectáculo ha sido producido por el Complejo Teatral de Buenos Aires. Al de Sabadell le conocemos: Capaz de sacar de quicio a todo Dios con su peculiar estilo vocal infantil y desganado y sus mordaces comentarios políticos sobre unos y otros, se mantiene como valiosa rareza en el, a menudo, conservador (artísticamente hablando) panorama ibérico. Pla, personaje anárquico en el mejor sentido, es un experto en eso tan difícil de caminar al filo, de exponerse al ridículo, de cruzar las líneas rojas de lo políticamente correcto, de hacernos reír y al instante congelarnos la mueca. El espectáculo, con sus transiciones salvajes -de lo escatológico o lo terrible, de lo surrealista y lo tierno- es puro Albert Pla. Si restarle méritos a sus compañeros de aventura, que completan un trabajo formidable.

"Miedo" es teatro musicalizado o un recital teatralizado, como quieran. Pero, por encima de todo, es un espectáculo que aprovecha, como pocas veces hemos visto, las enormes posibilidades que hoy nos brinda la tecnología del vídeo (y que sólo se pueden permitir, en grandes espectáculos, gente como U2, aunque con resultados mucho más inocuos, claro está). En su puesta de largo ante el público madrileño, el espectáculo dirigido por Pepe Miravete, embarcó a los asistentes en una montaña rusa de sensaciones, con una potencia subversiva raramente vista por aquí en espectáculos de esta envergadura.

Todo el peso de la función recae en Pla, apoyado (o engullido) por un montaje visual de una inventiva por momentos prodigiosa, que hay que ver, porque es imposible explicar haciéndole justicia. El asombroso viaje introductorio mete al personal de lleno en ese mundo de terrores íntimos al que raramente nos asomamos, el de los miedos infantiles que nos acompañan o mutan con la edad. En no pocas ocasiones, como en la parte dedicada al ratoncito Pérez, Pla le da la vuelta, con resultados hilarantes. El humor (negro o negrísimo) es parte sustancial del imaginario de los creadores, empezando por las letras de las canciones, que combinan lo pedestre, lo ligero y lo escatológico con lo terrible y lo ingenioso. Todo -imágenes, animación, iluminación, espléndida música de Raül Fernández Refree, interpretaciones vocales- está engarzado en un espectáculo con la duración justa, y en el que también se reparte alguna estopa política, pero siempre dentro de lo inesperado: el arte contemporáneo, el rey emérito, George Washington, el “puto Che Guevara”, Eva Perón: todo el mundo puede pillar en el imaginario de Pla, aunque en este caso sea éste más bien un detalle dentro de una obra con objetivos mucho más ambiciosos y profundos que los de una crítica política que ya satura.

No todas las canciones ni sus apoyos visuales tienen la misma brillantez; la parte del circo me resultó menos impactante que otras como la del frenético viaje en coche, los fantasmas de los remordimientos -sublime en todo-, o el inaguantablemente mordaz e hilarante monólogo de la madre ante su hijo moribundo, que se convierte en una parodia terriblemente divertida de "Cinco horas con Mario", con la que, por cierto, Pla se exhibe como tremendo actor. Pero lo importante es que el ritmo no decae durante todo el espectáculo. El abrupto (y brutalmente divertido) final nos deja una moraleja de vigencia universal: vivamos lo mejor que podamos mientras dure esta (negra) comedia, y podamos disfrutar de montajes tan estimulantes como éste.

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