En 2021, la edición española de un cómic del sello norteamericano Image, “Little Bird”, fue elegida por esta revista como uno de los mejores títulos de aquel año. Su relectura aún impresiona y, de hecho, desde entonces, ha adquirido un cierto aspecto visionario: nos relataba, entre otras muchas cosas, el intento del “Nuevo Imperio”, un estado teocrático distópico instalado en lo que antes fue Estados Unidos, por sojuzgar Canadá. Sólo hay que echar un vistazo a las noticias, y encontrar las últimas bravuconadas de Trump dirigidas a su pacífico vecino del norte, para apreciar hasta qué punto, desgraciadamente, la vida imita al arte.
Este año ha llegado “Precious Metal”, que se presenta como su precuela, situada treinta y cinco años antes del comienzo de la acción de “Little Bird”. Se puede leer de manera independiente, pero el hecho es que se trata de dos obras de una calidad tan excelsa que no me puedo imaginar que un lector que haya disfrutado de una no corra, a renglón seguido, a hacerse con la otra. Sus creadores, Darcy Van Poelgeest como guionista e Ian Bertram, a lo que hay que sumar los colores de Matt Hollingsworth, forman un equipo tan magnífico que ojalá veamos muchos más títulos firmados por ellos en el futuro.
“Precious Metal” se puede definir como una épica de ciencia-ficción y es, de hecho, una obra más extensa y mucho más ambiciosa a nivel visual que su antecesora, lo cual, a priori, se habría dicho que era casi imposible, porque “Little Bird” ya poseía, en ese sentido, un poderío abrumador. Si habláramos de una película, nos referiríamos al “síndrome de la segunda parte”, en la que hay mucho más presupuesto para efectos especiales y todo resulta mucho más grandioso. El responsable de esos “efectos especiales” es el artista Ian Bertram, que sólo por estos dos cómics merecería ser considerado una estrella del medio. Antes de “Little Bird”, sólo lo habíamos visto en números sueltos de algunas series secundarias de DC, por lo que su descomunal trabajo en estas dos obras ha sido toda una sorpresa. Bertram es capaz de crear personajes tan estilizados, expresivos y dinámicos como el mejor Frank Quitely; cuenta con el talento de Moebius para mostrarnos espacios oníricos e infinitos, y con su exquisito gusto para el detalle; y, a todo esto, habría que sumar el barroquismo de un Tsutomu Nihei para diseñar complejos escenarios de arquitecturas imposibles, industriales o tecno-orgánicas.
El dibujo de Bertram funciona en perfecta armonía con la críptica y sugerente historia de Van Poelgeest. No siempre esta es fácil de seguir, pero tiene tanta fuerza que sólo hay que dejarse llevar hacia el universo cruel, surrealista y desolador que han creado entre ambos para sus lectores, en el que se combinan influencias tan distantes como Nueva Carne de David Cronenberg y William Burroughs, Stanley Kubrick, Frank Herbert o Philip K. Dick. No obstante, en “Precious Metal”, sobre todo, se aprecia la huella de dos obras mayores: “Akira” y “El Incal”.
Max, nuestro protagonista, es una especie de héroe-que-no-quiere-serlo, obligado a una búsqueda de la que depende el destino del planeta, lo que recuerda inevitablemente al John Difool imaginado por Alejandro Jodorowsky, y el objetivo que persiguen los diversos bandos en pugna es un niño misterioso dotado de un poder masivo, como en el caso del “Akira” de Katsuhiro Otomo.
No obstante, “Precious Metal” posee tanta personalidad, te deja página a página tan asombrado, que, tal vez, en unas décadas, hablemos de él (y de “Little Bird”) como una obra tan importante y referenciada como cualquiera de las citadas.

Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.