Kraut
Comics / Peter Pontiac

Kraut

9 / 10
José de Montfort — 02-05-2021
Empresa — Fulgencio Pimentel
Fotografía — Archivo

Los más viejos del lugar se acordarán quizá de las viñetas de Peter Pontiac, autor de “Kraut”, que se publicaron en El Víbora y Star allá en los años ochenta. El artista holandés siempre se caracterizó por su vocación underground y su voluntad autobiográfica, por su capacitación autodidacta y por la influencia de las redondeces del trazo de Robert Crumb, pero también de la psicodelia de los dibujos de Rick Griffin. Pontiac gasta un estilo crudo y minuciosamente detallista en el dibujo y que tiene que ver con el horror vacui que sufría, que le obligaba a no dejar un solo espacio de la hoja vacío.

Peter Pontiac (Beverwijk, 1951-Ámsterdam, 2015) comenzó su andadura en el mundo del cómic underground neerlandés con historias sobre sexo, drogas y rock and roll, pero también contando sus experiencias sobre cómo fue crecer en la década de los años sesenta. Fue heroinómano (de hecho fue la Hepatitis B y la cirrosis lo que provocaron su muerte en 2015) e ilustró discos de grupos de rock, así como contribuyó con múltiples ilustraciones a revistas musicales. Toda esa amalgama de intereses es lo que fructifica aquí y lo que encontrará el lector en su obra magna: “Kraut”, publicada originalmente en el año 2000, reeditada con material adicional en 2005, y que ahora se presenta en castellano en traducción de Julio Grande.

Ya en el pórtico de esta novela gráfica, el propio Pontiac advierte de la deuda que tiene con dos titanes del cómic norteamericano: Will Eisner y Art Spiegelman, para los que rotuló algunas de sus traducciones. De hecho fue ya en 1995, durante su trabajo de rotulación de “Maus” que la idea para este libro comenzó a tomar forma. Y, sí, es evidente que “Kraut” se relaciona de una manera clara con “Maus”, pero no es una respuesta a él, como el propio autor teme y deja escrito al comienzo (o acaso, mejor dicho, no es solo una respuesta). A diferencia de “Maus”, cuya trama avanza en base a conversaciones que tiene el autor con su padre, aquí se parte de una situación póstuma y la obra toma la forma de la carta, lo que permite a Pontiac una mayor intimidad, pero también un más consciente vuelo poético. De otro lado, “Maus” es una autobiografía realizada a través de personajes interpuestos y juega con la prosopopeya (con la clásica idea de los funny animals), en tanto que “Kraut” rescata documentos originales y sobre ellos construye un relato al modo del thriller que, en última instancia, es un catálogo de hipótesis. Una gran diferencia entre “Maus” y “Kraut” es que la primera se fundamenta en la cercanía y la segunda en la ausencia. Peter Pontiac nunca tuvo una relación cercana con su padre (cosa que lamenta, de hecho, durante la narración) y no es descabellado pensar que precisamente la construcción de “Kraut” es justo la re-creación por la vía del arte de esa relación perdida en el tiempo y nunca realizada.

Asimismo, se ha señalado una cierta similitud entre Kraut y el Mario Delibes de "Cinco horas con Mario" (1966). Y, aunque parece improbable que Pontiac conociese la obra del escritor vallisoletano, aunque no es descabellado pues hay una traducción del libro al holandés (publicada por la editorial Boek Werk), sí resultará productivo para el lector español que señalemos unos cuantos puntos de contacto. En primer lugar su estructura, que ambas obras –más o menos– comparten, en el sentido de prólogo, grueso de la narración y epílogo. En ambas narraciones, además el epílogo sirve como una suerte de distanciamiento emocional sobre lo relatado. Igualmente, en ambas obras se produce el diálogo (o monólogo interior, más bien) con una persona familiar muerta (en el caso de Delibes es el marido de la protagonista y en el de Pontiac el padre). Si en el caso de la protagonista de “Cinco horas con Mario” el disparador de la acción mental es la lectura de diferentes párrafos que la protagonista rescata de los libros de su marido muerto, en el caso de Pontiac ésta proviene de los cuadernos de dibujo de su padre, así como de los poemas y escritos de éste. Así, y como comentábamos antes, a diferencia de la oralidad de “Maus”, aquí –en ambos casos– la pulsión es literaria y de escritura (y dibujo). Por último, se puede argumentar que ambas obras comparten la subversión de los roles asignados (en un caso el de esposa/marido y en el otro el de hijo/padre).

Pero vayamos con la historia. El padre de Peter Pontiac desaparece en la Isla de Curaçao, a finales de febrero de 1978, dejando su vehículo Wolkswagen alquilado frente a la playa. Nunca se encontró su cuerpo y todas sus pertenencias se hallaron intactas en el vehículo. Así, el centro de esta narración es la frustración: un gran enigma. La búsqueda de razones (no sólo para esta desaparición, sino para toda una vida). Y dos son los grandes interrogantes de esta vida: el porqué de la desaparición y el porqué del fascismo. Y es que se ha de decir que uno de los puntos oscuros que Peter Pontiac transita en esta novela gráfica con dolor (y que, de hecho, reprocha a su padre insistentemente) es su afiliación voluntaria a las SS (tras haberse integrado en el partido del Frente Nacional) como reportero en el frente occidental (antes estuvo en el frente del este, a las puertas de Leningrado). Aunque el padre reconoce que no participó en acciones bélicas, son insoportables para Pontiac sus ideas filonazis. Su padre es un ferviente católico, fanático de Leon Bloy y poeta adolescente que llegó a traducir a Verlaine y Rilke. Desertor más tarde y periodista recuperado en la forma de cronista chismoso de la prensa rosa tras su paso por la cárcel. Borrachín y mujeriego, llegó un momento en que lo perdió todo (y, como insinúa su hijo, se perdió también a sí mismo). Y aquí, en esta parte final de la historia y del libro, es donde Pontiac comienza a barruntar sus hipótesis: ¿un intento de cambio de identidad?, ¿una búsqueda de una vida nueva como integrante de los servicios secretos vinculados a la extrema derecha? ¿una huida a tiempo frente al peligro de que la gente se tomara la justicia por su cuenta y le hiciera pagar por su pasado nazi? Pero, por último: el plausible suicidio, también, que aparece más en sordina, como si no se quisiera acabar de aceptar.

Las sensaciones por las que atraviesa el escritor (y, a su vez, el lector) son ambiguas muchas veces, incluso contradictorias y agrias. Del rencor y el distanciamiento emocional se pasa a un compadecer suave, a una cierta mínima empatía, de ahí al odio y de nuevo a la comprensión dulce de quienes comparten la misma sangre. Finalmente, Peter Pontiac es capaz de llegar al perdón y de construir el afecto y el amor hacia su padre y notificárselo, además, en esta fraternal carta póstuma que busca tanto un diálogo imposible, como la recuperación de una relación –prácticamente– inexistente.

En la parte final (o epílogo), incluida en la edición de 2005, Peter Pontiac recoge al modo del apéndice documentos, fotografías y hechos que le fueron llegando tras la publicación original del libro. Algunos de ellos desdicen parcialmente sus hipótesis (que ahora reconoce en extremo sensacionalistas) o dan cuenta real de hechos que el escritor había imaginado (y le honra que no haya querido rehacer el libro con el conocimiento añadido de que dispuso después). Quizá lo más destacado de todo ese material son las cartas enviadas por su padre desde el frente.

La mayoría de la información con la que contaba Pontiac, en primera instancia, para redactar el libro, procede de una caja de recuerdos que el dibujante encuentra en el desván de su casa (cuadernos de dibujo y poemas, el diario de guerra, recortes de periódico e informes judiciales, así como fotografías y diversos escritos misceláneos de su padre). Y es lícito preguntarse cómo (y por qué) es que su padre no se deshizo de esos materiales (que eran prueba de cargo de su felonía). Al final del relato el lector se preguntará si no es que, de alguna forma inconsciente, el propio padre dejó esos materiales en legado para que su propio hijo “interpretase” su vida. Pero es algo que ya nunca sabremos. Una incógnita más para sumar a las muchas que preñan (u horadan, según se mire) este relato fascinante y genial.

Lo siento, debes estar para publicar un comentario.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.