El pájaro y la serpiente
Comics / Borja González

El pájaro y la serpiente

7 / 10
José Martínez Ros — 29-11-2023
Empresa — Reservoir Books

En un ensayo sobre la obra de Faulkner, Mario Vargas Llosa emplea una metáfora muy brillante para explicar en qué consiste el arte de la narrativa. “Supongamos que una novela completa es un cubo. Completa: es decir, toda la historia sin omitir un solo detalle, gesto o movimiento de los personajes, objeto o espacio que ayude a entenderlos y situación, pensamiento, conjetura y coordenada cultural, moral, política, geográfica y social”, nos dice. “Pues bien, ninguna novela, ni la más maniáticamente realista, se escribe completa. Sin una sola excepción, toda novela deja una parte de la historia sin relatar… Toda novela se compone de datos visibles y de datos escondidos. Por así decirlo, el autor, que ha creado en su mente ese cubo, ese espacio de ficción, lo usa como un escultor un bloque de mármol: esculpe con él una figura que “constituye el mundo propio de un novelista”. Y lo que vale en ese ensayo para hablar de la originalidad de los libros de Faulkner, nos sirve para referirnos al extraño atractivo que desprenden los cómics de Borja González.

Se trata de, en primer lugar, de un autor muy personal, tanto por su estética como por el tipo de historia que elige contar y, sobre todo, por el modo en que decide contarlas. Cuando nos adentramos en las páginas de “El pájaro y la serpiente”, lo primero que apreciamos es su fidelidad a un estilo visual que fue configurando en obras previas como “La reina Orquídea”, “The Black Holes” y Grito nocturno (recientísimo Premio Nacional del Cómic). Su expresivo trazo recuerda al último Mike Mignola con tintas planas combinadas con grandes masas de oscuridad, lo que hace que todos sus cómics parezcan transcurrir a medio camino entre el sueño y la vigilia.

Los escenarios de “El pájaro y la serpiente”, al igual que sus antecesores, muestran su devoción por la literatura gótica y el cine expresionista: bosques lúgubres, ciudades desiertas o en ruinas, celdas y mazmorras, antiguas mansiones. En esos entornos casi oníricos, encontramos a sus personajes, casi siempre femeninos, chicas jóvenes, adolescentes de figuras ultraestilizadas de largos miembros sin rasgos en la cara, lo que al principio choca, pero luego acepta como parte inseparable de su propuesta.

Pero lo más interesante es la estrategia narrativa de González, lo que, siguiendo la metáfora de Vargas Llosa, ha decidido revelarnos y lo que ha preferido callar, que es casi todo lo que, en un cómic “normal” pasaría por indispensable. La acción de “El pájaro y la serpiente” tiene lugar en un tiempo indefinido, un mundo de fantasía oscura que, igualmente, podemos asociar a un futuro postapocalíptico. Todo parece congelado en el castillo donde viven las protagonistas, que aguardan el regreso de los hombres, ocupados en una larga cacería. (González ha contado que en parte se inspiró en una película de 1966, “Eye Of The Devil”, protagonizada por Deborah Kerr y la malograda Sharon Tate, pero también podemos acordarnos aquí de los relatos de Shirley Jackson o de las hermanas Brontë). Sabemos que cuando vuelvan sucederá algo, habrá una ceremonia, pero no comprendemos su naturaleza exacta hasta el final. Y también que el frondoso y oscuro bosque que rodea su hogar está habitado por algo peligroso y que, sin embargo, las atrae cada noche. Mientras que se acerca el momento de la verdad, se van trenzado entre ellas alianzas, intrigas, escenas de violencia, represión o deseo. A esto se suman los estupendos diálogos, con sutiles toques de humor. Las pequeñas secuencias que articulan el cómic están unificadas por una lograda atmósfera de terror y melancolía que evoca a la de esas escasas película que consiguen transmitir la sensación de que acontecen, a la vez, en este mundo y en un universo paralelo, con sus propias reglas secretas, como “Suspiria” de Dario Argento o “Picnic en Hanging Rock” de Peter Weir. Como en su caso, lo importante es dejarse llevar en el viaje que Borja González nos propone. Les puedo asegurar que vale la pena.

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