En Bad Hohenheim, un tranquilo pueblo alemán rodeado de ingentes montañas, viven las Annas, una generación de grandes mujeres. Pero si bien Anna1 es una gran mujer según los estándares que dictan sus habitantes, Anna2 y Anna3 son grotescamente altas, característica física que causa rechazo en una sociedad cerril e intransigente que no está preparada para aceptar a aquellas personas que son diferentes. Sobre esta premisa se desarrolla una historia, narrada en forma de fábula, con la que la autora alemana Mia Oberländer debutó en 2021 en el formato novela gráfica, una original alegoría sobre la autoaceptación que le valió el Premio Alemán de Literatura Juvenil a los Nuevos Talentos 2022 y que Salamandra Graphic edita ahora en castellano.
Que Oberländer haya escogido personajes femeninos para desarrollar esa idea no es gratuito, como tampoco lo es el haber exagerado hasta lo caricaturesco (con unas piernas desproporcionadamente largas) un rasgo como la altura, algo que es tolerable (e incluso deseable) en hombres, pero que se percibe como negativo en mujeres cuando excede los cánones aceptables de belleza. La conformidad a las normas, tanto estéticas como sociales, siempre ha sido particularmente cruel e implacable cuando se refiere a las mujeres que, desde una edad muy temprana, recibimos inputs desde todos los flancos acerca de lo que se espera si queremos ser socialmente aceptadas, una presión que no solo ponemos sobre nosotras mismas, sino también sobre el resto de mujeres. Esta novela gráfica hace hincapié precisamente en ese aspecto a través del peso de la herencia familiar, en concreto a través de esa relación materno filial tóxica de Anna1 tanto con su hija como posteriormente con su nieta, que han fracasado en cumplir las expectativas imposibles en cuanto al rol que deben jugar en la sociedad, no solo por su grotesco físico, sino también respecto a encontrar pareja, otro aspecto que añade más peso, si cabe, a esa carga simbólica que acarrean las mujeres. La sociedad, nos explica Oberländer, no está preparada para aceptar a quien es diferente, pero, en todo caso, eso no es culpa de las Annas, sino de unos patrones encorsetados que son demasiado estrechos para esas mujeres extra ordinarias: el mundo visto desde su perspectiva es muy grande y el pueblo, muy pequeño. Es en este punto donde por fin llegamos al momento liberador de la autoaceptación y, por ende, del empoderamiento.
Tampoco es gratuito que Oberländer opte por un estilo naíf y vanguardista donde la libertad formal (que rehúye la cohesión en un relato no lineal y fracturado), el minimalismo cromático (que opta por colores primarios muy saturados que recuerdan al Plastidecor o al lápiz de madera), y la exageración en el trazo (que retuerce hasta lograr ese dibujo extravagante y desmesurado), se dan la mano para reforzar una estética que recuerda a los dibujos infantiles. La rotulación es asimismo un elemento funcional que en este caso empasta no solo con ese estilo del dibujo, sino que lo consolida al usar una tipografía que imita la caligrafía propia de los cuadernos y primeras lecturas infantiles, fluctuando entre la cursiva, la mayúscula y la ligada. Comentaba que nada en ese estilo, ni en la forma de conjurarlo, es gratuito, puesto que la infancia es una época de inocencia y anarquía donde aún vivimos libres de cualquier limitación o idea preconcebida en nuestro modo de percibir y plasmar lo que nos rodea y a los que nos rodean. Libres, al fin y al cabo, de cualquier prejuicio.
De la misma manera que las Annas no encajan en los estándares de la sociedad, esta novela gráfica tampoco se amolda a los estándares formales y estéticos que podríamos esperar. Es surrealista y poética, absurda y cómica, bella y extraña. Una lectura inclasificable para disfrutar desde esa mirada libre y no adulterada de la infancia.

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