El nu metal ("mallcore", para los haters), con Korn o Limp Bizkit como pioneros, dominó durante años la MTV y grandes festivales a pesar del riesgo que suponía hacer del rap, hardcore, rock y metal una mezcla que no cayese en lo caricaturesco. Aun con un rechazo generalizado en sus inicios, esta mutación del metal acabó convirtiéndose en una referencia para muchísimos nuevos artistas que llegaron a lo largo y ancho de los 2000 y que todavía hoy día siguen citando tanto a Korn y Limp Bizkit como a Linkin Park, Deftones, System Of A Down y los propios Slipknot como algo generacional que dio relevo al grunge. Muchísimas bandas ya veteranas están volviendo a gozar de una segunda juventud, reuniéndose para rememorar esos viejos tiempos (véase el caso de Mudvayne o de los de Corey) que los llevaron a alcanzar la fama.
En este panorama lleno de riffs metaleros, arreglos electrónicos, voces rapeadas, gritos desesperados y scratches, Slipknot llegaron de la mano de Ross Robinson como productor para dar una violenta y necesaria corrección de rumbo inyectando su terror y autenticidad en una escena que, con la perspectiva del tiempo, parecía que lo necesitaba. Los nueve enmascarados con monos rojos de obra de Iowa no buscaban unirse a nada, solo querían incendiarlo todo, y lo consiguieron guiados por el autosabotaje y la mano "maldita" de Ross, apodado como padrino del nu metal. Él mismo vio en la ferocidad de los integrantes de Slipknot una herramienta ideal para destruir la fórmula de hastío que la música estaba viviendo.
La grabación de “Slipknot” (Roadrunne Records, 99) fue deliberadamente caótica. Robinson no buscaba pulir el sonido, sino capturar la violencia visceral dentro de cada uno de sus miembros, los cuales se encontraban en un estado de desesperación total y sin dinero. Esa desesperación sirvió como combustible y excusa perfecta para que el productor metiese el dedo en la llaga llegando a lanzar objetos a los músicos y golpeándolos para “encenderlos”. Al propio Corey Taylor llegó a sumergirlo en tal punto de quiebre físico y emocional que hasta él mismo, roto por los abusos a las drogas e intentos de suicidio desde niño, confesó haber vomitado en la cabina de grabación mientras grababa las voces. ¿El resultado? Un disco donde la performance no es una actuación, sino una manifestación tangible de la rabia y sufrimiento en su esencia más pura. Su arquitectura sonora proviene del nu metal, pero se eleva hacia algo más complejo sobre la base rítmica inamovible de los ya añorados y desaparecidos Paul Gray (bajo) y Joey Jordison (batería) sobre la que se superponen esas percusiones industriales de Chris y Shawn, los samplers y bucles pesadillescos de Craig y scratches del Sid Wilson (DJ Starscream), y unas guitarras por parte de Mick, James Root y Josh Brainard (guitarrista original de Slipknot que grabó buena de las seis cuerdas de esta joya extrema).
Desde "(sic)" y "Eyeless", pasando por los himnos más accesibles "Wait And Bleed" y "Spit It Out", que actuaron como caballo de Troya en la radio, el manifiesto nihilista "Surfacing" o el terror experimental de "Prosthetics" hasta el magistral descenso vanguardista a la locura de "Scissors", que esconde una explosión cercana al death metal en "Eeyore", esta primera referencia se llevó por delante todo lo que estaba escrito. Pese a quien le pese. Slipknot propuso la aniquilación del individuo detrás de unas máscaras y unos monos numerados del 0 al 8 (cada número representaba a un integrante, reduciéndolo a poco más que eso) para salvaguardar el anonimato que sirvieron como la mejor campaña de marketing para una formación prácticamente desconocida hasta el momento aun a pesar de que su historia se remonta casi cinco años atrás del lanzamiento del álbum con Shawn, Joey, Paul y Craig como integrantes originales que grabaron junto a Anders Colsefni a las voces y Josh Brainard y Donnie Steele a las guitarras la demo "Mate. Feed. Kill. Repeat." en 1996.
"El impacto tras la demente presentación del grupo en el Ozzfest de 1999 capturada en la cinta "Welcome To Our Neighborhood" fue su bautismo de fuego"
Lo que parecía una casa del terror cutre, se puso de frente a los tíos buenos de las boy bands que vendían música vacía con una declaración de intenciones: la música primero. No había rostros ni nombres conocidos, Slipknot se presentaron como una entidad unificada y aterradora, como un colectivo donde el todo era más temible que la suma de sus partes. Si el álbum era la amenaza, el directo era la ejecución: peleas entre sus miembros en los conciertos que acababan en fracturas o heridas de consideración, autolesiones, quemaduras por el uso descontrolado de pirotecnia y fuego, mucho sudor, y mucha suciedad. Todo ello combinado derivó en un hedor insoportable emanando de sus trajes y máscaras que más de una vez fue citado como repulsivo. Muy poco que ver con las barbas y pelos Pantene que sus integrantes muestran hoy en día y que probablemente huelan a algún perfume caro.
El impacto tras la demente presentación del grupo en el Ozzfest de 1999 capturada en la cinta "Welcome To Our Neighborhood" fue su bautismo de fuego. Aun actuando en un segundo escenario, su sacudida fue tal que generaron más expectación que la mayoría de las bandas consagradas del festival. Lo que vino después fue un disco de platino (el primero de la discográfica Roadrunner en recibir esta distinción), críticas positivas en la Rolling Stone ("el primer gran álbum de la era nu metal") o Kerrang! ("algo completamente desagradable y verdaderamente inolvidable"), y la creación de un nuevo estándar de agresividad en el metal mainstream que funcionó como "droga" de entrada al mismo para millones de jóvenes. Su éxito masivo demostró que había una audiencia para algo más pesado, acelerando el declive de ese nu metal más festivo previo y abriendo una nueva y vasta era de grandes artistas contemporáneos influenciados por su boom: Bring Me The Horizon, Code Orange, Cane Hill, Whitechapel, Slaughter To Prevail, Paleface Swiss, Carnifex, Hollywood Undead, Trivium, Of Mice & Men, Motionless In White, Rise To Remain, Impeding Doom, Knocked Loose, Loathe o los patrios Vita Imana y Sonitum Shelter, sin contar, claro, a los "nepo babies" Vended y Tallah.
Casi tres décadas después, quizá la pregunta es por qué Slipknot siguen resonando con fuerza. La respuesta es que su furia nunca estuvo ligada a una moda pasajera, por mucho que moleste a algunas personas. El disco fue -y es- un artefacto de emociones universales que cargan contra todo demonio exterior e interior con una combinación misantrópica y catártica en la que casi cualquiera ser marginado o apartado se puede ver reflejado. Ahora, la banda se ha vuelto a enfundar en sus monos rojos y máscaras repasando sus primeros hits y triunfando una vez más con su nueva alienación con Eloy Casagrande como marcapasos perfecto a la batería (sin desmerecer el excelente trabajo de Jay Weinberg, que salvó al grupo durante años a pesar de sus acelerados tempos) representando al milímetro cada golpe parido por el gran Joey Jordison, Alessandro Venturella al bajo tras la trágica baja de Paul Gray -y ese “microregreso” de Donnie Steele entre bastidores-, Michael Pfaff a las percusiones en el lugar de Chris Fehn y el más reciente fichaje Jeff Karnowski, sustituyendo al peculiar Craig Jones, que abandonó el barco por decisión propia a mediados de 2023.
Y sí, puede surgir otra gran pregunta que ronda muchas cabezas: ¿son los Slipknot de ahora una versión mejorada y más equilibrada de lo que ya conocimos? Pues sí y no. Después de tantas idas y venidas y señales de que ya no iban a ser ni su sombra nunca más, han conseguido volver a los directos de la mejor forma posible con casi todas sus caras visibles sobrepasando los 50 años. Aunque haya muchísimos intereses por medio, aunque no se cumpliese eso de que si uno se iba se acababa la banda, y aunque Slipknot ya sea una marca que gira en torno al ego de Shawn y Corey, lo cierto es que tienen lo que se merecen y se nota que todavía disfrutan creando y tocando. Ya no son unos chavales, pero todavía tienen mucho que decir a las nuevas generaciones. Aquí un servidor que ya pasa de la treintena y que presenció por primera vez con tanta sorpresa como miedo cuando era un niño como su primo y hermana se volvían locos con el VHS de “Welcome To Our Neighborhood” y que, tanto tiempo después, sigue maravillándose de aquella época tras cumplir el sueño de verlos en directo junto a uno de sus mejores amigos del instituto cuando celebraban los 10 años de esta traca de locura artística que coronó el pasado milenio.

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