Long Play: simplemente, una tienda de discos
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Long Play: simplemente, una tienda de discos

Holden Fiasco — 01-12-2023
Fotografía — Unai Endemaño

Cuando paso por el Eguzki, saludo a alguien en la terraza, pero no sé quién es. Subo las escaleras con paso rápido. Chispea y tengo prisa. No sé si llego tarde, pero quiero llegar ya. Antes de cruzar hacia Francisco Gómez, esperando en el paso de peatones, ya puedo ver el cartel: azul como un buzo de trabajo añil, con las letras rotuladas en amarillo. Long Play parece un barco varado, pero es simplemente eso: una tienda de discos. Cuando la familia Quintela decidió embarcarse en el negocio de la venta de música en formato físico, yo tenía dos años, pero ya era ciudadano de esta anteiglesia. Era el 13 de noviembre de 1978. Desde entonces, han pasado 45 años.

Cuando abro la puerta, me encuentro a Alicia Quintela, como siempre, detrás del mostrador. En un gesto muy suyo, se quita las gafas y sonríe. Me saluda y me llama por mi nombre. Josu Quintela, al fondo de la tienda, enreda en un mueble. Pone un disco y quita otro, como un jugador de póker descartándose. Tímido como es, cuando pasa a mi lado, camino del almacén, saluda con la cabeza gacha y sigue trabajando sin hacer ruido. He quedado con ellos para hablar un rato, sin más. Hace un mes, recibieron un merecido homenaje durante la celebración de la feria Búnker en Barakaldo. La entrevista que Joseba Vegas le hizo a Alicia Quintela para la ocasión ha sido parte de mi trabajo de investigación. Antes de venir con mi cuaderno y mi bolígrafo a molestarles un poco, la leí con cuidado. Igualmente, esa misma mañana, escuché, otra vez, el programa que, en su día, les dedicaron en El local de la jungla. De hecho, lo primero que hago es confesarles algo: “La verdad es que no sé muy bien qué preguntar, ya os lo preguntaron todo Joseba Vegas y Joseba Martín”. Al final, sin embargo, saldrán las preguntas. Mientras hablamos, entrarán clientes y repartidores, pero nadie interrumpirá una conversación que volverá al pasado, aunque, sobre todo, se centrará en este cuadragésimo quinto año y los que quedan por venir.

Alicia y Josu forman un equipo bien engrasado. Me explican sus roles principales y cómo organizan el trabajo: “Yo llevo las redes, los escaparates y ordenar aquí fuera”, dice Alicia, y termina explicándome que Josu se encarga del almacén y de los pedidos. Josu se unió al negocio familiar en torno al cambio de siglo. Le pregunto, porque lo leí en alguna de esas entrevistas, si fue su padre el que le instigó. Confirma con la cabeza: “Eso es”. Alicia interviene: “Y luego le cogió el gusto”. Josu le da la razón: “Sí, sí, me gusta”.

Colocados en triángulo, con Alicia junto a los discos, Josu frente al ordenador y yo con el cuaderno sobre el mostrador, levanto la cabeza y miro alrededor: expositores, vitrinas, cubetas, pósteres en las paredes, la esquina con DVDs de películas infantiles donde siempre se aposta mi hija, mientras tira de mi manga y apunta con el dedo índice de la otra mano a alguna carátula. Les pregunto si la tienda ha cambiado mucho desde que abrieron a finales de los setenta. Alicia dice que no con la cabeza: “No, no te creas”. Antes de que desarrolle, me intereso por el exterior: “¿El cartel es el mismo desde que se abrió?” Josu dice que sí con la cabeza, pero Alicia le lleva la contraria: “No, hubo un cambio”. Josu se sorprende: “¿Ah, sí? Pues, mira, eso no lo sabía yo”. Al parecer, el rótulo original se componía de letras separadas y una de ellas se cayó. Fue más fácil poner un cartel nuevo que reparar la letra, pero Alicia termina con la misma idea: “La tienda está prácticamente igual”. El mayor cambio, reflejo de las transformaciones del negocio, lo han sufrido los muebles. Lo achacan a la subida del vinilo. Josu explica que el auge de este formato “empezó antes de la pandemia; tres, cuatro años antes, pero tímidamente”. Después de la pandemia, escaló con rapidez: “Fue abrir después de la pandemia y cambiar todo esto”. Alicia apunta, con las gafas que se quitó al saludarme, a los expositores que tiene a su derecha. Me explican cómo hubo que ir añadiendo cubetas para darle más presencia al vinilo. Igual, por eso, por haber vuelto al vinilo como principal formato, la tienda, en realidad, “se vuelve a parecer más a lo que era al principio”, reflexiona Josu.

Y es que, en Long Play, empezaron en los tiempos del microsurco y la casete. Más tarde, se resistieron a la llegada del cedé, que no entró en la tienda hasta el 82, más o menos: “costó que entrara”, rememora Alicia, “recuerdo tener quince cedés en el escaparate, no más”. Ahora, han tenido que adaptarse al regreso del disco de vinilo, el producto con el que comenzaron en su día. Alicia recuerda cómo, en sus primeras Navidades, pocas semanas después de haber abierto, vendían como rosquillas los roscos de policloruro de vinilo del álbum doble que recogía la banda sonora de “Grease”: “yo alucinaba, era un no parar de venderlo”. El vinilo ha vuelto, pero no se puede decir lo mismo del otro gran protagonista en aquellos tiempos originales, la casete. En la tienda, tienen, eso sí, dos curiosidades. Josu las saca de un estante, detrás del mostrador: el “The Red Album Years 1962-1966” de The Beatles y el “The Number of the Beast” de Iron Maiden. El precio está marcado en ambos. Josu busca el disco de los Maiden: “Mira, la casete tiene exactamente el mismo precio que el vinilo”. Alicia, mientras tanto, coge algo del escaparate y me lo enseña. Es el último trabajo de Las Sexpeares: “Ellas han sido las últimas en traernos una casete”.

Así que, a día de hoy, venden casetes, CDs, DVDs y vinilos. Y venden todos los géneros. El metal, sin embargo, sigue teniendo mucha presencia en la tienda: “Prácticamente, no hay mes que no vendamos el “Highway to Hell” o el “Number of the Beast” de Iron Maiden”. Josu, sin embargo, termina insistiendo en la variedad: “Hay géneros de todo tipo”. Los dos coinciden en que, desde la pandemia, ha subido mucho la demanda de punk-rock. Alicia recuerda que en los 80 tenían poco: “algo de Ramones y de Clash, pero no el mercado que hay ahora”. Hablamos también de jazz, que siempre tiene un pequeño rincón en los expositores, pero ya no es como antes, dice Alicia: “Hemos vendido mucho jazz, tanto en cedé como en vinilo. Ahora, ya no”. Les pregunto si también tienen música moderna o urbana o trap, como quieras llamarlo. Josu hace un gesto de sorpresa: “Qué va, poco o nada. No, no tenemos. Prácticamente no hay formato físico de eso. Se consume de otra manera”. También traen bandas sonoras: “Tendremos como cincuenta o sesenta copias de diferentes bandas sonoras por aquí”. Y suelen tener mucha oferta de directos. Josu me explica que trabajan con un mayorista que se dedica a ello. Son, además, “de colección, numerados, ediciones limitadas”, cuenta Josu, “Cada mes vienen como seis o siete nuevos directos y tenemos clientes que están esperándolos”. Todo eso, si te interesa, lo venden aquí dentro.

“Prácticamente, no hay mes que no vendamos el “Highway to Hell” o el “Number of the Beast” de Iron Maiden”

Y antes lo vendieron también en Bilbao, donde llegaron a tener cinco tiendas en los años 80. Fue la época dorada: “Aquellos años fueron muy buenos”, cuenta Alicia, “se vendía mucho”. Abrieron aquellas tiendas porque el negocio de la venta de música funcionaba: “Claro, a principios de los ochenta iba muy bien. Fíjate, en Barakaldo, había cinco o seis tiendas”, recuerda Alicia. Intentamos recordarlas todas: los nombres y dónde estaban. Nunca sintieron que el número fuera un problema: “No, nunca sentimos que nos hiciéramos competencia. Ellos cerraron porque vino la crisis, por jubilaciones…”, comenta Alicia. Incluso, hablamos de Musidisk, en la calle La Bondad, la misma lonja donde ahora Enya Díez mantiene el pulso por la cultura con Libreramente: “Si llega a aguantar un poco más… Luego vino el boom del vinilo unos años después… pero ya no estaba. Quién sabe qué hubiera pasado”. En los 90, fueron cayendo muchas tiendas, entre ellas, todas las que ellos abrieron en Bilbao. La última fue la de la calle Lutxana. Probablemente, aquella década fue la época más dura para el negocio: “Sí, los 90, la piratería”, comenta Alicia, “en aquellos años, cayeron muchas tiendas”. Incluso, va más lejos y se traslada a Madrid. Dice que aún recuerda el peso que tenían las tiendas de discos en la calle Preciados de Madrid en los 80. Ahora ya solo queda La Metralleta: “Hace poco estuve en Madrid y les visité, son muy amigos nuestros, y al pasear por allí recordaba aquellos tiempos en los que veías siempre a gente cargando con bolsas llenas de discos”.

Se siguen abriendo algunas tiendas, pero suelen tener otro formato: tiendas más pequeñas y especializadas. “Sí, eso es lo que se está abriendo”, afirma Josu y completa Alicia: “sobre todo de segunda mano”. A ellos, en todo ese tiempo, nunca les dio por trabajar esta posibilidad. Alicia dice que no con la cabeza antes de justificarse: “Nos parece que da mucho trabajo”. Josu es de la misma opinión: “Además, no hay sitio”. Alicia me cuenta que Javi, empleado suyo tanto en Barakaldo como en la tienda que tenían en la calle Lutxana, se dedica ahora a la segunda mano en Harmony Rock. Ellos, cuando empezaron, trabajaban, principalmente, el overstock y el producto descatalogado por medio de un mayorista que ya no existe. Aquello se terminó. Alicia toma del expositor el último disco de Belako y dice: “Ahora, por ejemplo, si se agota este disco, igual tardas casi tres semanas en reponer e igual te dicen que ya no quedan, que no está en stock”. Josu lo confirma: “Eso era antes”. Hoy en día siguen trabajando con distintos mayoristas, pero han ampliado la geografía: “Trabajamos con muchos mayoristas de Europa”, dice Alicia, y Josu afirma con un gesto: “Alguno, sí”. Se centran en las novedades y en las ofertas. Las distribuidoras “te mandan lo que van a sacar”, nos cuenta Josu, “y luego pedimos algunas ofertas puntuales”. Alicia apunta a Josu con la barbilla: “ahí está todo el día mirando catálogos”. Josu dice que sí con la cabeza: “Más o menos, ya sabemos lo que puede interesar, lo que les puede gustar a los clientes, y vas buscando”.

Quizás, el mayor cambio, además de los muebles, se aprecia en la manera en la que se ha transformado la venta. Hablamos de los pedidos. “Fue un cambio enorme en la manera de vender”, dice Alicia. Josu está de acuerdo: “Eso es, traemos ya encargos de material de aquí y de todo el mundo, en realidad, pidiéndoselo a mayoristas de toda Europa”. No tienen venta online como tal, pero los pedidos les ayudan a llegar a más gente. En un momento de la entrevista, por ejemplo, llega un repartidor que llama a Josu por su nombre y recoge un encargo. “Para Zarautz, para un cliente”, me explica Josu. Alicia amplia las distancias: “Mandamos género a Madrid, Murcia, incluso hasta a Buenos Aires”. Josu asiente: “Sí, sí, hay gente para todo”. Además, algunos son fieles: “Tenemos un cliente en Vallecas que, cada cierto tiempo, oye, mándame esto y esto…”, explica Alicia. Y Josu insiste: “Esta semana, por ejemplo, que es el Black Friday, pues tenemos envíos para Cádiz, Ciudad Real... Ahí sí que te llama gente de todos los sitios”.

Estos cambios en los procesos de venta les han obligado a actualizarse. Participan en el Record Store Day y se les encuentra en Facebook e Instagram, redes sociales que gestiona Alicia. Josu se encarga de los pedidos a través de un chat de WhatsApp: “Sí, por ahí también tenemos a bastante gente haciendo gasto. Funciona muy bien”. Les digo que quizás ese ha sido el secreto de su longevidad, la capacidad de transformación. “Pues sí”, dice Alicia, pero no está conforme del todo: “No… Eso y también que hemos tenido clientes muy fieles”. Le digo que lo de los clientes lo menciona en todas las entrevistas. Sonríe: “Lo repito en todas y no me canso de decirlo”. A Alicia se le encienden los ojos cuando habla de esto. Siempre hace hincapié en el contacto con la clientela, la cercanía, y toda la experiencia que conlleva vender y comprar: “Ya no viene la gente a mirar. Ahora, te dicen cosas como “me pides”, “me das”…” Nos explica que la gente viene ahora con las cosas claras y que, incluso, prefieren buscar información en el móvil antes que preguntar. Josu es de la misma opinión: “El que mira es minoría”.

Esa cercanía de la que hablábamos también se aprecia en su compromiso con la escena local: “Siempre hay sitio para todas las bandas locales que lo piden”. Para dejar constancia, Josu me apunta a los expositores principales, donde los discos de Los Retumbes y TurboFuckers ocupan un lugar privilegiado. Le digo que los segundos son de Bilbao y se ríe: “sí, local en general: Bizkaia, pero sobre todo Barakaldo”. Tienen además un sistema organizado: “todas las bandas pasan primero por nuestro Facebook, donde lo anunciamos, luego tienen asegurado unos días en el escaparate, y luego pasan a estar aquí”. Alicia me enseña el espacio reservado para la música local. Además, no tienen problema en ceder el espacio físico de la tienda para presentaciones: “Se lo ofrecemos a todos”, dice Alicia. Los últimos que lo aprovecharon fueron Malatestta e Indrid. Alicia recuerda que Vhäldemar estuvieron en la época de la pandemia e “hicieron una cola en la calle que llegaba hasta el Eroski”. También tuvo mucho éxito la que en su día hicieron Porco Bravo. Alicia me recuerda la advertencia que le hizo a Manuel Pulleiro, cantante de la banda: “le dije que pocos discos iban a vender en la presentación. Para cuando vinieron ya habíamos vendido discos a todo Barakaldo”, sonríe. Recordando más nombres, se retrotraen a los ochenta, cuando por aquí pasaron gente como Ramoncín y Loquillo. En las tiendas de Bilbao, hubo muchas más presentaciones: Marea, Fito, Rosendo...

En alguna entrevista, leí cómo contaban que no se consideraban muy melómanos cuando empezaron en este negocio. Les pregunto si, ahora, después de tantos años, lo son. Los dos dicen que sí, que les gusta la música: “punk-rock, tanto nacional como… Sobre todo, de aquí, lo que fue el rock radikal vasco y eso. Y cada vez me gustan más cosas. Me he pasado al hard-rock y más cosas”, me explica Josu. Y me pone un ejemplo apuntando a los altavoces: hasta ese momento, no había reparado en la música que suena de fondo. Es Daft Punk, la reedición que han sacado de su famoso Random Access Memories. Josu me explica que le han borrado las baterías. Encoge el cuello: “Oye, pues bueno, no está mal, curioso”. Le digo que sí con la cabeza: “Y, a ti, ¿qué te gusta, Alicia?” Me contesta sin pensarlo: “A mí, me gustan mucho los Beatles. Y, luego, los grupos de la movida madrileña”, sonríe otra vez. Les pregunto que cuál fue su último concierto. Alicia lo piensa: “Ay, no me acuerdo, grande… Antes de la pandemia, me imagino. Los de fiestas… Fui a ver a Ibai”. Se refiere al nuevo proyecto de Ibai García, guitarrista solista de Lomoken Hoboken. Sigue pensando y Josu le ayuda: “Fuiste a ver a Sole Giménez en el teatro Barakaldo”. Alicia afirma con la cabeza. Me cuenta que le gusta ir a los conciertos que organizan en Arteta: “es una escuela de música, pero tienen un escenario pequeño y hacen conciertos, los sábados por la tarde, de jazz sobre todo. Me gusta”. Josu se adelanta para resumir lo suyo: “El mío será este sábado que viene, Marea”. Alicia sigue pensando: “tengo un gusto muy, muy variado. También he ido a ver a AC/DC y Iron Maiden. Y a Vhäldemar, pero a ese me invitaron”.

Alicia y Josu. Josu y Alicia. Long y Play. Play y Long. Antes de que se quedara este tándem, Long Play también fueron Álvaro Quintela, quien comenzó el negocio, y Juan Quintela, padre de Josu, hermano de Alicia, ahora jubilado, pero, a menudo, aún por la tienda, echando un cable. Una larga tradición familiar que habla de una manera de hacer comercio que, si me permites que me ponga trágico, te diría que va desapareciendo en estos tiempos modernos. Unos días antes de esta entrevista se anunció el cierre de Radio Fe, una de las primeras tiendas de electrónica de la ciudad, tras 72 años de negocio: “Casi todas las semanas mandábamos a alguien que preguntaba cómo arreglar una aguja o por cualquier problema técnico a Radio Fe”, comentan los dos al unísono. Y Alicia reafirma: “Y él, al revés, nos mandaba gente a nosotros”. Un poco más arriba, en la misma calle Francisco Gómez, aguanta el Panorama Pub, refugio de melómanos con ganas de mover las caderas en las noches del fin de semana. Alicia se acuerda de que abrieron un año o dos después de que lo hiciera Long Play, más o menos: “tenemos una relación muy cercana con ellos”.

Haciendo un juego de palabras con estos dos últimos negocios, podríamos decir que no hay que perder la fe aunque el panorama se presente feo. Si les preguntas a ellos por el futuro, se muestran optimistas: “todavía me falta vender muchos discos”, dice Alicia. Josu está en la misma línea: “a mí me gustaría seguir”. Nunca han tenido prisa y no la van a tener ahora: “Siempre lo hemos mirado a corto plazo”, resume Alicia, “sin pensar en cumplir 45”. Le digo que se prepare para cuando cumplan los 50. Hay un ligero silencio, aunque los Daft Punk siguen sonando. Alicia sonríe, juega con las gafas que aún tiene en sus manos, y mira a su alrededor como si, en lugar de ver una tienda, estuviera observando una vida: “Ya veremos”, murmura.

Me cruzo la bandolera por encima del cuello y vuelvo a darles las gracias. Tiro de la puerta de cristal. Al abrirla, hace ese ruido tan característico que tengo registrado en la memoria sentimental. Sonaba, siempre que entrabas, a promesa. Lo que escucho ahora es ruido. El del tráfico y el trajín de una ciudad que no espera a nadie. Barakaldo, como todas las ciudades, no mira para atrás, bastante tiene con seguir el ritmo. Su melodía, la he dejado ahí adentro.

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