Kurt Cobain 20 años después
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Kurt Cobain 20 años después

Luis J. Menéndez — 05-04-2014
Fotografía — Archivo

Hoy de cumplen dos décadas del suicidio del último gran mito del rock

Dos son las preguntas recurrentes cuando se pone sobre la mesa el nombre de Kurt Cobain. Dos preguntas que a buen seguro nos encontraremos a lo largo del día de hoy en diferentes textos en la red a propósito del vigésimo aniversario de su muerte: “¿Dónde estabas tú cuando Kurt Cobain se pegó un tiro?” y “¿Qué hubiera sido de él y a dónde habría llegado artísticamente de no haberse quitado de en medio?”.

La primera de esas cuestiones sirve para definir a toda una generación, que en su momento hasta llegó a ser bautizada como “X”. Fue un cajón de sastre en el que terminamos todos aquellos nacidos en la década de los 70, demasiado jóvenes para formar parte activa de los “felices” 80 pero que desde críos asistimos como observadores pasivos a una fiesta retransmitida por TV que en España se llamó Movida y a un nivel mucho más global tuvo en el cutrerío de lux de Madonna, el hipermusculado Springsteen y la megalomanía de Michael Jackson sus profetas. Con los Mecano, Radio Futura y Gabinete Caligari haciendo caja en las fiestas patronales a lo largo y ancho del país y la sensación de que la música (esto es, lo que salía en 40 Principales y TV) difícilmente podía ser menos excitante, el progresivo interés entre los más jóvenes en bandas por entonces aún subterráneas como Sonic Youth, Pixies, Hüsker Dü, Dinosaur Jr. o, claro, Nirvana, salvó a más de uno de morirse de aburrimiento. En España todo aquello tuvo un borroso reflejo en un revoltijo de nombres sin muchas más cosas en común que mantenerse al margen de lo “oficial”: de Aventuras De Kirlian a Pleasure Fuckers, de Sex Museum a Corcobado, de Cerebros Exprimidos a Los Potros y Doctor Explosión.

Aunque el caldo de cultivo se había producido en los 80 con lo que dio en llamarse post-hardcore, no fue hasta los primeros 90 que aquello se concretó en otra cosa mucho más grande, cuando se dieron una serie de factores hoy de sobra conocidos: el fichaje de Sonic Youth por Geffen y el chivatazo por parte de Thurston Moore que llevó a Nirvana a la multinacional, la influencia de MTV que gracias a las antenas parabólicas ya podía verse en hogares de un país tan lejano como España, o la labor de zapa de unos Pixies que ya habían visitado nuestro país en 1989 y 1990. Camisas de leñadores, lágrimas de cocodrilo disfrazadas de rebeldía juvenil, el CD imponiéndose como formato, la radio (el “De 4 a 3” de Paco Pérez Bryan), Evan Dando mojando bragas, Eddie Vedder mojando calzoncillos, la falsa muerte del tipo de Dwarves que le valió el despido de Sub Pop, Subterfuge y Munster Records, el SIDA de Magic Johnson en Barcelona 92, “Singles” e “Historias del Kronen”, Mañas, Lóriga y Juan Manuel de Prada (firmando un libro titulado “Coños” sin tan siquiera haber llegado a oler uno), Fugazi en Oviedo y Penelope Trip en Gijón… Como dice ese grupo de revivalistas disfrazado de revolucionarios que se hace llamar El Pardo, “Son los 90”.

Cualquiera que sea capaz de decir dónde se encontraba cuando Kurt se voló la cabeza se sentirá reconocido en el anterior relato y tendrá que admitir hasta qué punto ha cambiado todo en el mundo de la música. Adaptarse o sucumbir. 20 años es el tiempo que separó a Elvis de Joy Division, el “Hotel California” de Radiohead, y aunque podamos ver el regreso de Afghan Whigs con complaciente benevolencia, sin duda 20 años son demasiados como para reivindicar que nuestro tiempo pasado fue mejor sin parecernos al Abuelo Cebolleta, a aquellos pelmazos superviviente de la Movida que nos martirizaron (siguen haciéndolo de hecho) con un pasado que nunca volverá.

En realidad, más allá del shock inicial, hay que reconocer que a nadie cogió por sorpresa la muerte de Cobain. Como tantos otros antes y todavía alguno después, Cobain se había convertido en un simpático pim-pam-pum para los medios y en una grotesca parodia de sí mismo para quienes inicialmente se habían sorprendido por la rabiosa inmediatez de sus canciones. En dos años Cobain había pasado de punta de lanza del nuevo punk a icono de baratillo, la ya famosa camiseta del smiley top de ventas en el mercadillo del pueblo justo al lado del puesto de bragas sobaqueras. Aunque con el tiempo se señalaría como uno de los momentos más brillantes de su carrera, la bajada de pantalones que supuso el concierto acústico para MTV fue un insulto para cualquiera que se sitiera mínimamente identificado con sus orígenes “alternativos”. El recuerdo de Nirvana que ha llegado a nuestros días se ve beneficiado de una carrera meteórica y fugaz, que apenas ha dejado ni material inédito con el que alimentar nuevos lanzamientos. Pero incluso el breve espacio de tiempo que va de 1991 (“Nevermind”) a 1993 (“In Utero”) fue suficiente para que cuando se publicó su último disco la sensación fuera de reiteración y cansancio, en parte por la perniciosa influencia que Nirvana tuvo en bandas de todo el mundo.

Ese recuerdo es suficiente para ponernos en perspectiva y responder a la segunda pregunta: ¿Qué sería de Kurt Cobain a día de hoy de no haber apretado el gatillo? Desde luego no tendría mucho que ver con el mito en el que se convirtió al ingresar el Club de los 27 junto a Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jimi Hendrix o la aún pendiente de beatificación Amy Winehouse. Una de sus últimas grabaciones fue una colaboración con el escritor William Burroughs en la que unos encabronados acoples de guitarra servían de colchón sonoro para los recitados del autor de “El almuerzo desnudo”. Al suicidio en estricto sensu se le anticipó otro artístico, el del músico atormentado que se había convertido precisamente en todo aquello que había odiado. En su nota de despedida escribía: “Llevo dos años sin sentir la emoción de escuchar ni de crear música ni he escrito nada auténticamente. No tengo palabras para expresar lo culpable que me siento. Por ejemplo cuando estamos detrás del escenario y se apagan las luces, oír el bramido del público ya no me afecta de la forma que afectaba a Freddie Mercury, a quien al parecer le encantaba y disfrutaba del amor y la admiración del público”. Pretender que de ahí podría haber surgido algo diferente de la NADA más absoluta es no conocer el material del que estaban hechas sus canciones.


En la foto superior Kurt Cobain tal y como imaginan en Sachs Media Group que sería en 2014.

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