Antes que el Black Friday llegara a España y mucho antes que el ‘doble check’ dinamitara la mitad de relaciones dependientes y posesivas de Occidente, los bantúes, raza originaria de los grandes lagos africanos, entendieron la importancia del ritmo en la comunicación. Tanto es así que se relacionaban con los pueblos circundantes gracias al mamporreo de tambores, tan solo variando la frecuencia. Estos tambores, incluso, descansaban en lugares sagrados. Pocos les han reconocido sus habilidades a los bantúes, más allá de los académicos. Durante cuatro días, en Rennes, casi 64.000 personas –nuevo record, por cierto– entendieron que el ritmo, un nuevo-viejo ritmo, se está volviendo a apoderar de la comunicación... y de la música.
El Rencontres Trans Musicales de Rennes sigue, 36 años después, sorteando la ola del 'hype' y cabalgando la de la tendencia –con perspectiva histórica–. Como los grandes cabezas de moais de la Isla de Pascua, ahí sigue, impertérrito; eso sí, virando en cada edición el eje de atención de espectadores, programadores y periodistas musicales (más de 600 y de hasta 18 nacionalidades). Si el año pasado destacaron las bandas de sonido electro-latino, éste la sorpresa llegaría desde varios puntos de África, ese gran continente al que aún algunos confunden con un país, como apuntaba el periodista Ryszard Kapuscinski. El mismo jueves, después del fiasco vaporoso y de azote manso de Courtney Barnett y de la prometedora rapera Kate Templet –una M.I.A. menos exótica pero igualmente agresiva, con unos 'spoden word' a capela nada despreciables y tres baterías electrónicas dando empaque–, llegarían las primeras muestras de africanismo –en sentido amplio–: el crossover 70's del DJ Frank McWeeny primero y el folclor coral y de reminiscencias trance de las israeliitas A-Wa darían la nota de color a la jornada. Éstas últimas, un trío de hermanas con banda, dejarían al respetable fascinado: voces muy-muy-mucho melódicas y teclados yemeníes guasones.
A esas horas, el Hall 3 ya fumaba. Y me explico. Curiosamente, y rectifico la crónica del año pasado, está prohibido fumar pero a partir de la medianoche todo el mundo anda ya con pitillo. El humo va y viene pues entre escenarios. En el Hall 8, por ejemplo, hubo poco: Sekuoia no reunió a muchos pero su electrónica introspectiva, catatónica, premió a los asistentes. Más humo, y no precisamente por el apego a la cajetilla de los asistentes –que también–, el de Molotov Jukebox: el quiero y no puedo de la desconcertante actriz Natalia Tena, con los ojos más abiertos y tensionados que Yayo Daporta juzgando en Top Chef, pero poco enchufada y con ninguna pólvora balcánica. Lo más cerca que han estado de Sarajevo ha sido leyendo los catálogos de Iberia.
Ya avisaba Jean Louis Brossard, co-fundador del festival y auténtico cerebro creativo del mismo, que podía "firmar a una banda por una sola canción". Pues bien, ya en viernes en los antiguos hangares de Rennes y después del mareante viaje en autobús ensardinados hasta el recinto Le Parc Expo, Dad Rocks! ejercerían de ejemplo paradigmático, pero no con una, sino con muchas y buenas canciones: entre el folk granjero de Mumford & Sons y el post-rock de Sigur Rós –fruto de su origen, medio islandeses–. Grupete de voces casi evangelistas pero buenrolleras. Como festivo y dibuja-sonrisas se mostró Cosmo Shaldreke que con unos samplers y su juego de pregrabados sincopados, la montó todavía demasiado temprano; todavía sin fumadores, para que me entiendan.
‘Les Trans’ es, más allá de una propuesta consolidada de festival para cazatalentos, un encuentro en el que la palabra sorpresa cobra todo su significado. La ciudad, los hangares, la zona de prensa. Cualquier sitio es bueno para sacar los instrumentos y volar. Too Many Zoo –sí, sí, el trío de free-jazz con aquel viral en el metro de NYC– la lió con y sin amplificación, el viernes y el sábado, primero por los pasillos del ‘espace presse’ y después en el Hall 8: como unos Za! pero más brutotes. Otros con presencia escénica fiera son Naked (On Drugs) (en la foto): británicos de apariencia ‘teen’ traumática, ropas a lo Tim Burton y fumadores compulsivos... Desconcertantes pero equilibrados en su rollo Nick Cave o Suicide.
Cambiando de tercio. Allá por 1934, el misionero y musicólogo Arthur Morris Jones, ponía en auge el término poliritmia. Ahora, más de setenta años después, DBFC –de los imperdibles, según los medios franceses– ejecutan precisamente la “rítmica en cruz” como si la tierra se acabase. Esquizofrenia y lo mejor de la música de baile. Para cerrar, uno más vasto: Vilify, de Canadá, se serviría de una sesión gocha, gocha. Que sí, que es, como la comida grasienta, lo que entra mejor en una noche de fiesta a las cuatro de la mañana, pero no es lo más sano para el cuerpo, me da.
Ya en sábado, desde bien prontito, viviríamos la ‘world music’ en estado puro: nada de folclores de valor interpretativo, revisiones en toda regla. Empezando por Chancha Via Circuito, acompañado de Miriam García, y su sensibilidad por la cumbia de matices electrónicos, en un escenario Ubu a reventar. No pudo con él ni su malogrado ordenador, que lo abandonó hacia la mitad del show. No se achicaron tampoco los faranduleros y electrónicos Islam Chipsy o los coreanos –entre el etno-rock y free jazz– Jambinai, ni quedaron fuera de lugar Oso Leone (únicos representantes españoles), aunque quién se llevó el pato al agua, tras la anestesiada sesión de rap de la americana Lizzo, fue Fumaça Preta y su psicodelia garajera, multicultural y de incursiones latinas. Montaron pogo en la delantera hasta los periodistas, que hasta ese momento andaban todavía con las manos en los bolsillos, sacándolas –¡leche que frío!– para apuntar lo justo.
La noche se había comido Rennes pero Ninos du Brasil y su batucada de actitud punk nos despertarían de golpe, y gracias, pues caminábamos hacia la guinda del sonido africano. El más primitivo y intuitivo vino de la mano del etnomusicólogo Brian Shimkovitz: su sesión como Awesome tapes from Africa nos despidió con todo el mundo entregado al baile, sirviéndose, a groso modo, de la estructura intergeneracional de los rituales africanos: todos participan en su justa medida. En una mirada a vista de halcón, uno se daba cuenta rápidamente de la abundancia del público joven que, aún así, no ganaba por goleada. Había más canas y parejas que todavía se mueven como en las salas de fiesta de los 60 que mandíbulas desencajadas, para entendernos. ¿Qué demuestra eso? El festival, pese a su internacionalización –sobre todo entre profesionales– sigue siendo un evento para la gente de Rennes, a precio módico. Tal vez los periodistas viajamos a Rennes buscando lo que no encontramos en nuestros países: eclecticismo a escala de humano.
‘Les Trans’ nos dio, un año más, las nuevas claves del ritmo en comunicación: baile en comunidad y atención, como buenos bantúes, de qué hay detrás de la cadencia. Y la obligación, claro, de girar el visor hacia nuestro continente vecino para dejar de lado, ni que sea por un momento, la locura del tiempo y el ‘doble check’.
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