Todo aquél que haya visto a John Roderick sobre un escenario recordará, sin duda, sus habilidades como showman, que exhibe sin disimulo, pero con cierta elegancia. Su agilidad verbal –que hace sonreír al público a la primera– esconde, sin embargo, cierta reflexión previa debida posiblemente a su formación humanística (es licenciado en Historia y Antropología). Así, cuando afirma haber aprendido tres lecciones fundamentales para seguir adelante –estar preparado para cualquier emergencia, conocer un buen mecánico de Audi y nunca dar de comer a los perros antes que a las personas– esconde, bajo esta capa de aparente espontaneidad, cierta filosofía: “Estas lecciones se aprenden si se ha nacido en Alaska, como yo. Es uno de los pocos sitios verdaderamente salvajes que existen en el mundo hoy en día: puedes tener un accidente en la montaña y que nunca te encuentren, puedes ser atacado por un oso… Por estas y muchas otras razones enseguida aprendemos a tratar a los animales como lo que son y no como bebés, que es lo que suele pasar en las ciudades”.
| "Mi música quiere ir más allá del cliché, más allá de ser simplemente escuchada para fregar platos" |
No es de extrañar entonces que el título de su tercer disco al frente de su último proyecto, The Long Winters, sea algo largamente meditado. “Para mí, pasar un día en la cama puede ser algo agradable. El problema es cuando no quieres salir de ella. Conozco a mucha gente que ha perdido toda capacidad de sorpresa en sus vidas. Y solamente se preocupan por trabajar y consumir, uno detrás de otro, todos los días. A mí no me gustaría llegar a este punto, y tampoco me gustaría que a la gente que quiero le sucediera”. Las nuevas canciones suenan igual de brillantes pero tienen más aristas que sus predecesoras, y en la edición europea se complementan por cuatro de los temas de su Ep “Ultimatum” (Barsuk, 05), única muestra de nuevo material –en clave más acústica y psicodélica– desde el aclamado “When I Pretend To Fall”. La razón principal de esta demora es que The Long Winters se embarcaron en una gira de presentación del disco por Europa y Estados Unidos que duró año y medio. Como resultado, todos los músicos que le acompañaban dejaron el grupo y Roderick tuvo que descansar durante una buena temporada. Para este disco, de momento, estará de gira ininterrumpida durante tres meses, y no regresará a su casa –ha cambiado Alaska por Seattle– hasta navidades. “Soy consciente que las primeras veces que se escucha ‘Putting Days To Bed’ el oyente no acaba de entrar en él, y que, una vez se ha conseguido, hay canciones que destacan por encima de otras, pero que, al cabo de un tiempo, son reemplazadas por aquéllas que en un primer momento no acababan de hacerle el peso. Es sólo entonces cuando se capta la idea general del disco, que tiene más cosas que decir que las que simplemente flotan en la superficie. Y es que mi música quiere ir más allá del cliché, más allá de ser simplemente escuchada para fregar platos y pasar el tiempo”. Igual que en su anterior disco, el nuevo material de Roderick tiene una de sus mejores bazas en las letras, que nos cuentan historias elípticas y con más sentidos de los que a simple vista pueden captarse. “Las letras de ‘When I Pretend To Fall’ eran más resignadas. En cambio, en ‘Putting Days To Bed’ predomina un sentimiento de frustración. Quizá la oscuridad es la misma: lo que cambia es la agresividad, prácticamente inexistente en el anterior disco, donde era sustituida por la tristeza. Aquí, por ejemplo, hay canciones de crítica descarnada como ’Rich Wife’, que trata de todas aquellas personas que creen que algún día pueden llevar la vida supuestamente despreocupada de los ricos, o ‘Honest’, canción que no es autobiográfica, aunque pueda parecerlo, y que trata sobre aquellas estrellas del rock que son valoradas no por sus cualidades humanas sino por su música y su físico. Las relaciones afectivas que suelen tener las estrellas son las más complejas y difíciles de las que he tenido noticia”. De entre todos los temas presentes en el álbum, sorprende la atención que Roderick depara a los aviones y al cielo. “Son dos temas recurrentes a la hora de escribir canciones porque mi padre fue piloto y fue él quien me enseñó a volar cuando tenía solamente diez años. Creo que acercarse al cielo es una de las máximas aspiraciones del ser humano: construye rascacielos cada vez más altos, imita el vuelo de los pájaros… Si se mira detenidamente, es una auténtica locura, porque nosotros no estamos hechos para volar, sino para trepar. Recuerda que venimos del mono”.
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