Aparentemente, “Paco Deluxe” tiene poco de “Deluxe”, pero mucho de “Paco”. Cuando empezó a gestarse el concepto del álbum, Triquell utilizó este nombre como mantra. “Está muy presente en las personas de mi entorno, y yo también me sentía en un momento creativo acorde con la idea de Paco”, dice. Por otro lado, el presupuesto era limitado para lanzar una versión extendida del disco, así que irónicamente trabajó en este proyecto como si se tratase de una edición especial. Cuenta que “la cara A tiene algunos temas más juguetones, y la cara B suena más instrumental, mística y metafísica”, construyendo una obra que no busca ser digerible para todos.
Los pilares del álbum se sostienen a través de una producción meticulosa, que cobra sentido gracias a Pau Ruiz con su “distorsión de guitarras”, Andy Wheels y su “sentido agudo para la percusión” o Lluís Cabot al mando de las “estructuras y armonías pop”. El cantante también habla con especial cariño de “los compis de Barna”, Xicu y Miquel, quiénes le ayudaron en la composición desde la amistad, “sin cadenas ni pretensiones, dando rienda suelta a lo que venga”. Esta idea resume a la perfección lo que nos cuenta Triquell en “Em torno boig”, la primera canción del disco, con la que entra “en una fase de locura que, a su vez, sirve como vehículo para componer”. La intensidad sombría de este tema se ramifica, impregnando al resto de canciones, marcadas por la rudeza y la honestidad. Porque, según el artista, “no se puede negar que el mundo está al límite de la cordura”, algo que también despierta la apatía vital sobre la que canta en “No estic per mí”.
"Hay que aceptar que somos un poco basura por lo que consumimos y por cómo vivimos”
Manteniendo la línea de la crítica social, en “Ghabbo” se lanza a hablar del consumismo, insertando un anuncio en la propia canción y convirtiéndose en un “vende motos”. No es casualidad que esta canción sarcástica, más experimental e inspirada en “Dang” de Caroline Polachek, fuese escogida como single. “Cuando uno alcanza ciertos números o tiene una sensación de éxito, lo fácil es cantar sobre escenarios felices, utópicos y naíf, pero lo más realista es ser catastrofista”, comenta. Colaborando con Gerard Quintana en “Basura”, también pudo corroborar que “el pesimismo es algo intergeneracional, nadie es un profeta moral ni tiene la conciencia completamente limpia, y hay que aceptar que somos un poco basura por lo que consumimos y por cómo vivimos”.
En la música, y en la vida en general no existe un manual ni una forma concreta de hacer las cosas, pero para él “es necesario ir con cuidado con las energías que permites que entren en tu ecuación y las que no”. Aun así, le gusta pensar que “la industria es un pozo sin fondo, lleno de gente de todas las edades que te puede sorprender para bien, desmontando tus prejuicios y abriendo nuevos horizontes creativos”. Saber detectar quiénes formarán parte de tu tripulación es cátedra, y llevamos haciendo esa selección desde el patio del colegio, pero “lo importante es contar con un barco en el que te ayudarán a remar, independientemente de si es un catamarán o un kayak”.
Incluso cuando la compañía es buena, todos convivimos con una mosca detrás de la oreja que nos dice que nada de lo que hacemos es suficiente. Sobre esto mismo habla la letra de “Procura!”, pero el catalán puntualiza que hay factores de éxito que siempre escapan de nuestro control. “El sistema es precario. El arte es la última mierda. La inversión es mucho mayor en defensa que en cultura, y los representantes pueden llegar a vivir muchísimo mejor que el artista”. Con esto en mente, para este segundo disco se ha permitido el lujo de “trabajar un concepto en pack, renunciar al frenesí y degustar bien el proceso”. Así nos encontramos con varias canciones que escapan de la radiofórmula, como “Loli Country Club” y su aura western, “una fumada experimental, como muchas otras que se han descartado, que surge de las ganas de liarla y disfrutar”.
Acompañado por otros nombres como Meritxell Neddermann o Maria Jaume, Triquell ha acabado dando forma a una obra que no rehúye del panorama político, social y económico actual, sino que convive dentro de este. “Cuando uno se siente estéril, y cree que es una pieza más de un conjunto disfuncional, lo normal es atormentarse”, explica. Su antídoto para canalizar esa angustia ha resultado ser su propia música, porque “si realmente quieres utilizar tu foco, y mostrarte sensible con lo que está sucediendo en el mundo, ahora mismo no tiene sentido cantar ‘We are the world, we are the children’”.
Alejandro Blasco

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